La serie “Juego de tronos” es una descarnada y deshumanizada lucha por el poder. Nuestro juego a la boliviana, no está a la altura de la famosa serie porque aquel era ficción. En el nuestro, apenas empezado el siglo XXI con nuevas figuras políticas, todo es real.
Y abunda la violencia, que no es solo cortar cuerpos y cabezas, que la hemos tenido. Hay violencia verbal que envenena el ambiente, denigra, hostiga y miente; amenaza con castigos, acomete crímenes contra la democracia porque hace fraudes electorales, desmantela la institucionalidad democrática, politiza la justicia, judicializa la política, agrede la libertad de prensa, comete burradas económicas y menoscaba Derechos Humanos.
Nuestro “juego de tronos” es para que quienes detentan el poder definan qué hacer con las vidas ajenas. Es decir, ejercer poder sobre vidas y haciendas para imponerle a la sociedad un partido único, el partido de gobierno -el Movimiento al Socialismo, MAS- como obstinadamente quiere su ‘jefazo’ ex presidente Evo Morales. Convertido en ‘señor de la guerra’, manda, ordena y decide sobre el destino de Bolivia. Por ejemplo, quiénes van presos preventivamente, a quiénes se imputa, se les sigue juicio y luego se condena. Tiene a su disposición un ejército de matones jurídicos que “arman casos” para que él ejerza la dominación total, para “toda la vida”. Se creen inmortales.
No obstante, la mentira tiene patas cortas, aunque los hombre y mujeres del MAS se desgañiten mintiendo, con cara de “yo no fui”, para imponer la tesis de que no hubo fraude en las elecciones de octubre de 2019, sino un golpe de Estado. Empero, sabemos que sí hubo fraude, corroborado por el lapidario Informe de la OEA y por la Unión Europea. De pronto olvidan que Morales renunció porque vio disminuido su poder militar, policial, político y social tras 21 días de paro pacífico contra el fraude, en todo el país. No recuerdan que él y su Vice huyeron en un avión expreso enviado por su afín ideológico mexicano. Olvidaron que también renunciaron en cadena todos los mandos sucesorios porque querían incendiar Bolivia, sin dragones como los de la serie, sino con masas movilizadas al grito de “ahora sí guerra civil”, con odio, dinamita, fuego y bala.
De todos los testimonios conocidos desde entonces a hoy, julio 2021, incluido el Informe/Memoria de la Iglesia Católica de Bolivia, la verdad ya habría absuelto a la expresidenta Jeanine Añez Chávez (54) de los cargos que se le imputaron: terrorismo, sedición y conspiración para detenerla en su Beni natal, trasladarla a prisión en la sede del centralismo y mantenerla incomunicada desde la madrugada del 13 de marzo de 2021. Fue un acto a contrapelo del Derecho, pues como expresidenta Constitucional Interina, le corresponde Juicio de Responsabilidades. En su condición de ciudadana y exsenadora, sus derechos constitucionales también han sido conculcados. Lo mismo que a dos de sus exministros y más de 20 funcionarios de su gobierno por supuestos delitos de “incumplimiento de deberes, conducta antieconómica, contratos lesivos al Estado y resoluciones contrarias a la Constitución”.
¡Hipócritas! ¿Y qué de las corrupciones cometidas y probadas durante los 14 años de Morales? ¿Y qué de las violaciones contra la Constitución Política del Estado perpetradas por Morales, sus amnésicos ministros y funcionarios viejos y nuevos, como frente al Art. 168 que prohíbe la reelección continua por más de 2 períodos? Los magistrados que aprobaron su “reelección indefinida” en 2017 y mandaron al infierno el voto soberano que en 2016 dijo NO, en un Referéndum, hoy están absueltos: inmunes, impunes y libres como Morales.
La lucha por el poder en la serie era para ocupar el Trono de Hierro de los Siete Reinos. Aquí, sin ficción, era y es para sentar reales en los símbolos del poder político, el Palacio Quemado o la casa del Pueblo: son contiguos. Al frente, al este o al poniente, desde donde se los mire, está otro símbolo de poder, el Legislativo, ostensiblemente disminuido porque anduvo 14 años subordinado al poder político. Hoy con Luis Arce en el Ejecutivo, ambos siguen las imposiciones de Morales. Si el Legislativo fuese independiente, como manda la norma de garantía democrática, equivaldría a la separación de poderes, con lo cual, el otro Poder, el Judicial, sería también independiente para evitar los abusos de poder.
El “Juego de tronos” boliviano juega con todos los poderes y hace uso de violencia jurídica a modo de guillotinas judiciales, de la mano del cinismo y una retahíla que impiden que la ética vaya de la mano de la ley. ¡Cuán lejos estamos de la doctrina del Derecho como civilización jurídica que pretende la armonización de la sociedad, diría Umberto Cerroni! La libertad de los modernos, insistiría, como estructura básica de la libertad jurídica, se fue a pique, entre otras razones, por la antipolítica concebida como la dicotomía ‘amigo-enemigo’, contra la razón política de los acuerdos y los pactos por la democracia como convivencia entre diferentes. Amén de los populismos de izquierda, Ernesto Laclau mediante, para granjearse adhesiones acríticas y el voto de sectores sociales, aun a costa de tomar medidas contra el Estado de Derecho.
En nuestro juego de tronos, la sociedad civil y la sociedad política de oposición están en total indefensión. Sobran represión, violencia e impostura. Faltan vacunas para frenar la pandemia, la sanitaria, porque la pandemia del juego por el poder rudo y duro solo se inmunizará con más y mejor democracia.