Rafael Ramírez: La dimensión de Carabobo

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Este próximo 24 de junio se celebran 200 años de la Batalla de Carabobo, brillante acción militar conducida de manera heroica por El Libertador Simón Bolívar, que sellaría la independencia de Venezuela y pondría fin a más de 10 años de cruenta guerra contra el imperio español en nuestro país. Esta acción militar  garantizó la independencia en la Nueva Granada, alcanzada por El Libertador años antes y le permitió abrir operaciones militares hacia el sur del Continente, expulsando al imperio español de toda Suramérica, fundando cinco Repúblicas y consolidando a la Gran Colombia.

Carabobo tiene una dimensión extraordinaria y continental que trasciende hasta el día de hoy. El genio y la determinación de Bolívar y los demás próceres dieron en esa batalla el golpe final a los veteranos ejércitos de uno de los imperios más poderosos de la tierra. El cruel imperio español que pretendía ahogar en sangre y barbarie nuestra determinación de ser libres.

Solo el genio político-militar de Bolívar fue capaz de entender, adelantándose a su época, el carácter de liberación nacional de la guerra, reflejado en el Decreto de Guerra a Muerte. Los años terribles de la Segunda República, su caída alanceada por los llaneros y las atrocidades de Boves, la derrota, el exilio y la influencia de Pétion, hicieron que  El Libertador comprendiera el carácter social de la Guerra de Independencia. Ésta, no podía ser solo una aspiración política de las élites criollas en contra de la dominación de España; tenía que convertirse necesariamente en una guerra social, del pueblo. De allí sus Decretos aboliendo la esclavitud y los privilegios de castas impuestos por el colonialismo. Daba Bolívar un paso político de trascendencia para su época y espacio, que le permitió aglutinar al pueblo venezolano bajo la bandera tricolor del ejército patriota. Esto a pesar de que una parte de la élite criolla que lo acompañaba militarmente no entendía o simplemente, no estaba dispuesta a desprenderse ni de sus esclavos ni de sus privilegios.

La liberación de Guayana –la octava estrella–, el Congreso de Angostura y la creación de la Gran Colombia,  dotaron a la nueva República de un marco constitucional e instituciones a las que siempre se subordinó El Libertador, así como una carácter continental a la guerra y de unidad; fusión, en una sola unidad político-territorial de los territorios liberados bajo la Gran Colombia.

La guerra de independencia permitió acrisolar el sentido nacional del pueblo venezolano, luego de una cruenta guerra que acabó con la vida de más de un tercio de nuestra población, liberándose de la égida político-espiritual de una Capitanía General de la Colonia, para crear, no una nueva de monarquía, sino una República, sin castas ni privilegios, subordinados a la Constitución y las leyes, con un cuerpo institucional que impidiera el caos y la tiranía, soportada por las armas del Ejército Libertador, cuya espada –tal como lo repitió Bolívar en su última proclama ya traicionado– sólo se emplearía para defender las garantías sociales.

Durante toda la guerra de independencia, nuestra tierra, sus campos y pueblos, fue bañada con sangre venezolana en una gesta donde se escribieron páginas de sacrificio, heroísmo y amor patrio, con extraordinarias lecciones de política e infinitos ejemplos de heroísmo, valor y desprendimiento que constituyen nuestro patrimonio colectivo como pueblo y que hoy doscientos años después, cuando la patria se entrega y se descuaja, están más vigentes que nunca.

Luego de Carabobo, se incubaba la traición entre las nuevas elites en los territorios liberados, en torno a Páez y Santander, mientras Bolívar y Sucre se empeñaban en la guerra al sur. Luego vendría el enfrentamiento abierto, el pérfido atentado de Bogotá en contra de El Libertador, la emboscada de Berruecos donde asesinaron a Sucre, el “Abel de América”, como diría Bolívar en medio del dolor.

Un Simón Bolívar asediado por la perfidia y la traición, el genio libertador de cinco Repúblicas, muere solo y rodeado de muy pocos, derrotado por sus enemigos, como lo dijo él mismo con amargura en su última proclama a los Colombianos: “… Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro…”.

A partir de allí, vino la traición a su legado, se descuajó la Gran Colombia, se desbandó al Ejército Libertador –los llaneros y campesinos volvieron a ser esclavos, pobres sin tierra– y los caudillos y segundones, oportunistas de todo tipo, se adueñaron de las nuevas Repúblicas suramericanas.

En Venezuela, tal como en el mito de Sísifo, la historia de nuestro país después de Carabobo ha sido la de un permanente engaño y traición.  Después de Bolívar, vino Páez; después de Zamora vino Guzmán Blanco; después de Fabricio Ojeda vino Betancourt y después de Chávez vino maduro. A cada esfuerzo liberador, a cada momento histórico, estelar, donde llegamos a rasgar las tinieblas, sobreviene una traición, para volver a perdernos en el abismo.

Sin duda, de todos los esfuerzos colectivos de nuestro pueblo, de todos sus intentos redentores, el más genuinamente Bolivariano ha sido el de Chávez. Aunque obviamente nadie puede apropiarse de la figura de Bolívar, este legado es de todos los venezolanos, si podemos reclamar a un Bolívar vivo, popular, vibrante como idea, revolucionario, anti imperialista.

