Los comunistas chinos están de fiesta. Hoy celebran su centenario. Con 92 millones de afiliados, es el mayor partido del mundo y de la historia, y el más poderoso en todos los aspectos, desde la población bajo su Gobierno, una quinta parte de la humanidad, hasta las instituciones, las empresas y sus fuerzas armadas, también las mayores del mundo. Ningún partido actual lleva tanto tiempo en el poder. Si bien no ha superado todavía la plusmarca bolchevique, los 74 años del Partido Comunista de la Unión Soviética, su estado de forma es envidiable cuando se halla ya tan cerca de alcanzarla, en 2023. La economía china, la segunda mundial, creció un 18′3% en el primer trimestre de 2021, cifras que contrastan con la decadencia del arruinado país de los soviets en el momento en que, con la misma longevidad, era ya una superpotencia agonizante.
Desmintiendo los malos augurios occidentales, la covid no ha sido el Chernóbil chino, sino todo lo contrario, la ocasión para demostrar la eficacia sanitaria, económica y tecnológica de la dictadura del partido y su disposición a pugnar por la hegemonía como superpotencia. Las celebraciones se dirigen precisamente a exhibir el radiante futuro que le espera al comunismo chino e incluso a ofrecerse como modelo alternativo a la democracia occidental, presentada como declinante por las autoridades chinas, refutando así el nihilismo histórico, pecado de los memoriosos que recuerdan las responsabilidades del Partido en la terrible hambruna que sufrió el país a principios de los años 60, el desastre de la llamada Gran Revolución Cultural o la sangrienta represión de la protesta estudiantil en la plaza pekinesa de Tiananmen en 1989.
Estos acontecimientos permanecen en el recuerdo de quienes los sufrieron y de sus familias, pero han sido deformados u obliterados por la historia oficial. Hasta hace un par de años, todavía Hong Kong celebraba Tiananmen con una multitudinaria vigilia nocturna, que el pasado 2020 fue prohibida por causa de la covid y este año por la aplicación de la nueva ley de seguridad dictada en secreto desde Pekín, precisamente el 30 de junio de 2020, otro aniversario sin celebración. Recordarlo es también cosa de nihilistas históricos, como todo lo que ponga en duda la centralidad y el monopolio del partido único y el culto a su máximo dirigente, Xi Jinping, reconocido por el Comité Central como el navegante y timonel principal, casi a la altura de Mao Zedong, el Gran Timonel, y a la par de Deng Xiaoping, el Pequeño Timonel.
La dirección colectiva que condujo el partido después de los excesos de Mao y su culto a la personalidad ya no rige con Xi, al igual que ha decaído también la limitación de mandatos y el relevo generacional cada diez años, por lo que el actual secretario general comunista podrá aspirar en 2022, en el XX Congreso, a regresar a la tradición estalinista de la dictadura vitalicia. Mao hizo la guerra y la revolución y fundó la república popular. Deng Xiaoping propulsó a China en el camino de prosperidad y sacó a millones de chinos de la pobreza. Xi Jinping, el émulo de Mao en el siglo XXI, tiene ante sí el reto de culminar la unificación china, con la anexión de Taiwán y la colonización del Mar de China Meridional, después de aplastar a la minoría uigur y terminar con las libertades en Hong Kong.
A falta de una profunda y rápida renovación de las democracias occidentales, y especialmente de la rival y mayor de todas ellas que es la estadounidense, el modelo de Xi Jinping se ofrece a los adoradores de la eficiencia económica y del orden social como una nueva distopía disponible y también la más inquietante. Además de un centenario, es una advertencia y una amenaza.