Carlos Ñáñez: Ecce Homo

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¡Ecce homo! “Este es el hombre”, así intitulo mi columna para el Carabobeño, pues más que nunca este nuestro destruido país acude diariamente a la exposición del calificado hombre nuevo de la revolución del siglo XXI, hace largos veintitrés años un caudillo de cara pintada le prometía eso a una sociedad que de manera silente, atolondrada e inconsciente le transfería el caudal de sus derechos individuales, colectivos y sociales, en un proceso de edificación de un modelo de revolución total o dictadura perfecta; ese caudillo forjado desde sus extravíos personales y emocionales, configuraba lo que la psicóloga Santoro define como locos morales, sujetos con una personalidad hipertrofiada, una conducta que se pretende empinar sobre el bien y el mal y una necesidad constante de adulaciones. Ese vengador edificado desde los polvos existentes en cada una de los tropiezos de nuestra era republicana nos ofrecía un hombre nuevo, un sujeto preparado para comprender los retos que imponía un modelo revolucionario que morigeraba sus aviesas pretensiones por establecer una hegemonía total y absoluta como la que hoy vivimos.

El hombre nuevo, la situación país, el sabotaje, el bolivarianismo, el patriotismo, los calificativos de apátridas y escuálidos, fueron vacuidades creadas para rigidizar el lenguaje, para escindirle de significación al lenguaje y crear una lengua paralela, una suerte de eufemismos y neo lenguaje que corroen la significación sintáctica, que es capaz de construir una cadena de causalidad valida, creíble y veraz; volviendo al tema ¿Qué es el hombre nuevo? el hombre nuevo no es otra cosa que la absoluta hipnosis y anestesia de los diques morales que permiten no formar parte de la perpetración de un proceso global de delitos, de atropellos y de cleptocracia como nunca antes lo había visto este país o cualquier otro del orbe.

El hombre nuevo es el resultado de la escuela y la educación colonizada, es el resultado del odio aprendido, aprehendido y enseñado desde los medios de comunicación y hecho nimio, laxo y tolerable por una sociedad que nunca entendió que en cada insulto residía una carga de despersonalización que le insuflaban mayor carga de expolio y de aislamiento y le hacían objetivo de cualquier tropelía, inicialmente pensamos que el hombre nuevo es un sujeto abandonado por la escuela, un delincuente común obligado a delinquir y coludido con una hegemonía que se aliaba con estos sujetos a los fines y medios de garantizar el control social, pero quienes desde las altas esferas del poder establecieron esa urdimbre perversa sostenida con los hilos del clientelismo no podían exhibir el atenuante del abandono, de la ignorancia, por el contrario son sujetos formados en las universidades nacionales, llenos de Tekné, pero falentes de Bildung, así sin esquema moral formarían parte de este horror.

En 2006, recuerdo vívidamente como en la transmisión televisada de un discurso, en el cual el candidato presidente hacía gala de toda la capacidad para mutar las formas de la sana competitividad y producir un mecanismo avieso, perverso y abyecto en las formas democráticas, se llegaba a divisar una pancarta que decía “ Chávez el hampa está contigo”, una sentencia que la semana pasada veíamos a través de las redes sociales, único reducto de la comunicación para este país sin medios libres, sin prensa impresa y con una televisión que decidió no trasmitir los fallos del gobierno total, a unos antisociales disparar y gritar: ¡Es el hampa!, como si ese vicio resultare plausible, laureado y aceptado por la sociedad.

El hombre nuevo se salió del control del Estado, estos que desde los círculos de Lina Ron fueron armados, entrenados ya auspiciados por una hegemonía que comparte los locus, el logo de la gansterilidad, con estos grupos irregulares, así la ausencia del Estado se extrapola desde Apure o el Arco Minero, hacia la frenética Caracas, la esquizoide capital de este ex país, cuyo territorio ha sido segmentado, atomizado, escindido, separado por la violencia y el sentido de impunidad que ha embridado el chavismo desde los inicios de su paso por nuestra historia, la imagen de los desplazados en Caracas, de los expulsados por una gobernanza infecta, son el síntoma de un fracaso que está generando yuxtaposición entre el drama de los migrantes, que huyen a Cúcuta o Brasil, o deciden lanzarse al mar para llegar a una isla que nos desprecia, pero en donde se puede comer; los desplazados a lo interno cargan unas exiguas pertenecías, en esos bolsitos tricolores, que se supone son para llevar libros al colegio y en donde esta cara de la Caracas pobre y abandonada, por un régimen de naturaleza aporafóbica, guarda alguna prenda de vestir para huir de la muerte, de aquellos los alzados, la rama disidente del control chavista quien en esos mismos bolsitos con nuestra bandera guardan municiones.

