Mentira es la afirmación de algo que no es verdad, un dicho falso, con intención de engañar al prójimo. Significa también simular, infringir o fingir. Está en contra de los principios morales de muchas personas y considerado como pecado en muchas religiones, La tradición ética y los filósofos están divididos sobre si se puede permitir a veces una mentira. Platón decía que sí, mientras que Aristóteles, San Agustín y Kant sostenían que nunca se debe aceptar.
A las personas que dicen una mentira, especialmente aquellas que las dicen frecuentemente, se les califica de mentirosos/as. Un embustero es un ser que tiene cierta tendencia a decir mentiras. La tolerancia de la gente con estos individuos habitualmente es muy pequeña, y a menudo solo se necesita que sorprenda a alguien en una falsedad para que le asignen la etiqueta de mentiroso y se le pierda para siempre la confianza. Esto, por supuesto, es moderado por la importancia del hecho al que se refiere la mentira. Mentir implica un engaño intencionado, consciente.
Cuando uno se remonta a las sagradas escrituras encuentra que Pedro negó tres veces, desconociendo a Jesús, porque sintió miedo para que no lo involucraran como aliado de alguien que, predicando una nueva religión, subvertía el orden de la época. Desde entonces lo ha hecho toda la gente en apuros.
Pese a que las mentiras están mal vistas, se ve como algo normal considerar que hay unas peores que otras.
San Agustín, doctor de la Iglesia, teólogo, filósofo y moralista (354-430),distingue ocho tipos de mentira: las mentiras en la enseñanza religiosa, las que hacen daño y no ayudan a nadie; las que hacen daño y sí ayudan a alguien; las que surgen por el mero placer de mentir; las dichas por complacer a los demás en un discurso; las que no hacen daño y ayudan a alguien; las que no hacen daño y pueden salvar la vida de alguien, y las que no hacen daño y protegen la «puridad» de alguien.
Tomás de Aquino, llamado el doctor Angélico, teólogo (1225-1274), por su parte, distingue tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa, que considera pecados. Las mentiras útiles y humorísticas son pecados veniales, mientras que la maliciosa es pecado mortal.
La mentira en la ficción, la encontramos en Pinocho, del escritor italiano, Carlos Collodi (826-1890), el personaje cuyo nombre da título a la obra, un muñeco de madera cuya nariz crece cada vez que dice una mentira.
Hay mentiras piadosas que no le hacen mal a nadie, como la aceptación de las acciones sobrenaturales de Santa Claus, dirigidas a los niños con el fin primordial de lograr su felicidad.
Dentro de cualquier situación en la que se dan siempre respuestas duales, sí/no, blanco/negro, una persona que está mintiendo consistentemente sería, de forma paradójica una fuente de verdad. Hay muchas paradojas de esta clase, siendo la más famosa la que se conoce como la «paradoja del mentiroso». Epiménides fue un legendario poeta filósofo del siglo VI a.C., a quien se le atribuye haber estado dormido durante 57 años.
La paradoja de Epiménides está relacionada con la filosofía y la lógica. Pertenece al grupo de las falsas, ya que aparenta autocontradecirse si se sigue una lógica, pero se puede demostrar que dicho razonamiento no es correcto.
Se atribuye a Epiménides, siendo el mismo cretense, haber afirmado: «Todos los cretenses son mentirosos». ¿Decía Epiménides la verdad?
No decir la verdad pude ser cómodo en un momento determinado, pero lleva al mentiroso a situaciones críticas que, bajo ciertas circunstancias, terminan por descubrirse, creando una confusión cuando no se tiene certeza de qué es mentira y qué es verdad. Existe además ese tipo de trampa caritativa, amistosa, que quiere ahorrarle a una persona algo desagradable.
Resulta incómodo decirle a alguien que está pasado de peso, que es aburrido, o algo parecido, eso hace daño y, para evitarlo, preferimos mentir.
Las mentiras por cobardía son aquellas que se dicen para tratar de quedar bien en situaciones difíciles. Dentro de este grupo se encuentran las evasivas, cuando no podemos dar una contestación rotunda.
Los silencios culpables, el negar en general todo lo que nos pueda traer un disgusto o un castigo. Estas son mentiras muy arriesgadas, porque para tratar de salvarnos, podemos hacer que la culpa recaiga sobre otros.
Hay también mentiras peligrosas, que además lastiman. La persona que miente por placer debe saber medir muy bien sus falsedades y nunca causar daños con ellas. Debe tener en cuenta que está continuamente practicando algo muy peligroso. Si lo hace por ganar prestigio o lustre a los ojos de los demás, debe pensar en las consecuencias de sus embustes y del triste papel que hará a los ojos de esas personas cuando lo pongan en evidencia.
Vivimos una época en la que la mentira se ha vuelto una institución, cuando además, cualquiera tiene derecho a que se dé publicidad a sus mentiras, cuando son pocos los que osan cuestionar a quienes mienten y mucho menos los que se atreven a denunciar el permanente engaño de que nos hacen víctimas.
Pocos piensan que a veces peor que decir mentiras es callar verdades cuando muchos de los que mienten son quienes temen decir la verdad, cuando el silencio de los mejores hace que solo se escuchen las voces de los mediocres, cuando quienes dicen verdades que lesionan el juego político son tildados de oposición, imperialistas, de fascistas y de golpistas.
Cuando uno piensa en la verdad y en la mentira es posible que vivamos más en la mentira que en la verdad. La verdad te hace grande pero a menudo te limita y te frustra. Es importante que antes de decir algo, juzgar a alguien o suponer un hecho, se investigue bien para no caer en la mentira y con ello evitar perjudicar a otra persona.
Gisela Ortega es periodista – giselaoo@gmail.com