La pandemia provocada por el Covid-19 ha generalizado en el ambiente mediático la exposición y controversia sobre el tema de El Gran Reseteo, propuesto por Klaus Schwab y su grupo de asesores que definen el contenido de la agenda del foro económico de Davos. Se discute no solo sobre el impacto de la crisis económica y social derivada de dicha pandemia que se está aprovechando como excusa para tratar de acelerar la puesta en marcha de ese proyecto de Davos, sino igualmente sobre los objetivos fundamentales de dicho proyecto, en base a los cuales es posible inclusive cuestionar el término de Reseteo.
Debe aclararse que el significado etimológico de resetear lo vincula a la acción de reset que en ingles significa volver al estado inicial y en el lenguaje coloquial de la informática se traduce como la acción de regresar la computadora a sus estado original, eliminando defectos que se hubieran introducido en sus sistema operativo. Sin embargo no es eso lo que se propone con El Gran Reseteo, ya que, como veremos seguidamente, lo que se pretende son cambios radicales y revolucionarios con pretensiones de lograr una nueva sociedad global e inclusive un nuevo ser humano como solución a la grave crisis que confronta la sociedad actual.
Siendo esos los objetivos, lo que se propone en Davos es Reformatear la sociedad y refundar la naturaleza humana para así lograr otra con el auxilio de la técnica, la tecnología, y una nueva gobernanza, con objetivos de construir un sistema social y cultural único y un sistema económico único en reemplazo del sistema capitalista que, para los proponentes, está al borde del colapso. Todo lo cual y, a juzgar por esas revolucionarias propuestas de cambio coincidentes con la Agenda 2030 de Naciones Unidas -la cual se pretende adelantar con ocasión de la oportunidad que supone la catástrofe del Covid-19, implica, como lo señala Bruno Zazo de la Durham University UK, la imposición de una única cosmovisión mundial y una teología política para que todo sea más fácil de controlar y gestionar mediante un centro común de gobierno, con lo cual las naciones tienden a desaparecer y los Estados tienden a fusionarse en entidades cada vez mayores y más globales. Se pretende así el desarrollo de un mundo hiperglobal y postcapitalista, con la promoción de ideas como el ecologismo y el animalismo, la ideología de género, y en el que se impone un poder totalitario, se acentúa el control social sobre la vida financiera y nuevas modalidades de trabajo en las que los robots irán sustituyendo a los seres humanos en la mayoría de las actividades hasta llegar a la tecnoservidumbre con la desaparición de la propiedad privada, la extinción de la familia como célula fundamental de la sociedad y de los fundamentos e instituciones de la democracia liberal (1).
Se trata de la visión globalista en lo social y económico promovida no solo por el Foro Económico Mundial de Davos sino igualmente por instituciones como la ONU, el FMI, poderosas grupos financieros y medios de comunicación mundial, apoyados todos por la élite financiera y burocrática global y con el soporte de las gigantescas empresas tecnológicas que, como hegemones del social media, controlan y manipulan la información y han surgido como agentes protagónicos en las nuevas realidades que configuran la revolución científica y tecnológica del presente siglo.
Frente a este empeño de ingeniería social y biológica que pretende sacrificar la libertad para reformatear la sociedad global y transformar al ser humano, al margen de la bioética, en una especie hiperinteligente que no tendría otra alternativa que la de fusionarse con las máquinas, están surgiendo otros poderosos grupos que no desean esos cambios radicales, destructores del estado nación y del patriotismo y recuerdan el fracaso histórico del demencial empeño de limpieza étnica promovido por Hitler y el Fascismo, causante del holocausto de la Segunda Guerra Mundial con más de 20 millones de pérdidas de vidas humanas, superadas solo por los casi 100 millones de víctimas del empeño de expandir globalmente el comunismo en tiempos de Lenin y Stalin. La China de Chi Xi Ji Ping, la Rusia de Putin y las tecnocracias islámicas son abiertamente opuestas a ese cambio globalista, como también lo será la India, así como gran parte de la sociedad e instituciones de los Estados Unidos.
Pero, en cualquier caso, no cabe dudas que frente a las amenazas globalistas y progresistas y los cambios que necesariamente se imponen para preservar la libertad y acoplar la democracia a las demandas de las nuevas realidades globales y solventar la grave desconexión entre los ciudadanos y la política, el desprestigio de los partidos, el déficit de liderazgo político y en general el notable deterioro de las instituciones democráticas, se hace necesario y perentorio resetear la democracia para rescatar la credibilidad ciudadana en este que -recordando a Churchill- está considerado como el menos malos de los sistemas políticos, pero que en América Latina asoma una profunda crisis de desconfianza cuando, según datos de Latinobarometro (2018), la satisfacción con este sistema político ha caído de 44% en 2008 a solo el 24% en 2018 y otros indicadores señalan que la confianza en los partidos políticos, que son pilares del sistema no supera el 13%, muy por debajo de la Iglesia (63%).
Resetear la democracia supone entonces superar la diferencia, cada vez menor, entre izquierda y derecha en el aspecto político y entender que lo que está en juego es un nuevo conflicto entre quienes pretenden sacrificar la libertad del ser humano y acabar con la soberanía de las naciones para construir un mundo hiperglobal en base a un supuesto progresismo que entierra los valores de la cultura occidental con una élite dominante y hegemónica por un lado, y por otro quienes defienden el estado nación, el patriotismo, los valores humanos y los fundamentos de las instituciones democráticas.