El presidente Chávez asumió el Bolivarianismo como parte integral de sus tesis políticas. La revolución Bolivariana de Chávez fue concebida como una continuación del proyecto Bolivariano. Así la entendimos y asumimos todos, como un compromiso histórico de avanzar en el camino trazado por Bolívar, en base a su eje central de independencia y soberanía, justicia social y unidad, enriquecida con lo más avanzado del pensamiento político de su época, que pasaba por la abolición de la esclavitud, el sistema económico de dominación de su época. Para Chávez, y nosotros, en nuestros días, en nuestra época, se trata de abolir el capitalismo como sistema de dominación y la construcción del socialismo como alternativa.

Pero tal como en Berruecos y Santa Marta, el proyecto Bolivariano se ha visto nuevamente truncado tras el asesinato del presidente Chávez. Del proyecto, su legado y su obra NO QUEDA NADA.

El madurismo representa, nuevamente, la traición a Bolívar y Chávez, la restauración de la dominación y el desmantelamiento de la Patria. A 200 años de Carabobo, nuestra Nación está como nunca antes en peligro de ser rematada, entregada. Sus fronteras, con Colombia, con Guyana; su territorio, El Esequibo, el Arco Minero; sus recursos naturales, el petróleo, el gas, el oro y otros minerales estratégicos; su soberanía, la economía dolarizada, entregada al capital más especulativo y ramplón, a sus empresas transnacionales, a través de la “ley Anti Bloqueo”, la “ley de Zonas Económicas Especiales”, la nueva “ley de Hidrocarburos”; las armas de la República se emplean no para defender las garantías sociales, ni la Constitución, sino para sostener a una tiranía que mantiene al país sumido en el miedo, la injusticia, la opresión, mientras le han arrebatado todas las conquistas políticas, económicas y sociales alcanzadas durante la Revolución Bolivariana.

A 200 años de Carabobo el pueblo venezolano, protagonista de aquella gesta heroica, se encuentra arrinconado, desesperanzado, sumido en una terrible miseria, tratando de salir del país como puede, –ya lo han hecho más de 5,5 millones–.

Estamos cada vez más lejos del pensamiento de Bolívar y Chávez, de aquel sistema de gobierno que El Libertador soñaba como el que proveyera “la mayor suma de felicidad posible” a los ciudadanos, estamos lejos del “Vivir Bien” y de la Plena Soberanía Petrolera de Chávez. Muy lejos estamos del Socialismo del Siglo XXI

Este gobierno ha desmantelado a las instituciones de la República, violado la Constitución, las leyes y los derechos fundamentales de los venezolanos, es un gobierno que reprime, tortura y mata, encarcela trabajadores y persigue al Chavismo para entregar la patria, sus recursos, sus empresas, su petróleo, el futuro de todos los venezolanos, nuestra soberanía.

El 24 de junio seguro desfilarán –no sin dificultad– los tanques, armamentos y componentes del Ejército –en ese mismo campo inmortal de Carabobo me condecoró el presidente Chávez luego de la derrota del Sabotaje Petrolero en 2003. Es un campo sagrado, un espacio para la reflexión, el pensamiento grande, especialmente de nuestros componentes militares, de los herederos de la gloria del Ejército Libertador, sobre la situación actual del país y su papel en nuestra historia.

Vendrán los discursos y la propaganda del madurismo, capaz de convertir cualquier cosa, desde empresarios corruptos hasta diputados oportunistas, en héroes de la patria. Vendrán golpes de pecho y juramentos; las poses grandilocuentes y utilizarán una y mil veces más a Chávez, a Bolívar, para justificar lo injustificable, para excusar la entrega del país y evadir sus responsabilidades en este desastre. La tribuna estará a reventar de oportunistas y de los artífices de la entrega, mientras que el pueblo protagonista hace 200 años, estará ausente, sumergido en el día a día de su miseria, de su desesperanza.

El madurismo tiene su gobierno de espaldas al pueblo, tiene sus leyes y su propio plan de entrega de la patria. La gran pregunta es ¿hasta cuándo callará el Chavismo? ¿Hasta cuándo la Fuerza Armada Nacional Bolivariana bajará la cabeza? ¿Hasta cuándo el pueblo aguantará y seguirá sufriendo su tragedia en silencio?

A doscientos años de Carabobo, el país, como un todo, debe convocarse, el Chavismo debe convocarse. Debemos acudir, aquí y ahora, a cumplir nuestra responsabilidad histórica, nuestro esfuerzo consecuente con el de Bolívar, el de Chávez, debemos derrotar al madurismo, debemos romper ese mito de Sísifo, la maldición de las traiciones y el engaño.

Volver a Carabobo es volver a Bolívar y a Chávez, vivos y vibrantes en el corazón y la conciencia del pueblo. Volver al ejemplo heroico de los padres de la patria, de los héroes de Carabobo, de un pueblo grande, orgulloso, el mismo que cruzó Los Andes, no para escapar de un gobierno tiránico, sino para derrotar la opresión.

A doscientos años de Carabobo, nuestro pueblo debe reivindicar toda su gloria, su pasado heroico, grande, hermoso, que no puede ser resumido en un tuiter, ni manipulado por las tendencias de los bots del gobierno y mucho menos utilizado en su beneficio por estos tiranos. Carabobo tiene un gran contenido revolucionario, una dimensión histórica, la obra de un genio libertador que hoy día, todos los días, es mancillado por este gobierno entreguista. Carabobo nos debe convocar a lo grande, volver a Chávez, que es volver al camino de la revolución, zafarnos de este gobierno infame y entreguista, para volver al cauce de la Constitución, de la grandeza, donde el pueblo sea protagonista de su propio destino y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana verdaderos garantes de sus conquistas, de la independencia y la soberanía de nuestra Patria.

 

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