Pasqualina Curcio: Terapia de choque ¿Solución mágica?

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Se le atribuye el término al economista Jeffry Sachs después que diseñó el plan para contener la hiperinflación en Bolivia en 1985 junto con el entonces ministro de economía Gonzalo Sánchez de Lozada. Ya el monetarista Milton Friedman había aplicado este tipo de terapias en Chile durante la dictadura de Pinochet, las cuales denominó “políticas de choque”. En 2007 Naomi Klein sistematizó estas experiencias en su libro Doctrina del Shock.

Además de contener procesos hiperinflacionarios, estas terapias han sido aplicadas para garantizar la transición de sistemas socialistas a neoliberales. En 1992, Sachs, junto a Yegor Gaidar, entonces ministro de economía de Boris Yeltsin, programaron la aplicación de dicha terapia para pasar del modelo económico de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (Urss) al sistema de mercado de la Federación Rusa, proceso previamente iniciado con las políticas reformistas (Perestroika) de Mijail Gorbachov en 1985. Para ese momento, Rusia, como el resto de los países del bloque soviético registraba una escasez de alimentos, a pesar de que sus niveles de producción nacional eran los más altos en la historia. También registraba una hiperinflación consecuencia de la inexplicable depreciación del rublo. Nada es casual. El mencionado economista también asesoró la transición en Polonia (1990).

La terapia de choque se basa en un programa ortodoxo de estabilización, que no es otra cosa que el clásico paquete neoliberal consensuado en Washington: Liberación y unificación cambiaria, liberación de los precios, aumento de los precios de los combustibles y servicios básicos, reducción de la inversión y el gasto públicos y la disminución de la cantidad de dinero que circula en la economía supuestamente porque, según estos economistas monetaristas, es el aumento de la cantidad de dinero la causa del incremento de los precios, aunque, contradictoriamente, reconocen que la verdadera causa de las hiperinflaciones es el sistemático incremento del tipo de cambio. De hecho el propio Sachs afirma en su libro Macroeconomía en la Economía Global: “…Como casi todos los precios domésticos están vinculados al dólar por medio de la paridad de poder de compra, una vez que se estabiliza el tipo de cambio se puede detener casi de un día para otro la inflación” (Sachs y Larrain, 1994).

Recomiendan los creadores de las terapias de choque incorporar a las políticas ortodoxas una de corte heterodoxo, específicamente la congelación de los salarios. Dice Sachs: “los ajustes presupuestarios y la política monetaria contractivas son por sí mismos insuficientes para detener la inflación alta… Por lo tanto, los controles de salarios deben ser elementos cruciales”. Se niegan expresamente a “los contratos laborales de largo plazo, a la indexación de salarios y a ajustes automáticos de salarios basados en inflación pasada” (Sachs y Larrain, 1994).

Afirma Sachs refiriéndose a la terapia de choque: “es de particular interés hacer notar que, cuando los programas de estabilización tienen éxito, las hiperinflaciones tienden a terminar casi de un día para otro”, o sea desaparece como por arte de magia.

Es el caso que, el hecho de que en Bolivia se haya detenido casi que de un día para otro la hiperinflación a inicios de 1986, nada tuvo que ver con las políticas heterodoxas aplicadas, de lo contrario ¿cómo explicar, por ejemplo que en 1985 la cantidad de dinero con respecto al tamaño de la economía se redujo casi a la mitad (42%) y se registró la inflación más alta (11.750%), en cambio en 1987 aumentó 67% la cantidad de dinero con respecto al PIB y la inflación solo fue 15%? (Banco Mundial).

Lo que si fue un “acto de magia” en Bolivia es que se detuvo de un día para otro la depreciación del peso boliviano observada desde 1980 y por lo tanto la hiperinflación y la caída de la producción cuando en agosto de 1985 fue aprobado el Decreto 21.060 que, no solo incluyó, una a una, las políticas ortodoxas y heterodoxas de las terapias de choque, sino que formalizó un conjunto de concesiones a los capitales extranjeros privados en lo que a inversiones y a la explotación de las riquezas naturales bolivianas se refiere, exenciones de impuestos, disminución de las barreras aduaneras, además del reconocimiento de la circulación y créditos en moneda extranjera, así como el inicio de una ola de privatizaciones que pretendió incluir hasta el agua en Cochabamba.

Tampoco fue la terapia de choque aplicada por Sachs y Gadair en Rusia lo que detuvo la inexplicable depreciación del rublo y por lo tanto la hiperinflación y la caída de la economía que se registraron entre 1991 y 1995. A pesar de que esa terapia inició en 1992, no fue sino hasta 1996 cuando “por arte de magia” se detuvo la depreciación del rublo. No por casualidad coincidió con el inicio de la segunda ola de privatizaciones decretada por Yeltsin que implicó la subasta a precios de gallina flaca de todas las empresas estratégicas del Estado y el ingreso definitivo de capitales extranjeros y transnacionales, además de un importante endeudamiento.

Las depreciaciones del peso boliviano y del rublo son inexplicables desde el punto de vista económico, son el resultado de ataques a las monedas. Es la principal y más poderosa arma de guerra del imperialismo, confesado por sus propios voceros, cuyos objetivos son derrocar revoluciones y/o coaccionar, chantajear y extorsionar gobiernos. Es un mecanismo de dominación y neo colonización. Una vez alcanzados estos objetivos de guerra, seguir activando esta arma carece de sentido, por lo tanto, de la misma manera como repentinamente iniciaron el bombardeo contra la moneda, mágicamente lo detienen, lo que implicará que se detenga la hiperinflación y con ella la caída de la producción nacional. Efectivamente esas economías comienzan “mágicamente” a registrar un crecimiento de la producción, pero con efectos devastadores sobre las condiciones de vida de la población: la desigualdad en Rusia aumentó 268% desde 1990 y la pobreza en Bolivia llegó a superar el 60%.

La terapia de choque no es la solución mágica como se ha querido hacer ver, por el contrario, amplifica y potencia los efectos negativos del ataque a la moneda y de la hiperinflación sobre las condiciones de vida de la clase obrera y de la población en general. Este deterioro económico y social, junto con los bloqueos financieros que siempre acompañan a este tipo de guerras sirven para justificar lo que es el apéndice y la verdadera razón de ser de estas terapias: la entrega de la soberanía y del poder económico (aunque en apariencia el poder político permanezca igual) bajo el discurso de la necesidad de inversiones extranjeras y mediante concesiones económicas especiales a los capitales transnacionales para adquirir, con sus condiciones, las empresas estratégicas del Estado y hacerse de las riquezas naturales.

 

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