Los 25 artesanos de la cestería que quedan, de los 150 que tenía el corredor turístico de El Abejal, en el municipio Guásimos, hoy se resisten a dejar morir una tradición que de por vida sostuvo a cientos de familias dedicadas a tejer con el bejuco, la caña brava y el mimbre hermosas piezas para el sustento del hogar.
50 años, bodas de oro, tiene esta tradición que hoy se ve mermada ante la galopante crisis económica a la cual no son ajenos.
La diáspora de venezolanos al exterior se llevó consigo a los jóvenes que hoy debían estar heredando de sus ancestros este arte; sin embargo, quienes se quedaron tuvieron que dedicarse a diversas actividades económicas para sobrevivir en medio de la crisis económica y pandémica.
El artesano, José Marino Morales explicó que desde hace 54 años se dedica a este trabajo el cual heredó de su madre, quien le enseñó cómo tejer con diversos materiales con los cuales elabora bolsos, sombreros y otros artículos.
También el comerciante contaba con una cartera de clientes que venía desde el interior del país para llevar la mercancía a otras regiones, como Mérida, Lara, Sucre y Caracas, donde les ponían algunos detalles para luego ser enviados hacia el exterior.
“Todo esto ha disminuido por el transporte, pues yo tenía clientes que venían a comprarme cada mes tres o cuatro docenas de productos, y ahora no volvieron por las fallas en el combustible”, expresó.
Como todas las actividades económicas tachirenses, los artesanos tuvieron que “pesificar” sus productos para no descapitalizarse. Es por ello, que un sombrero tejido para niño ya puede costar 12.000 pesos colombianos, mientras que para un adulto 15.000 pesos.
El Abejal se queda solo
Cada fin de semana, el corredor turístico El Abejal recibía a decenas de turistas, quienes arribaban a este lugar para hacer compras, pero la falta de combustible y el bajo poder adquisitivo acabaron con esto.
“Aquí llegaban autobuses llenos de personas que venían por nuestros artículos, quienes valoraban nuestro trabajo, el cual era llevado hacia otros estados del país, pero eso se acabó, ya no viene la gente como antes”, acotó. El mes con mayor actividad comercial era diciembre. Pese a que están en la “línea del olvido”, los artesanos optan por abrir sus negocios y atender a las pocas personas que viajan de municipios como Uribante, Samuel Darío Maldonado, García de Hevia, Abejales para llevar algunos productos.
El intercambio comercial con artesanos de otras regiones del país desapareció, pues ellos venían al Táchira a hacer “trueque” y así hubiese variedad en los locales comerciales, de modo que el cliente tuviera alternativas a la hora de comprar.
“Tengo un álbum de fotos el cual observo de forma continua, y al apreciarlo me genera tristeza porque se veían muchas personas y ahora no hay nadie, lo que realmente me parte el corazón que hayamos llegado a esta situación”, acotó.
De este tipo de producto, lo que más tiene salida son las cestas para perros calientes y pasteles, ante el incremento de negocios que se dedican a esta actividad. “Antes se vendían muchas cesticas para babyshower, Moisés, pero ahora poco lo compran, así que se trabaja por encargo”, agregó la comerciante. Desde hace dos años, no compra material importado.
La cestería es una de las manifestaciones más resaltantes de la entidad que constituyen un factor importante a la economía regional, por ello los pequeños empresarios de Guásimos continúan apostando por mantener esta tradición que lleva más de 50 años. Aunque no ha sido un camino fácil, los tejedores esperan que la situación del país cambie a fin de que sus ventas mejoren y sean como las registradas décadas atrás.
Materia prima
La naturaleza, afortunadamente provee a estos trabajadores del arte de la materia prima; sin embargo, el no saber cortarla podría causar que no se vuelva a producir, por lo cual los artesanos piden a quienes lo hacen tener cautela a la hora de hacer este proceso.
El problema se presenta en el traslado desde el río hacia Palmira, donde le pueden llegar a cobrar hasta un millón de pesos (286 dólares), lo cual representa una gran inversión para estos pequeños empresarios, quienes tuvieron que disminuir la compra de la planta y trabajar por pedidos.
Al tener la hoja, se realiza un proceso llamado “pringar”, el cual consiste en rasparla, y posteriormente ponerla a hervir con agua, sal y limón.
Luego se deja secar, para finalmente usar en modo trenza, de cuatro y cinco pares.
Competencia desleal
La artesana Carmen Morales manifestó que son pocas las ventas que realiza y puede pasar hasta una semana que no vende ni un solo artículo debido a la crisis económica que se viene presentando, porque las personas no ven como una prioridad la compra de estos productos, sino la adquisición de alimentos para sus hogares. Señaló que de continuar la problemática llegará un momento donde se verá obligada a cerrar las puertas.
Denunció una competencia desleal por los revendedores, quienes compran al mayor y venden mucho más eco- nómico, afectando a quienes elaboran las piezas, las cuales requieren de tiempo y dedicación para su confección. “Por cada producto no es mucho lo que se le gana, y estas personas por querer ganar más lo venden a un costo mucho menor de lo que realmente vale, afectando a quienes llevamos muchos años trabajando con esto y quienes vivimos una crisis”, añadió Morales.
Comentó que sueña con que las ventas se alcen como años atrás, pues muchos pequeños empresarios sobreviven por esta actividad, que tiene más de 50 años de tradición en la región que albergó a más de 150 artesanos y en su momento fueron referencia nacional.
Maryerlin Villanueva – La Prensa Táchira