El hombre nuevo no es un ciudadano, aborrece la vida civil, es entrópico, violento, pobre en lenguaje y en espíritu y decide establecer sus propias formas, establecer una secesión de un territorio del cual se sienten dueños, de allí que el calificativo de Estado fallido no nos describe en toda la profundidad del horror de la cota 905, pues un Estado fallido al menos reacciona ante una amenaza heterónoma, pero la hegemonía que secuestró al Estado, decidió crear sus milicias, sus cuerpos de choque y estos se salieron de control, en nuestro caso es el propio Estado destruyendo al Estado y acudiendo a la tesis fascista de ubicar un enemigo externo, un culpable ajeno, un relato insostenible pero que desde un Derecho deconstruido permite proseguir con el atropello a la dignidad.

No es Apure, es Caracas y la ausencia de información en los medios televisivos cala y lacera la elemental cualidad de ponernos enfrente de este horror, solo se transmite la cadena, mientras la twiterzuela, observa absorta y catatónica un video tras otro, que superan en horror los límites de lo humanamente tolerable, mujeres, hombres y niños heridos, un helicóptero en pleno vuelo atacado por un cohete desde los territorios de paz, son la determinación clara de la eclosión propia de la distopía orwelliana.

Esto es 1984, la licuefacción de la soberanía, que hecha comedia bufa se pretendió celebrar en el Carabobo trocado en circo transilvano, la negación de la independencia del cinco de julio y una bofetada al natalicio de Simón Bolívar, quien no nos cabe duda no ha bajado a los sepulcros y a diario es atormentado por este anatema al que aun llamamos país, el hombre nuevo es una suerte de moderno Prometeo de Mary Shelley, así una sociedad entontecida hace imágenes en las redes sociales imperio de lo líquido para ponerle la banda presidencial al delincuente de moda, antes el Wilexis de Petare y ahora el Koki de la Cota 905.

Ecce homo, Koki, Vampi, Wilexis… los pranes son el hombre nuevo, lo peor que exacerbó el chavismo, de los intersticios de las oscuridades personales y colectivas, lo estéticamente y éticamente intolerable, de una sociedad extraviada. Esa la herencia del chavismo, el herrumbre, la violencia, el horror y la nimiedad. No hay hueso sano en este ex país y junto al hampa, el académico que decidió formar parte, el profesional sin virtudes y con conocimientos, estas cosas nos hacen pensar en la pobreza de las pobrezas y en la tesis pesimista, según la cual el logo gansteril, logró permear los paradigmas de la sociedad, el hombre nuevo refleja el grado de degeneración de la hegemonía que secuestró el Estado y permeó en los paradigmas mentales de la sociedad.

Finalmente, el daño antropológico denunciado por Aguilar León, es una suerte de metástasis en el cuerpo social del Estado, estos hechos demuestran el absoluto fracaso del chavismo, fracaso que no les preocupa pues es un acto premeditado y alevoso, por ahora no le hagamos el juego a la neolengua, entendamos que de este drama no saldremos de la mano de un hampón y de una buena vez también impongamos e impongámonos una dosis mínima de responsabilidad, al menos en el poder de la lengua y reconozcamos como falsa e incompatible, las formas de expresión de la hegemonía captora del Estado.

El Estado en Venezuela se encuentra vaciado, expoliado de sentido y es tan marcado el extravío, que en palabras del jurista y connotado profesor universitario Iván Pérez Rueda, la recompensa ofrecida por ofrecer información sobre los delincuentes de la Cota 905, es absolutamente extraña a nuestro marco legal, textualmente afirma este estudioso de los temas legales: “ La recompensa de 500 mil dólares por la delación de los delincuentes, no está prevista en las normativas de las leyes penales venezolanas, la delación solo le confiere al relator una rebaja en la pena. Por otra parte supone un inconveniente presupuestario, pues no queda claro la fuente de estos recursos, Chávez en su momento suspendió la partida secreta y desde el 2015 hasta hoy esta partida sólo se reconduce, existe una abierta opacidad con el manejo de la partida 407 (donaciones), en tal sentido esta práctica de recompensar al delator es absolutamente ajena a nuestro marco legal en materia penal”

Al diario calvario de la Hiperinflación por más de 43 meses, de la caída del PIB, de la horrida crisis que ha empujado a más de seis millones de connacionales a huir de este país por vías terrestres hacia Colombia, Brasil y a buscar naufragar para llegar a Trinidad en donde somos despreciados, se suman los desplazamientos de los caraqueños que huyen de la violencia impuesta como locus de pensamiento rudo y torvo, así como de logo de la violencia impuesta en estos largos veintitrés años, hechos neurálgicos en los últimos trece años del pos chavismo.

Hemos visto de todo en estos duros años del chavismo, el descalabro de todas las formas de republicanismo, el imperio de la barbarie, la violencia como mecanismo de ejercicio de acción de poder, la irascibilidad como política de estado se ha derramado hacia toda la sociedad, como aliciente nos queda esperar la justicia y la decencia, nos queda soñar bajo el laurel de Andrés Eloy Blanco, mientras tanto educar y formar para la civilidad.

“El número de malhechores no autoriza el crimen.” Charles Dickens.

Profesor de la Universidad de Carabobo

 

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