Resetear la democracia supone igualmente rescatar el orden democrático, tal y como ha sido originalmente concebido con sus valores principios e instituciones. Supone entender que con el proceso de globalización -no de globalismo-, y con la revolución de las comunicaciones y del conocimiento que está en marcha se están dando las condiciones adecuadas para la expansión mundial de ese sistema, pero ahora con ciudadanos con una visión de ciudadanía global, mejor educados y mejor formados e informados, como garantes de una genuina democracia liberal en la que se vote con plena conciencia para elegir y se reclame con plena autoridad cuando fallen los elegidos. Supone entender que el compromiso ciudadano es el pilar fundamental de la democracia por lo que se requiere fortalecer la sociedad civil como estrategia fundamental para enfrentar cualquier amenaza a la gobernanza democrática, incluyendo el acoso populista y las manipulaciones de caudillos carismáticos.
Resetear la democracia supone además educar para el ejercicio democrático formando ciudadanos conscientes del compromiso cívico y la responsabilidad social que implica su desempeño en este sistema político y de gobierno. En este objetivo fundamental, estrechamente vinculado a la promoción del capital social, debe empeñarse el sistema educativo en todos sus niveles, los medios de comunicación, la Iglesia, los grupos empresariales y todas las organizaciones de la sociedad civil. Conviene recordar que el ejercicio democrático no se limita solo al votar y, como lo expresaba la sentencia del expresidente Kennedy: “La ignorancia de un votante, en una democracia, pone en peligro la seguridad de todos.”
El esfuerzo de cambios para superar las deficiencias o vicios de la democrática debe igualmente apuntar hacia el rescate de la ética en la gestión gubernamental y hacia la búsqueda de fórmulas o esquemas de gobernabilidad que, en el caso de América Latina, son imprescindibles para superar las rigideces y vicios del presidencialismo. La figura de un vicepresidente ejecutivo o de un primer ministro que puedan ser removidos por el Parlamento deben ser opciones a considerar, así como el reforzamiento de los sistemas de contraloría de la gestión de gobierno para combatir eficientemente el flagelo de la corrupción en una región en la que, según Latinobarometro mas del 50% de los ciudadanos considera que la gran mayoría de los funcionarios públicos, parlamentarios, concejales y gobernantes locales están involucrados en actos de corrupción, y en la que hay 9 expresidentes y vicepresidentes que están en la cárcel, prófugos o procesados en su país por casos de corrupción.
El deterioro de la credibilidad en la gestión de la democracia está además vinculado a los problemas sociales y económicos no resueltos por la mayoría de esos gobiernos y que en América Latina se refleja en la grave inequidad y dramáticos bolsones de pobreza que son caldo de cultivo para la demagogia populista, por lo que en el reseteo de la democracia debe igualmente considerarse el sistema económico que sea capaz de solventar el tema de la pobreza y de la desigualdad social. Por ello la lucha contra la pobreza y la exclusión debe asumirse como un imperativo político y un mandato ético para asegurar la vigencia de la democracia. A nuestro juicio se impone entonces la promoción del sistema de economía social y ecológica de mercado que plantea un enfoque integral y holístico para solventar los problemas del desarrollo, en armonía con el entorno ambiental, preservando la libertad individual y la dignidad de la persona humana como valores irrenunciables, y se fundamenta en principios que concilian la eficiencia económica con la solidaridad y la justicia social, ubicando a la persona humana como eje y fin del desarrollo y de la actividad económica.
Insistimos en que la globalización y la revolución de la información y del conocimiento pueden contribuir a la expansión de la democracia liberal que es el sistema político dominante en buena parte del mundo, siempre y cuando se logre corregir las notables ineficiencias señaladas que han dado lugar al surgimiento de regímenes populistas que se promueven como más eficientes y al final ignoran la voluntad popular y terminan en gobiernos autoritarios que sólo dejan miseria y violación de derechos humanos en los pueblos que los sufren. Por ello en la promoción y defensa de la democracia liberal se debe considerar, además, la conformación de acuerdos internacionales en defensa de los principios libertarios y de los valores democráticos para contrarrestar las corrientes o foros que, con pretensiones de imponer esas fracasadas recetas del pasado, representan otra amenaza a la libertad y a la institucionalidad democrática.
El esfuerzo para fortalecer la democracia supone finalmente reformular o resetear el ejercicio de la política para deslastrarla del clientelismo, del déficit de valores y del vicio de la corrupción. En ese empeño se requiere promover líderes, con sólidos principios éticos, que entiendan la política como un servicio público y no como una oportunidad para provecho individual y crematístico. Debe igualmente explorarse novedosas modalidades de financiamiento transparente de los partidos políticos para que los mismos respondan libremente a sus principios e ideologías y no a mandatos de oscuros intereses de financistas. Estos correctivos son imprescindibles para superar la crisis actual de la política y sus organizaciones y cambiar la negativa imagen histórica reflejada en la dura sentencia de Voltaire cuando afirmaba que “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”.
1- Bruno Zazo, El Gran Reseteo Mundial.Cambio vs.Revolución, como fundamentos de la naturaleza humana. Versión Kindle.