El “pueblo” es objeto de desvelo tanto para el gobierno como para la oposición. El primero asume que lo reivindica, el segundo que lucha para sacarlo de la “opresión”. Casi todo el mundo tiene una historia de “venir de abajo” que encantan y dan popularidad en redes sociales. Pero el pueblo se cosificó en el discurso de las élites. Sin embargo, como en todos los sectores de Venezuela, la crisis produjo cambios en el sector popular. Algunos visibles, otros menos visibles. En este artículo, comento los últimos. Politizar a la sociedad pasa por comprender los cambios en el sector popular más en sentido etnográfico, y menos en sentido de discurso de las élites exitosas de redes sociales de “pobrecito el pueblo” o solo preocupadas por “los que viven del día a día”.
El 22 de marzo escribí un artículo para el portal de la casa, El Cooperante, en el cual analicé una encuesta de Datanálisis hecha en febrero de 2021. Una inferencia de ese artículo es que la sociedad se “autonomizó de la política”. Se escribió que había que politizar la calidad de vida de las personas para salir de la inercia en la que está el país. Quiero volver sobre este tema, pero no con una encuesta sino con observaciones cotidianas del día a día que me hacen pensar que hay dos mundos: el de las élites y el del pueblo. No comento nada nuevo. Tampoco lo digo en el sentido de los populismos, de contraponer la primera con la segunda, sino más como observación social. Por élites entiendo personas o grupos que tienen influencia en la opinión pública, poseen una identidad por la que se sienten llamados a asumir posiciones de poder en virtud de su mundo de relaciones sociales, políticas, y que “son conocidos”, en la vida real, en la vida digital, o en las dos.
Las élites se mueven en una concepción tradicional del pueblo, “el pobre pueblo con sus problemas”, el “Juan Bimba” con su canilla que compró en una panadería a las 4pm luego de salir del trabajo, pero por las observaciones cotidianas que realizo, pienso que el pueblo cambió, posee otra manera de ver al país y sus relaciones de y frente al poder. Ciertamente firmas encuestadoras y estudios como Encovi –el cual ahora ofrece datos desagregados, lo que permite un análisis más refinado- nos dan una perspectiva completa de lo que ocurre en la conformación de la sociedad, pero considero que hay una dimensión más cualitativa que no la recogen los instrumentos de medición, sean estudios de opinión o instrumentos para acopiar indicadores objetivos. La importancia de la dimensión cualitativa es que si ésta no se mete en la piel política, buscar el poder para la oposición va a ser más difícil. No es que para el gobierno sea más sencillo –su proceso para postular candidatos dentro del PSUV es una señal- pero la diferencia es que tiene una base organizada. La oposición igualmente tiene una base de apoyo, pero más difusa en el plano organizacional y que responde a las coyunturas.
Una de mis inquietudes como ciudadano y como analista, es comprender a la sociedad venezolana. Entenderla como Bolívar comprendió lo que sería la futura venezolanidad que plasmó en el Manifiesto de Cartagena de 1812, o como Acción Democrática logró comprender a la Venezuela de los 40. O el chavismo con la Venezuela desilusionada de los 90’s. Hoy nos falta esa comprensión de Venezuela. Tenemos pinceladas, retratos, poseemos las piezas del rompecabezas, pero hace falta la globalidad que permita dar cuenta del nuevo país o del país distinto que hoy es Venezuela.
Esta reflexión surge porque provengo del mundo de las élites. No vengo del mundo popular, no tengo las historias que encantan en tuiter de “venir de abajo y surgir” o de las “grandes luchas”, aunque fui representante estudiantil en la universidad y participé en conflictos. No obstante, sí le doy mucha importancia al mundo popular más que al mundo de las élites. Si cuantifico mis interacciones diarias, le dedico más tiempo a tratar con el público popular que con mi clase social. Conozco bien la lógica de las élites, pero conozco menos la lógica popular. Pero ésta es la que hace la diferencia. La elite tiene poder, recursos, información, relaciones sociales, pero sin el pueblo no puede lograr transformaciones en Venezuela. Puede sonar ofensivo o una frase clasista al gusto de hoy, pero lo sintetizo en algo que escuchaba de niño en esos almuerzos de los domingos donde se reunía la familia para hablar de Venezuela y sus problemas; “La peonada puede más que los patiquines. Bolívar lo entendió”. Soy más del mundo de los “patiquines” y menos del mundo de la “peonada”.
