Lo que va de este siglo nos muestra que nuestra región ha adolecido de la capacidad para alcanzar al mundo desarrollado y no solo en cuanto al progreso económico, sino también al político.
Las teorías del retraso de la región en relación con desarrollo son harto conocidas y circulan alrededor de la teoría de la dependencia. Esta teoría muy de moda en la mitad del siglo pasado postulaba, palabras más palabras menos, que el imperio, en nuestro caso el norteamericano, o los países desarrollados impedían ese desarrollo. Luego vinieron algunos que apuntaron que no era solo el imperio sino que también las élites nacionales que se prestaban para eso pues también se beneficiaban de la relación de dependencia.
Como se puede apreciar, aún hay muchos que están atados a estos postulados y plantean una revolución socialista (léase comunista) como única salida para alcanzar el desarrollo y la prosperidad de los pobres. Por cierto ha sido la propia China comunista la que ha roto con ese paralizante paradigma y postula que el capitalismo es lo que le permite desarrollarse y como corolario enfrentar al imperio o a los países desarrollados.
La historia de América Latina, en lo político, ha sido una sucesión de desengaños. Se han explorado una variedad de modelos políticos de gobierno que al final han fracasado. Dictaduras militares y “civicomilitares” de derecha y de izquierda, partidos de todos los colores del espectro político, dictaduras marxistas y no marxistas, gobiernos mafiosos y corruptos en mayor o menos grado, y pare Ud. de contar.
En este siglo la región fue arropada por lo que se llamó la “marea rosada”. Ella trajo un conjunto de gobiernos y gobernantes que se alinearon en mayor o menos grado con lo que conocemos por Socialismo del Siglo XXI (SSXXI). Fue una década y media en que el castrochavismo dominó la escena internacional y nacional. El fracaso de esos modelos y la caída del precio de las materias primas derrumbó las ilusiones de desarrollo.
Muchos de los países lograron salir de los diferentes modelos del SSXXI mostraron una nueva cara de la región, pero esa brisa de cambio parece haber durado poco o muy poco como fueron los casos de Argentina y Bolivia. Más bien pareciera que la región se prepara para una vuelta de líderes que son o han manifestado simpatías con el castrochavismo. Lula da Silva, reaparece como fuerte candidato a reemplazar a Bolsonaro en Brasil.
Chile comienza un proceso constituyente luego de unos procesos vandálicos que pusieron a arder al país y quebraron la institucionalidad política de un país que fue estable por décadas.
En Colombia los procesos de protestas se incrementan y el vandalismo también ha tomado protagonismo, frente a unas elecciones presidenciales que se avecinan y que han posicionado como candidato ganador a Gustavo Petro, un líder vinculado al castrochavismo.
En Perú el triunfo de Castillo, otro que muchos catalogan como alineado con castrochavismo, es la prístina muestra del fracaso de unas élites que ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo para lanzar un candidato único y evitar este triunfo que ahora lamentan.
Volviendo a China, el empeño del Partido Comunista chino de impulsar el capitalismo a múltiples niveles, reservándose para ellos la política, parece haber sido su gran éxito económico al transformar en medio siglo un país subdesarrollado en uno desarrollado y más, en una potencia ahora temida, como se mostró o en la reciente reunión del G7. Capitalismo sin democracia.
En nuestra región el capitalismo se ha desarrollado en su peor forma, un capitalismo sin mucha competencia nacional y menos internacional. Una especie de capitalismo primitivo. Empresas privadas que solo compiten por el favor del Estado y viven de marcados cautivos. Élites que se enquistan para vivir del poder y no de la producción y la competencia.
Claro que hay islas de excelencia y períodos de desarrollo que muestran un futuro promisor para América Latina. Sin embargo, como hemos visto la inercia del modelo que subyace reaparece para retrotraernos al pasado. En esos momentos de expansión económica se ha logrado disminuir la pobreza pero no las desigualdades en la región. En muchos casos se ha creado la ilusión que se habían consolidado las instituciones republicanas, pero ellas crujen y colapsan al menor movimiento.
No es que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Es que sus líderes no son capaces de mostrar el camino a mejores gobiernos. No fueron los venezolanos ni ahora los peruanos los que eligieron mal, fueron las élites que los encajonaron entre opciones o alternativas nefastas. No son los pueblos, los que fallan son sus élites.