Hacía tiempo que no se veía una caza de brujas tal en Latinoamérica: En el curso de pocos días, Daniel Ortega ha ordenado detener a cuatro opositores del régimen. Si antes la represión se dirigía sobre todo contra los estudiantes que llevaron a las calles la protesta contra el autoritario clan familiar, ahora están en la mira los posibles rivales políticos de Ortega. De esta manera, Ortega deja claro que las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre de 2021 no son más que una mera formalidad. Y que no desea correr ni el más mínimo riesgo de ceder el poder. Si todavía alguien creía que había un margen para negociar con el régimen de Managua la celebración de unas elecciones justas, ya puede abrir definitivamente los ojos. Ortega se alinea con regímenes autoritarios como Cuba, China, Rusia y Turquía. Y está preparado para asumir el papel de paria. Su imagen internacional le resulta menos importante que conservar el poder.
La escalada de acontecimientos era previsible y se venía cocinando desde hace tiempo. Con la aprobación de la Ley de Agentes Extranjeros, conocida popularmente como Ley Putin, el régimen sandinista obliga a ciudadanos e instituciones a registrarse como “agentes extranjeros” si reciben apoyo financiero desde fuera del país. La medida ha obligado a numerosas oenegés a cerrar, o a operar en una zona legal gris. Por otro lado, la Ley Antiterrorista está formulada de manera tan vaga, que cualquier manifestante tiene motivos para temer ser considerado como un terrorista y sufrir cárcel durante años.
Hace unos días, fue excluida de las elecciones una de las dos alianzas opositoras. Todos los candidatos de la otra alianza están siendo detenidos. El margen de actuación de críticos y disidentes se encoge como un globo agujereado.
Caricatura de Somoza
Pero todo ello también tiene un precio para Ortega. Una vez fue líder de la Revolución sandinista y luchó contra el dictador Anastasio Somoza, apoyado por Estados Unidos. Fue una lucha de David contra Goliat, un pueblo martirizado contra un clan sanguinario. Por todo aquello, los sandinistas gozaron de simpatía por todo el mundo y recibieron mucho apoyo. Ahora, el otrora revolucionario se ha transformado en una caricatura de Somoza, permitiendo que los mayores sean apaleados y los jóvenes amedrentados por tiradores de precisión. Es la bancarrota moral de un revolucionario.
Los nicaragüenses no se lo perdonan, sobre todo los más viejos, pero también los jóvenes, que sueñan con un país democrático y plural, que no siga siendo liderado de forma autoritaria y patriarcal, como si fuera una finca familiar. Ortega ha forzado a muchos al exilio.
La mayoría de sus compañeros de camino se han distanciado de Ortega, pero el clan juega con el tiempo y confía en que, tarde o temprano, a los críticos se les acaben las energías y las ganas. En algún momento, las generaciones venideras no podrán pensar en ninguna otra forma de gobierno que no sea el poder en manos de un partido único de un clan familiar. ¿Qué se puede hacer contra esto desde fuera del país? Apoyar, en la medida de lo posible, a quienes sigan portando la antorcha de la libertad y la democracia frente a todas las adversidades.