Si hoy hay una noticia que me ha despertado sobresaltada ha sido, sin duda, la polémica normativa aprobada en el Parlamento húngaro que prohíbe hablar de la homosexualidad en los programas escolares, que se prohíbe exponer contenidos sexuales a los menores de 18 años, que incluso prohíbe anuncios publicitarios donde aparezcan dos hombres, que prohíbe lecturas juveniles que pueda considerar perjudiciales, incluso podemos ver cómo se cuestionan películas que visibilizan la homosexualidad desde el respeto, la dignidad y el amor como puede ser el caso de Billy Elliot (como así indican opositores húngaros), y que tiene cargas de profundidad homófobas siguiendo la estela iniciada por Putin en Rusia, como señalan entidades de derechos humanos que comparan estas medidas legislativas con la ley rusa de 2013.
Una normativa así, con los plenos poderes y la mayoría que tiene Orbán en el Parlamento, abre una puerta peligrosísima a la censura, la persecución, la prohibición, el estigmatismo, la discriminación, y la criminalidad. Todo lo que Europa ya ha visto en su territorio en una época cruel que cada vez parece acercarse más de la mano de la ultraderecha.
Este es un paso más, cada vez más censura y prohibición como impedir la adopción por parte de parejas de gais y lesbianas, desde que Orbán accedió por segunda vez al poder en 2010, con una amplia mayoría que le permite utilizar un parlamento democrático para atentar y aniquilar a la propia democracia. Algo, lamentablemente, que ya hemos visto en otras ocasiones y que pensaríamos que en Europa estaríamos a salvo de todo ello.
Pero no, Hungría supone las fauces del lobo, el huevo de la serpiente que hace tiempo rompió su cascarón.
Aquellas elecciones del 2010, de las que ha pasado ya una larga década, marcaron un antes y un después en Hungría, y también en Europa. Diez años de agresiones democráticas deberían haber despertado a la Unión Europea de la que nos puede venir encima.
Víktor Orbán no solo puso en marcha un programa de reformas ultraconservadoras, sino de talante profundamente fascista. Y aquí sí es correcto utilizar este término que, lamentablemente, se emplea con demasiada ligereza en España sin ser consciente de las implicaciones reales que tiene. Cuando se “frivoliza” o “normaliza” un concepto de tanta significación, lo que ocurre es que luego no sabemos percibir con claridad cuándo llega a producirse.
Recordemos la primera medida: la nueva Constitución conocida como Ley Fundamental de Hungría, aprobada en 2011, encabezada con el titular “Dios bendiga a los húngaros”. Esta ley anulaba gran parte del poder del Tribunal Constitucional e iniciaba los recortes contra la libertad de expresión y contra la libertad política prohibiendo la propaganda electoral.
Iniciada ya su senda ultraconservadora, Orbán revalidó su triunfo en 2014. Su tercera legislatura reconvirtiendo la cultura política y social de un país.
En marzo de 2020, aprovechando la situación incipiente de la pandemia, el parlamento húngaro aprobó unas enmiendas que vacían el papel de la cámara y otorgan a Orbán poderes extraordinarios para gobernar “por decreto y por tiempo indefinido”.
Como bien señala Ignacio García de Paso, en El Orden Mundial, hay tres grandes rasgos que configuran la política de Orbán: un profundo nacionalismo, recorte de libertades basado en un paternalismo autoritario, y un tradicionalismo profundamente conservador basado en la indiscutibilidad de unas raíces religiosas comunes para Europa.
Advierte I.G. de Paso, cómo se han borrado los límites que separa el partido gobernante de las estructuras del propio estado húngaro, su visión euroescéptica que ve a la UE como una incómoda injerencia, y su voluntad públicamente manifestada de convertir a Hungría en un estado “no-liberal”, citando como ejemplos a China o a Rusia.
A Orbán le da igual que la UE le sancione, que le llame la atención, porque su objetivo no pasa por ser un aliado de Europa, sino que demuestra sentir un profundo desprecio por los valores europeos.
Lamentablemente, tampoco ha encontrado una oposición firme en el Parlamento Europeo, ya que el Partido Popular Europeo, al que pertenece el partido de Orbán, nunca ha castigado, ni frenado, ni censurado el camino que está emprendiendo Hungría.
En Hungría hay una oposición que se está articulando frente a Orbán. ¿Podrán, lo conseguirán? ¿O nos encontraremos con las agresiones que, frente a los opositores, estamos viendo en otros países como Rusia, Nicaragua u otros muchos?