José Félix Tezanos: Estado y mercado ante la pandemia

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Si un observador externo, suficientemente distanciado, analizara la forma en la que funciona este Planeta y cómo sus habitantes hemos hecho frente al reto de la actual pandemia sacaría, al menos, tres grandes conclusiones.

La primera es que nuestros modelos de organización societaria y económica presentan diferencias significativas entre sí, que tienen efectos prácticos en nuestros modos de vida y en nuestro papel –el de cada uno de nosotros– en las sociedades en las que vivimos y en la forma de relacionarnos con la naturaleza. Por eso, una de las dudas que intentaría despejar es cómo hemos llegado, en unos y otros lugares, a la situación en la que nos encontramos y por qué. Y, en relación a esto, es posible que se preguntara por las causas y razones por las que en un Planeta que es único e interdependiente no hemos logrado una cierta homogeneidad para dar las mismas respuestas a retos y problemas que son comunes, como ocurre en el caso de la pandemia. Y también con el reto del deterioro de los equilibrios medioambientales.

La segunda conclusión que sacaría es que tenemos un sistema bastante eficiente de acumulación y distribución de recursos y bienes, que va más allá de la obtención de los frutos y recursos que nos proporciona en primera instancia la naturaleza como tal. Lo que le llevaría a dicho observador a evaluar el papel de la “economía de mercado”, como sistema social global, y al mismo tiempo la función compensadora y equilibradora del Estado y sus intervenciones –por la vía democrática o la autocrática– para proveer bienes y prestaciones que son humana y socialmente valiosas, limitando y/o neutralizando los excesos y defectos del mercado como tal.

El análisis de esos equilibrios, y sus resultados, es posible que ocupara un cierto tiempo a nuestro observador, que posiblemente no acabaría de entender las disfuncionalidades y las singularidades –por llamarlo de alguna manera– de ciertos modelos políticos concretos y sus efectos sociales y personales a corto y medio plazo.

En cualquier caso, entendería que nuestros modelos societarios operan con patrones diferentes, que dan lugar a resultados también diferentes, cuyas causas tardaría en entender, sobre todo en los casos de aquellos países y territorios donde las carencias vitales son extremas, hasta el punto que cientos de millones de habitantes de este Planeta pasan hambre y grandes carencias, mientras que otros viven con notable opulencia y una minoría insignificante de muy pocas personas y familias –apenas un centenar– acumula tantos bienes y riquezas como la mitad de los habitantes del Planeta. Lo que llevaría al observador externo a la tercera conclusión que no sabría cómo explicar suficientemente a nadie en términos de utilidad o razonabilidad para el conjunto del Planeta, ni siquiera para esas pocas decenas de personas que disfrutan de tamaños privilegios y riquezas.

La conclusión principal de dicho observador posiblemente sería que tenemos un sistema ingenioso y eficiente que nos permite generar bastante riqueza –¿sin límites?– e inventar y disponer de ingenios, recursos y dispositivos que más tarde o temprano nos permitirán adentrarnos en el espacio, sin que nuestros equilibrios entre Mercado y Estado entren en un colapso terminal. ¿Con qué límites y consecuencias? Eso será algo difícil de evaluar a ese eventual observador externo. Pero tal cosa no nos exime a nosotros de realizar tal evaluación. Y, evidentemente, el reto de la actual pandemia es una ocasión especialmente pertinente para acometer dicha tarea con la profundidad y extensión que requiere.

Los límites del Mercado

Simplificando un poco la situación, podemos decir que la pandemia ha puesto de relieve importantes virtudes de los modelos de organización societaria basados en un equilibrio entre Mercado y Estado. Pero no solo. Es decir, también ha evidenciado la mayor capacidad de reacción rápida y eficiente de los países en los que mayor es el sentido de la disciplina colectiva y más potente es el papel del Estado. Principalmente, China y otros países asiáticos. Al tiempo, se ha evidenciado la enorme orfandad en la que se encuentran los países no desarrollados, así como las
gravísimas asimetrías internas de aquellos otros en los que la atención sanitaria está condicionada por las diferentes situaciones de quienes tienen buenos seguros médicos privados y quienes no los tienen.

De acuerdo a la línea central del análisis que aquí se sigue es importante ser conscientes de que aquellos que tenemos la suerte de vivir en países con cierto nivel de renta promedio y con un modelo societario inspirado en los criterios del Estado de Bienestar –por mucho que se hayan visto sometidos a recortes enflaquecedores en los últimos tiempos–, hemos podido ser atendidos razonablemente en la pandemia. Al nivel que permiten los avances y conocimientos científicos de nuestra época. Pero –ojo– también con los límites que impone la lógica del mercado.