Es menester comprender los cambios que explican por qué la respuesta popular que se espera desde ciertas élites -la “explosión social” o que el pueblo no se engancha en la famosa “presión interna” que promueven teóricos de las élites- no ocurre. Puede ser por los motivos que se hablan en los grupos privilegiados: la supervivencia de los que “viven del día a día”, la represión estatal o para estatal, “el Clap y los bonos”. Son explicaciones de quienes están bien. A mí no me satisfacen o me parecen incompletas. Siento que faltan variables.
Agrego una explicación producto de conversaciones con personas del sector popular, que no se conocen entre sí, hombres y mujeres, personas jóvenes (28-35 años), de diferentes oficios, que viven en el este y en el oeste, pero tienen en común lo que llamo el “efecto de la migración”, sea porque han sido migrantes y regresado a Venezuela, o porque tienen conocidos y familiares fuera de nuestro país. Aunque no es válido desde el punto de vista de un método, pero para facilitar mi explicación, voy a generalizar.
Este “efecto de la migración” influyó en el pueblo y cambió su visión del país, de la vida, y de las relaciones sociales. Tal vez porque no soy migrante -aunque tengo familia y conocidos afuera- pero sigo siendo un “venezolano que se quedó” o de la “venezolanidad que no migró”, que no significa ser mejor o peor que el que se fue o el que regresó. Simplemente que mi manera de ver las cosas es “muy venezolana”. Por ejemplo, asumir que los servicios públicos no deben costar mucho o que “tengo derecho a todo” simplemente por ser venezolano.
En el público popular percibo que la experiencia de la migración tiene un efecto político importante. Los partidos políticos de Venezuela pueden considerar destinar recursos a lo que pudiera ser un departamento de investigación o una sección de investigación, no sólo para las encuestas y los tradicionales estudios que se hacen en el mundo político venezolano, sino para nuevas líneas de investigación. Innovaría con estudios sobre la vida cotidiana que den luces políticamente hablando, para entender al país más allá de la vivencia de los dirigentes tipo “subir cerro”. Si eres de las élites, es muy probable que tu visión de lo popular es muy convencional como se ve en prospectos de candidatos para las regionales y municipales que comunican venir del mundo de las élites. La idea de “pobrecito el pueblo que vamos a empoderar”. Por supuesto, no estoy en el activismo y mi opinión es un artículo que escribo desde la comodidad de mi trabajo. Pero si hiciera activismo, lo complementaría con una comprensión más profunda de los cambios en el sector popular.
El principal efecto de la inmigración que observo, es que la idea de una vida humilde pero tranquila en Venezuela, se cuestiona. Tranquila significa que no se paga mucho por los servicios públicos, vivir en casa propia o la de un familiar, aprovechar lo que el Estado ofrece, y con la suma de lo anterior, “surgir” o “resolver”. En Venezuela la vida se lleva así. A lo mejor no ganas mucho, pero tampoco pagas mucho de luz, posiblemente con buena “labia” te vacunaste aunque no te tocaba y te inyectaron “la rusa”, tal vez la casa reciba varios Clap porque la familia popular es más amplia que la familia clase media-alta que es más la familia nuclear; a lo mejor eres empleado público, pero te rebuscas. Así vas “resolviendo”.
Lo que escucho de mis interlocutores del sector popular, es que en el exterior eso se pierde. “Estás en una rueda”, es decir, trabajas para pagar servicios y no tienes un excedente para moverte socialmente. La movilidad social la perciben menor que en Venezuela, a pesar de las dificultades, y notan sociedades más estratificadas que la venezolana. Los pobres no hablan con los ricos y viceversa, o las interacciones intergrupales son menos frecuentes . En el “melting pot” venezolano es distinto. Solo con ver en tuiter “gente bien” que hace RT o “gusta” a tuits de gente “que viene de abajo”, comunica la porosidad social venezolana. La “gente bien” tiene cierto complejo porque no es pobre, y éstos quieren “surgir” para parecerse a los primeros o afirmar que el “doctor” está al mismo nivel del motorizado, y “nadie es menos que nadie”.
Quizás lo anterior ayuda a que la esperada por muchos “explosión social” no ocurra. La sociedad venezolana tiene muchos niveladores que amortiguan la presión social. El más importante hoy, la dolarización, pero no es el único. A lo mejor no tienes agua. De repente hay un “operativo” y te dan gratis un tanque azul. Casualmente enviaron un cisterna de los de 30 mil litros, y agarraste agua. “Resolviste”, y la presión social baja. Cuando suba, a lo mejor te dan otro tanque azul gratis, y te envían un bono “Cordonazo de San Francisco”. Así, se carga el peso de la vida, del conflicto social, sin ningún tipo de disonancia o choque entre lo que se proclama y lo que efectivamente se hace.
