Ser o pretender ser presidente de Venezuela y no tener un título universitario fue, hasta la elección del teniente coronel Hugo Chávez, un pesado plomo en el ala. Los enemigos de Rómulo Betancourt le aplicaron el mote de “bachiller” pretendiendo sembrar dudas sobre su preparación para ejercer la presidencia. Resulta que a muchos de esos que así se burlaban bien podría aplicárseles el viejo adagio: “Lo que natura non da Salamanca non presta”.
Raúl Leoni salió ileso en cuanto a dudas sobre su formación profesional pero como atropellaba un poco las palabras al leer sus discursos, hicieron mofa de él con chistes como aquel en que el presidente le decía a su esposa: “Menca, tengo un hombre atrás”, cuando lo que quería decirle es ‘Menca tengo un hambre atroz’.
Con Rafael Caldera era imposible asomar la más peregrina o remota duda sobre su inteligencia y cultura. Muchos venezolanos saltaron de emoción y orgullo cuando el presidente Caldera, en su primer período, pronunció en inglés su discurso en la ONU. ¡La tapa del frasco!
A Carlos Andrés Pérez, quien apenas cursó incompleto el primer año de Medicina en la UCV (salió a su primer exilio) no le ahorraron chistes sobre su pretendida ignorancia aunada a la de su esposa Blanquita. Supuestamente un piloto de avión le pedía a CAP que controlara el funcionamiento de las luces intermitentes y Pérez respondía: “Ahora sí, ahorano, etc.”.
Luis Herrera Campíns era un hombre no solo graduado universitario sino además leído y amante de la cultura universal, pero sus asesores de imagen le aconsejaron que adoptara la de un campesino con sombrero pelo e’ guama, dicharachero y con gran afinidad por los refranes. Su contendor Luis Piñerúa Ordaz, quien no tenía título de bachiller, fue la piñata que eligieron Luis Beltrán Prieto y otras lenguas afiladas para aplicarle sus golpes. Decir que el único libro que había leído era el Libro Gordo de Petete, fue lo más suave. Alguno de esos asesores, que nunca la pegan, le sugirió decir que se había graduado en la universidad de la vida y eso fue el acabose. Allí las burlas llegaron al tope.
Hago un alto para aclarar, porque me consta ya que trabajé muy cerca de Piñerúa en su comando de campaña, que era extremadamente cuidadoso en la lectura de cada carta. Le daba pánico que se escapara un error ortográfico o de redacción. De él aprendí que, al menos para ese entonces, en la RAE no existía la palabra homenajear. Luego ya como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática, las opiniones de Piñerúa sobre todo jurídicas, eran oídas con especial atención porque solían ser acertadas.
Curiosamente la mayoría de los electores venezolanos decidió votar por un simple y llano teniente coronel. Todos aquellos opositores que centraron sus críticas en la presunta ignorancia o escasa educación de Hugo Chávez, se estrellaron contra la pared. La gente lo adoró aunque hablara durante ocho o nueve horas seguidas una cantidad de babiecadas. Lo importante no era lo que decía sino quién lo decía.
Así, poco a poco, llegamos a la elección de Pedro Castillo como presidente de Perú. Lo primero que parece obligado preguntarse es si en ese país que puede jactarse hasta de tener un Premio Nobel, ¿no había dos personas más presentables que Keiko Fujimori y Pedro Castillo para ser candidatos presidenciales? Pregunto y me respondo: Quizá los había y muchos, pero ninguno con el valor suficiente para asumir un cargo que es sometido indefectiblemente a una guillotina tribunalicia o parlamentaria.
En las últimas tres décadas, esa ha sido la suerte de los presidentes peruanos: Alberto Fujimori aún paga su condena de 25 años de prisión. Le siguió Alejandro Toledo, quien perseguido por la justicia acusado de corrupción, huyo a los Estados Unidos. Este país negó la extradición solicitada por Perú aduciendo que era difícil que se escapara por la pandemia. Está en libertad.
Sucesor de Toledo fue Alan García, quien obtuvo así un segundo mandato. Acusado de estar involucrado en la Operación Lava Jato, se suicidó. “Quizá el amigo Pedro es lo que Perú necesitaba -al menos para la mitad de los peruanos-. ¿Quién quita que dure todo su período y quizá sea reelecto una y otra vez?”
Le siguió Ollanta Humala quien junto con su esposa, ha sido acusado por el Ministerio Público de Perú de estar ambos involucrados en la trama de corrupción de la empresa brasileña Odebrecht. El fiscal Germán Juárez ha pedido 20 años de prisión para Humala, y 26 años para la ex primera dama Nadine Heredia, por lavado de activos y por supuestamente dirigir una organización criminal.
A Ollanta Humala le sucedió Pedro Pablo Kuczynski, quien cumple prisión domiciliaria acusado de corrupción también por el caso Odebrecht. Preparado al bate estaba el primer vicepresidente Martín Alberto Vizcarra Cornejo. Asumió su mandato en la sede del Congreso de la República, en Lima, el 23 de marzo de 2018 y fue destituido por el mismo Congreso el 10 de noviembredel 2020, por su “permanente incapacidad moral”.
Pedro Castillo, nuevo presidente de la hermana República del Perú, escasamente habrá terminado la escuela primaria. Las entrevistas que hemos visto y oído dan fe de esa apreciación. Los destituidos y el suicidado eran todos abogados o economistas. Todos con educación superior y miren lo inferior que terminaron. Quizá el amigo Pedro es lo que Perú necesitaba -al menos para la mitad de los peruanos-. ¿Quién quita que dure todo su período y quizá sea reelecto una y otra vez?