Es decir, ante el enorme reto de la pandemia se ha visto, primero, que el mercado no siempre proporciona de inmediato los bienes y recursos que una sociedad necesita en un momento dado. Algo que se constató –con cierta angustia– al principio de la pandemia cuando no se disponía de las mascarillas necesarias, ni de los respiradores que se precisaban, ni de las camas hospitalarias demandadas, ni de las UCIS que tanto urgían y que impidieron salvar vidas. Lo que exigió que el Estado actuara con rapidez para obtener urgentemente, por la vía que fuera precisa, los recursos y útiles que se necesitaban inmediatamente. Ocasión en la que se puso de manifiesto nítidamente el valor de tener un buen sistema público de salud y unos profesionales eficientes y dedicados. A los que, por cierto, antes de la pandemia venían dando la espalda de manera recurrente aquellos que tienen en mente evolucionar hacia un sistema sanitario crecientemente privatizado.

Curación y prevención

El reto de hacer frente a la pandemia no se limitaba –se limita– únicamente a los aspectos de atención, sino también a los de curación y prevención.

La pandemia de la COVID-19 ha puesto de relieve las virtudes –y la necesidad– del Estado Social y de los criterios de colaboración público-privada para garantizar el cuidado de la población y para hacer frente a los riesgos de contagio con políticas de vacunación universal y gratuita.

Lo que exigía contar con vacunas apropiadas en las cantidades suficientes en el momento necesario. Y este ha sido el reto principal. La disposición de vacunas eficientes –en algunos casos muy innovadoras– ha evidenciado la importancia de potenciar públicamente la investigación, como exigencia básica de un sistema social inteligente. Y su producción ha evidenciado los límites del mercado y la necesidad de potenciar la colaboración público-privada en cuestiones como esta.

Necesidades objetivas y “desviaciones ideológicas”

A pesar de los desfases y las carencias de las que veníamos en España, puede decirse que la respuesta asistencial al reto de la atención hospitalaria ha sido rápida y eficiente. Lo que no nos exime de entender que urgen inversiones inmediatas en instalaciones y recursos humanos, entre otras razones para atender debidamente a todos los que han quedado –y van a quedar– afectados por las consecuencias de la COVID-19.

Amén de esta necesidad urgente, el principal cuello de botella del mercado, ante las necesidades de hacer frente a la pandemia, ha sido la producción del suficiente número de vacunas como se necesitan para frenar la pandemia. Lo cual implica entender la vacunación como una necesidad urgente de toda la población. No solo de los que vivimos en los países más ricos. Y esta es una demanda que el mercado tampoco va a resolver por sí solo.

De momento, en los países más desarrollados, el mercado va proporcionando dosis de vacunas a un ritmo creciente, pero insuficiente, como los hechos evidencian. Es verdad que el ritmo es importante, y el esfuerzo organizativo y de comunicación puede considerarse espectacular. Pero, lo cierto es que en países como España, cuando esto se escribe seis meses después del comienzo de la vacunación solo se había podido disponer de vacunas completas para dieciseis millones de personas –lo que no es poco–, y algo más de un tercio de la población. Lo que exige plantear posibilidades adicionales de colaboración público-privada para planificar y garantizar un suministro de los millones de vacunas que se precisan –en el Planeta– para inmunizar a todos en lapsos de tiempo más cortos. Sobre todo, pensando también en las necesidades de revacunación en pocos meses.

El esfuerzo, sin duda, es ingente. Pero imprescindible. Y ahí es donde opera el papel del Estado. Algo que va a teñir las actitudes y las valoraciones políticas de la población en los próximos meses y años. Y lo va a hacer más allá de ciertas disputas agriadas por otras cuestiones que ahora no son –objetivamente– ni tan prioritarias ni tan urgentes. Disputas que muchos teóricos sociales clásicos no dudarían en calificar como típicas “desviaciones ideológicas”. Interesadas, por supuesto.

De hecho, si nos atenemos a los datos empíricos hasta ahora disponibles, ya se pueden constatar reacciones inmediatas de la población ante las exigencias latentes y expresas que suscita la nueva situación y que, muy posiblemente, van a afectar de manera importante a la redefinición de nuestras demandas y prioridades sociales y políticas.

En este sentido, los datos de las encuestas del CIS realizadas desde el inicio de la pandemia revelan que los ciudadanos están conformando –y  expresando– una nueva forma de entender las funciones del Estado, poniendo mayor énfasis en su papel amparador, protector y curador, como expliqué en un artículo reciente publicado en estas mismas páginas (El Estado amparador. Nuevas demandas ciudadanas sobre atención y políticas públicas, TEMAS Nº 318, junio

 

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