También otra variable que puede dar cuenta por qué no sucede el “estallido social” esperado por ciertas élites muy cómodas y que no arriesgarán en ese eventual escenario, es la idea de una evolución en la idea de “pasar trabajo” que genera en las personas una forma distinta para ver la crisis. Es lo que en la calle llaman “resiliencia” –en psicología social es otra cosa, si bien recoge la idea de la calle- que ahora es un término muy popular.
Muchos afirman para qué irme de Venezuela –si no se ha ido- o retroceder en lo que hago dentro de Venezuela, si ya he trajinado en la crisis -un buen ejemplo para explicar la famosa teoría de la disonancia cognitiva de la psicología social- y comparan con países como Chile, Colombia, Perú o Ecuador -en los que tienen familia y conocidos- y expresan, “esos países apenas comienzan lo que nosotros estamos pasando”, y la conocida expresión, “para pasar trabajo en otro país, mejor paso trabajo en el mío”.
Es la “resiliencia a la venezolana”. Explica en buena medida la tranquilidad en Venezuela que se observa en la superficie. Las personas ya internalizaron la crisis, que no quiere decir que la acepten o sean indiferentes. Se deprimieron o molestaron, pero hicieron las paces con ella, para no quedarse pegados a la depresión, sino “pa’lante es pa’llá”. Quien se queda, tiene que buscar motivos para explicarse por qué sigue en Venezuela a pesar del discurso apocalíptico, porque lo racional es irse con un discurso así. La queja funciona menos o está reservada a las élites en redes sociales, las que pueden darse ese lujo.
El pueblo aprendió a vivir en la crisis y posiblemente descubrió capacidades que no había visto o pensaba no tenía. Aquí entró la pandemia que catalizó luego del impacto psicosocial por el encierro, una ola de innovación y “emprendimientos”. Muchos descubrieron la flexibilidad y no la rigidez de ser empleado o “marcar tarjeta”. Esto llevó a un cambio de actitud frente a la dificultad, que se observa en que asumen la vida ya no de manera depresiva, seguramente tampoco alegre, pero que la vida se gana en el día a día, trabajando o confrontando la crisis, menos con quejas.
Lo anterior es un cambio cualitativo que imprime su marca en el ambiente político. Por ejemplo, hace días leí el tuit de una maracucha que reaccionó al discurso de “Maracaibo, ciudad fantasma y de guerra”. La tuitera no lo negó, pero destacó que los maracuchos no se echan a morir sino redefinen la ciudad dentro de la crisis que vive, sin muchas quejas o “pobrecitos los maracuchos” que es el discurso que domina desde afuera (me incluyo). Somos una sociedad multidimensional y menos unidimensional en su nueva estructura. Pero los ciudadanos del sector popular con los que hablo no expresan lo anterior con satisfacción o tipo “me la estoy comiendo”, de los “sobraos”, porque se conciencia otra variable: las cosas cuestan.
El venezolano promedio cumple con su trabajo, pero en el ambiente tranquilo. Fuera de Venezuela, debe cumplir en un ambiente exigente, donde todo cuesta. El contraste es apreciar más lo que se dejó, pero al mismo tiempo valorar el costo de oportunidad de lo que no se paga. Los servicios públicos, por ejemplo. Una prueba será cuando el subsidio a la gasolina se reduzca porque no creo se elimine en su totalidad. Posiblemente por eso el famoso “27F” no ocurre, a pesar que el gobierno de Maduro la subió de forma grosera. La gente lo ve como necesario. Tanto machacar que al “venezolano le gusta que le regalen todo”, que se produjo el efecto contrario. Ahora, tarifas excesivas no producen rechazo, sino que se ven como necesarias o para corregir distorsiones en el mercado antes aceptadas. Curiosamente, muchos de los promotores de la subida de la gasolina porque “al venezolano le gusta todo regalado”, narran en tuiter sus peripecias para echar gasolina subsidiada donde las colas son monumentales. Nuestros ingeniosos “capitalistas de tuiter” o los “Elon Musk” criollos.
La conclusión de todo lo anterior y por eso la referencia al artículo que escribí para El Cooperante el día 22-3-21, es que la experiencia de la migración en el sector popular generó un ciudadano más autónomo del mundo político y del Estado, que fue el hallazgo principal del artículo. Un punto importante será ver cómo se mezclan estas nuevas representaciones con las existentes.
