Entre todos los temas y preguntas que surgen de nuestra realidad política, ¿Qué hacemos?, sigue siendo la más acuciante. No es posible dejar de intentar una respuesta, aunque la verdad es que no hay una simple para esa pregunta. Es más, no sé sí hay una respuesta única o válida.
Al intentar una respuesta, lo primero que me vino a la mente fueron un par de novelas de José Saramago, el escritor portugués, premio Nobel de Literatura 1998, fallecido en 2010 y que ya nonagenario estuvo por Venezuela, en el año 2005, alojándose en hoteles cinco estrellas, dando conferencias rodeado de todo boato en salones elegantes −ni siquiera se le ocurrió pasar por el Aula Magna− y visitó algunas de nuestras playas para él exóticas. Todo esto era con el no disimulado propósito de darle un espaldarazo al régimen de Chávez Frías.
Dicho lo anterior, a una de ellas − Ensayo sobre la ceguera (1995)− me referiré muy efímeramente. De la otra, Ensayo sobre la Lucidez (2004), hablare algo más, contaré su argumento y revelaré algunos detalles importantes de su trama y desenlace – lo advierto para quien no la haya leído y tenga pensado hacerlo.
Ensayo sobre la Lucidez se desarrolla en la misma capital en la que cuatro años atrás la gente se quedó ciega como resultado de una rara pandemia y que se narra en Ensayo sobre la ceguera. En esta nueva ocasión, se celebraban unas elecciones y la gente, sin ninguna razón aparente, sin ningún estimulo externo, en un día muy lluvioso, tormentoso, llegada la calma, salió a votar. Pero no votó por los partidos tradicionales de derecha, de centro o de izquierda, tampoco votó nulo, votó masivamente, sí, pero votó en blanco, una altísima votación en blanco. En la novela nadie celebró, nadie se atribuyó el triunfo arrollador del voto blanco, simplemente ocurrió.
Claro que, aunque lo deseo, no pienso ni por asomo que eso es lo que pasará el próximo 21 de noviembre, que de pronto algo ocurra y la gente salga a votar, pero no en blanco; entre otras cosas porque no es posible votar en blanco en nuestro sistema electoral automatizado; pero, como se trata de “hacer ficción” a partir de una novela me tomo la licencia de especular al respecto.
En la ciudad de la novela, alarmados por los resultados y amparados en cualquier subterfugio que siempre encuentran los que ejercen el poder, repiten las elecciones una semana más tarde con idéntico resultado: La gente acude a votar otra vez, masivamente, sin que nadie los convoque y vuelve a votar en blanco. Nuevamente, nadie celebra ni se atribuye el triunfo. La novela transcurre a partir de allí narrando todas las peripecias del Gobierno, del poder dictatorial, para tratar de descubrir la conspiración que, seguramente, está por detrás de este acontecimiento. ¿Quién ha urdido toda esta conspiración? Porque sin duda es una conspiración. Hay que descubrir algún enemigo a quien hacer culpable.
Todos sabemos, que cuando se buscan conexiones entre las cosas, se acaban “encontrándolas” y por todas partes, entre lo que sea. Lo hemos vivido aquí cientos de veces; lo vivimos con lo ocurrido hace unas semanas en Apure, en la “escaramuza” con los irregulares de las Farc; lo vivimos con los acontecimientos de la Cota 905; y con lo ocurrido en Cuba durante el fin de semana pasado. Se vinculan hechos por analogía y no hay reglas para decidir si una analogía es o no es válida; después de todo, desde que se inventó la dialéctica y ahora la globalización, cualquier cosa guarda una similitud con cualquier otra, desde algún punto de vista y sirve para encontrar “culpables”.
Así, el Gobierno de esa ciudad ficticia de la novela de Saramago, como cualquier Gobierno tiránico, construye unos culpables, los acusa por la prensa, publicando sus fotos. ¡Bien que conocemos esa historia!. Pero, en la novela pasa también que alguien decide contar la historia verdadera y logra, a pesar del estado de sitio y la censura de prensa, que ésta se publique, se difunda y se conozca.
Ocurre entonces algo asombroso, que para mí es el meollo de toda la trama de la novela. A pesar de que el Gobierno recoge la edición del periódico en el que se publicó, la historia verdadera comienza a circular, profusamente, en todas partes y en palabras de Saramago: “Resulta que no todo está perdido. La ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay.” ¡Panfletos fotocopiados!, pues en la época en la que se escribió y transcurre la novela no existían las redes sociales, que hoy facilitarían enormemente esa difusión. Al igual que con la votación, nadie asume tampoco la gloria de reproducir la historia verdadera y comenzar a repartirla, simplemente ocurre.
“La ciudad ha tomado el asunto en sus manos”. Esa es la clave. Esa es la respuesta al “¿Qué hacemos?” El pueblo, la gente, resuelve las cosas cuando las toma en sus manos. En política esto es, para muchos, un romanticismo; hasta para mí lo era, hasta que se llega a la conclusión y al convencimiento de que no queda más remedio que las cosas vuelvan al nivel del pacto originario, ese que es necesario reestablecer entre ciudadanos y políticos, para que la gente tome la solución en sus manos, que se involucre en ella.
No se trata de alentar o emprender demagógicamente una aventura populista. Pero sí de recordar que ya en 2015, millones fuimos a votar masivamente y tuvimos un triunfo rutilante −¿Cómo negarlo?− pero que en los meses sucesivos también fue lastimosamente evidente, dados los magros resultados en comparación con las expectativas generadas, que nos hallábamos sin una clara conducción política −que se enderezó algo en 2019 y 2020−, pero que hoy nuevamente nos encontramos dando palos de ciego, o dándoles palos a los ciegos que nos pretenden liderizar, sin saber que decidir.
Si bien no es una respuesta completa las tareas están allí. Ya otras veces hemos dicho que se trata de construir esa “pinza” que nos permita presionar, con la comunidad internacional y sus sanciones, de un lado; y por el otro con el desarrollo de la fuerza interna, organizando esa protesta, hoy “sorda” y sin objetivo claramente político, que se manifiesta en reclamos todos los días, de miles de personas, por muy válidos y variados motivos. Sin imponer una ruta, un camino forzado, necesitamos una invitación a pensar, a discernir, a actuar, a inventar, a emprender algún camino.
Al igual que en la novela, si la gente se sacude en la esperanza, toma las cosas en sus manos, se organiza como puede hacerlo y escribe la historia verdadera, la solución estará más cerca.
Politólogo