La victoria electoral de Hugo Chávez en 1999 fue inobjetable. Lo que fue una tragedia fue la alcahuetería de buena parte del liderazgo político y social venezolano que permitió y hasta promovió su conversión en monstruo.
Veamos los siguientes actos que ayudaron a crear al Frankenstein de Barinas:
1. El pedido insistente de sobreseimiento de la causa de Hugo Chávez, promovido por una legión de líderes políticos y sociales venezolanos en aras de la conciliación y la “hermandad” – pedido que fue aceptado por el presidente Rafael Caldera. La liberación de Chávez se produjo antes de ser llevado a juicio por su acción criminal, la cual produjo más de 100 muertes y fue ejercida con engaño y ejecutada con cobardía. Su liberación le permitió llegar a la presidencia poco tiempo después.
En el blog Dr. Político, se menciona que la liberación de Chávez fue “explícitamente” promovida por líderes tales como Oswaldo Álvarez Paz, Claudio Fermín, Luis Herrera Campins, Andrés Velásquez, Patricia Poleo, Freddy Muñoz, Monseñor José Ali Lebrún, Américo Martín, Juan Martín Echeverría, Jorge Olavarría, y otros. Allí se agrega: “el propio Ministro de la Defensa, general Fernando Ochoa Antich, visitó personalmente a los detenidos en el Cuartel San Carlos y prometió abogar para que sean puestos en libertad, siempre y cuando demuestren un sincero arrepentimiento por sus acciones en contra de la institucionalidad”.
Se agrega en el blog: “Ese mismo día el diario El Nacional hace pública con gran despliegue una carta del gobernador del Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, quien había sido detenido en su residencia oficial por los golpistas el 4 de febrero, en respuesta a los comandantes del golpe, Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas, Jesús Urdaneta Hernández, Joel Acosta Chirinos y Miguel Ortiz Contreras y expresaba textualmente a los golpistas: “No tengo dudas en cuanto a la rectitud de propósitos que los animó a la aventura del 4-F”; y les anunciaba: “Las puertas de la prisión se abrirán para dar rienda suelta a los sueños e ilusiones que los alimentan”.
2. La falta de reacción del presidente Caldera y del presidente del Congreso Luis Alfonso Dávila ante la insultante y anti-democrática juramentación presidencial de Hugo Chávez en 1999. Ver aquí y aquí.
Durante la ceremonia de inauguración presidencial, Chávez violó el juramento tradicional del cargo. Cuando se le preguntó, «¿Jura ante Dios y ante la Patria que cumplirá los deberes de Presidente Constitucional, obedecer y promover la obediencia a nuestra Constitución?», Chávez respondió, «Juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos”.
Inmediatamente después de esta agresión a la Constitución por quien debía jurar defenderla, Chávez emitió un decreto presidencial para convocar ilegalmente una Asamblea Constituyente que no solo redactaría una nueva Constitución sino que también «transformará el Estado y creará un nuevo orden judicial basado en un modelo distinto de gobierno del modelo existente» (ver aquí).
Ninguna de estas dos acciones profundamente anti-democráticas e ilegales recibió reacción cívica por parte de quienes estaban llamados a protestar. Ni un solo gesto efectivo de rechazo se sintió por parte del mundo político, el cual – de haber existido – hubiera podido cambiar el curso de los acontecimientos. El juramento insultante de Chávez fue pronunciado ante el gran constitucionalista que fue el Dr. Rafael Caldera, quien guardó estoico silencio. La convocatoria ilegal de la Constituyente fue recibida con aprobación tácita por la Corte Suprema de la época. El silencio cómplice le dio alas a Chávez.
3. La actitud de la prensa, de los líderes políticos, de las instituciones democráticas fue de aprobación, pasadas de rabo y conchupancias. El entorno político y los medios mostraron una actitud que el profesor de la Universidad de Yale, Timothy Snyder, ha definido en su libro “Tiranía” como “la obediencia anticipada”, un fenómeno que permitió la ascensión de Hitler al poder y la victoria comunista en Checoeslovaquia.
En Alemania, dice Snyder, hasta judíos votaron por Hitler en 1933. Este fenómeno de la obediencia anticipada se vio en Venezuela por parte de los miembros de la Corte Suprema y de medios poderosos como El Nacional, cuyos ejecutivos colaboraron con su gobierno por algún tiempo.
Mucha gente vio a Chávez como un redentor, de manera inexplicable, porque su actitud anti-democrática no debería haber engañado a nadie. Muchos fueron seducidos por el tono caudillesco y autoritario del paracaidista. Cuando, en julio 1999, el ya decepcionado Jorge Olavarría pronunció un extraordinario discurso acusatorio de Chávez en el seno del Congreso, ¿quién lo criticó públicamente por su descortesía con el presidente?: Henrique Capriles. ¿Quiénes se ausentaron del recinto en señal de protesta contra el discurso? Los miembros del llamado Alto Mando Militar, arrodillados precoces, que luego se convertirían en co-responsables del desastre.
Hugo Chávez destruyó las instituciones democráticas venezolanas en un año, ante los ojos impávidos y hasta entusiasta de mucho del liderazgo político venezolano. Ya para fines de 1999 la democracia venezolana había esencialmente sucumbido ante la indiferencia de las fuerzas “vivas” del país y el regocijo de quienes comenzaban a recibir las dádivas que formaron la base de la política social paternalista de Chávez, una política suicida que dilapidó el inmenso ingreso petrolero, repartiendo peces sin enseñar a nadie a pescar, exigiendo lealtad política a cambio.
Hugo Chávez y su carnal Nicolás han sido monstruos creados por la cobardía, la indiferencia y la alcahuetería de las clases dirigentes venezolanas, con el apoyo de una masa corta de visión, ansiosa de dádivas y promesas, que cantaba entusiasmada aquella canción de Olga Guillot: Miénteme más, que me hace tu maldad feliz…