En el mundo popular, las personas tienen muchos familiares y conocidos que están afuera. Esto amplía el mundo del pueblo porque le da otras referencias, no solo económicas -cuánto es el valor del trabajo o precios de bienes y servicios- sino culturales; en ausencia de una TV abierta competitiva en Venezuela, no solo era el cable -queda pendiente un estudio tipo, “Efectos de DirectTV en la concepción de la vida en los estratos populares de Caracas”, por ejemplo- sino ahora acceden a plataformas como Netflix, no solo los adultos sino jóvenes y niños que se quedan en casa mientras la madre trabaja, porque se mantiene la realidad venezolana de la madre soltera o sola que levanta a los hijos.
¿Cómo se dará el “encuentro de varios mundos” que vive el sector popular? es lo que pienso debe investigarse ¿Las campañas electorales tradicionales de candidatos sonrientes, exitosos, con dentadura perfecta, bellas esposas normalmente blancas o rubias; que regalan cosas, tendrán la misma eficacia que en el pasado, en una población que asume otra realidad?
¿La abstención a nivel popular en recientes elecciones tendrá que ver con lo anterior? Posiblemente los electores no se movilizan porque perciben a unos candidatos anclados en lógicas de campañas que se cuestionan por “populistas”, que hoy generan rechazo porque no dan cuenta de los cambios en el pueblo. Tal vez no sea suficiente hoy besar “viejitas y agarrar carajitos”, junto a una foto sonriente en una cancha con “los chamos del barrio”, sino ofrecer algún proyecto de vida ético, con más contenido que las campañas venezolanas dentro de su esquema “mundo feliz” o “los problemas de la gente”, formato que también hay que revisar.
La conclusión es que esta sola dimensión que trabajé para este artículo -la migración- cambió la concepción sobre la vida y las relaciones sociales en el sector popular. Puede tener consecuencias políticas, que es lo que me interesa destacar. Todavía no sé cuál es la nueva Venezuela. Es otra, lo vivo y siento, pero me cuesta caracterizarla. Creo que falta profundizar muchísimo más, e innovar en el abordaje metodológico de la realidad. Todavía somos muy convencionales y con la recetas para una Venezuela que dejó de existir, que solo habita en las élites felices de tuiter.
Los estudiosos de la historia de Venezuela afirman que la diferencia de AD con el PCV a pesar de venir ambos del tronco marxista, es que el primer partido evolucionó de ese tronco porque entendió la estructura de Venezuela –por ejemplo, el “Plan de Barranquilla”, sobre el que escribí un artículo para El Cooperante el día 30-11-21- mientras que el segundo se quedó en la rigidez del manual sobre el materialismo histórico, a la espera de las condiciones objetivas para el “asalto al palacio” como hizo Lenin en la Rusia zarista. No desarrollaron otras destrezas distintas a la agitación leninista.
AD entendió al país de verdad, tal cual, no al del manual. Quizás por eso lo representó. Con las diferencias del caso, hoy habría que hacer algo similar. No solo en términos de organización o de viajes de los dirigentes para conocer la realidad nacional, sino en estudiarla para comprenderla, y salir de los lugares comunes de las redes sociales que petrifican al país. No es menos cierto que esos partidos tenían intelectuales –el término sí aplica para este caso- de nivel. Un Picón Salas fue parte del PDN. Alguien que escribió “Suma de Venezuela”, por ejemplo, tenía que tener un olfato político para comprender a ese país de entonces, y compartirlo con sus compañeros de partido para pensar políticamente a Venezuela. Hoy no tenemos ese nivel. Tenemos buenos técnicos -que no quita, en mi caso, soy técnico- que solo dicen que la solución de Venezuela es “financiamiento internacional” y hacen una elegante promoción para venderse como los que conocen los mecanismos para acceder al tan buscado dinero que nos llevará a la felicidad. En los años 30 o 40 seguramente también se necesitó “financiamiento internacional” –o los famosos “empréstitos” del Siglo XIX- con la diferencia que los políticos de esos años pensaron en ese financiamiento dentro de una concepción más amplia, no una solución suelta o mágica. Pensaron en “Venezuela, política y petróleo” por ejemplo, “Especificidad de la democracia cristiana”, o “Checoslovaquia, el socialismo como problema”.
Tenemos pendiente la tarea de comprender a Venezuela para hacer una política que sintonice con una sociedad que en virtud de las dificultades que le toca vivir, cambió. Las élites todavía no se han enterado.
Politólogo (Summa Cum Laude, UCV). Comunicador social (UCAB). Psicólogo social (Con Honores, USB). Trabajo en Smart Thinkers. Profesor UCV. Serví en la Marina.