¿Cómo nació el hombre? Muchas enseñanzas de la Iglesia católica son opuestas a los conocimientos del mundo moderno.
Hasta hace poco, cuando se preguntaba a los adultos por qué habían bautizado a sus hijos, muchos respondían: “Por los valores que adquieren”. Tras esta frase se halla una postura acuñada por el escritor Fiódor Dostoyevski: “Si Dios no existe, todo está permitido”.
En 2015 se publicó un estudio que precisamente se opone a esa idea: En una encuesta, científicos de siete países, incluidos Qatar, China, Sudáfrica y EE. UU., descubrieron que los niños de hogares no religiosos compartían más y excluían menos a otros niños que los religiosos. Ese estudio causó indignación. La metodología utilizada por los científicos no habría sido lo suficientemente concluyente, se criticó. Sin embargo, la pregunta sobre los valores que transmite la religión aún sigue presente y sin respuesta.
¿De vuelta al corsé católico?
En Italia, una nueva ley tiene como objetivo garantizar la igualdad de las personas no heterosexuales. El Vaticano protestó de manera diplomática. Exigió un cambio de dicha propuesta legislativa presentada por los socialdemócratas, haciendo referencia a la libertad religiosa. Así, la Santa Sede intenta obligar a la república a que regrese al encorsetamiento católico. En concreto, la Iglesia teme verse invadida por las quejas de padres conservadores, de si en las escuelas católicas del país ya no solo se puede enseñar la heteronormatividad prescrita por Dios, sino que también es obligatorio participar en jornadas de acción nacional contra la homofobia, por ejemplo.
¿No es un valor cristiano, incluso un deber cristiano, defender a quienes son discriminados y poner fin a su discriminación? Sí, pero al final, las religiones no son ayudas vitales con adjunto dogmático, sino estructuras de creencias que otorgan una cualidad divina a ciertos elementos de la realidad. Y así, el catolicismo y otras religiones, como el islam y el budismo, contemplan una cualidad normativa e indiscutible en la unión marital entre el hombre y la mujer. Esta estandarización se basa en la siguiente noción atávica: Sin reproducción surge el peligro existencial en la sociedad y, por tanto, también en la religión correspondiente.
Por eso, en el mundo monoteísta, lo sexual está estandarizado: Lo que ocurre fuera del matrimonio, y no entre la mujer y el hombre, es pecado. En el budismo, la obediencia se establece a través del vínculo con los antepasados, venerados mediante rituales: Sin hijos, la rama familiar se seca, lo que allí se considera un estigma.
Visiones del mundo desde los primeros días de la civilización
Las religiones, que desarrollaron sus cosmovisiones en los primeros días de la civilización humana, las que están vigentes hasta nuestros días, se cruzan con las convicciones y verdades indiscutibles del mundo libre y democrático: La ciencia no solo enseña, sino que revela y prueba la diversidad de las relaciones humanas, disposiciones sexuales y los diferentes planes de vida que pueden resultar. Los ancianos se acordarán de las normas establecidas por la iglesia, que también han infligido grandes tormentos a los heterosexuales. Por lo tanto, no solo se trata de proteger a las minorías, sino también a aquellos que simplemente se han transformado en mayoría por la enseñanza de la Iglesia, sin que se les haya preguntado si están de acuerdo.
Las ideas religiosas, opuestas al conocimiento científico moderno y a la convivencia humana no tienen cabida en las sociedades libres, incluyendo los valores católicos que el Vaticano quiere imponer a los italianos, porque, según la fe católica, los hombres y las mujeres no son iguales. Y las personas que no son heterosexuales tienen aún menos valor que las que se procrean en el nombre del señor. De hecho, una visión del mundo así no puede tener cabida en las escuelas. A los niños hay que mantenerlos alejados de conceptos tan absurdos y erróneos, porque, en definitiva, estos no son valores de sociedades democráticas libres.
Alexander Görlach es doctor en Lingüística y Teología. Es miembro senior del Carnegie Council for Ethics in International Affairs e investigador asociado senior en la Universidad de Cambridge en el Instituto de Religión y Estudios Internacionales.