“El futuro no es bueno. Cada día las cosas empeoran. Ya sembramos y no cosechamos. Lo que creció los animales lo comieron porque también tienen hambre. El río se seca más y más”.
Esa es la realidad del Pantanal, en la región del Centro-Oeste de Brasil, en la frontera con Bolivia, según el relato por redes sociales de una campesina ribereña que empieza a revivir los incendios que en el año pasado quemaron la vegetación en 26 por ciento del mayor humedal del mundo.
Más alarmante para el mundo es que también la Amazonia brasileña se apresta a repetir el trágico espectáculo de sus bosques desechos en humo y cenizas del año pasado.
Hay 5000 kilómetros cuadrados deforestados en 2019 y 2020, cuya biomasa seca no se quemó el año pasado y pueden agrandar los incendios de este año. El cuadro se agrava con la sequía que se intensificó, advirtió Paulo Moutinho, investigador sénior del no gubernamental Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (Ipam).
El fenómeno la Niña, que enfría el agua superficial del Pacífico, y el calentamiento del Atlántico Norte reducen las lluvias de este año, especialmente en el oeste amazónico, explicó a IPS, por teléfono desde Belém, la capital del estado de Pará en la Amazonia oriental.
El período crítico es de julio a octubre, cuando culmina el estiaje pronosticado como el más seco desde 1930 en las regiones Centro-Oeste y Sureste de Brasil. La crisis hídrica amenaza también el suministro de agua en la metrópoli de São Paulo y otras ciudades, además de potenciar el riesgo de apagones al reducir la generación de hidroelectricidad.
En 2019 y 2020, bajo el gobierno del presidente Jair Bolsonaro, la Amazonia brasileña perdió 10 129 y 10 851 kilómetros cuadrados de bosques, respectivamente, las mayores extensiones desde 2008, según los datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), órgano especializado del Ministerio de Ciencia y Tecnología.
El monitoreo de este año del Inpe indica que aumentará la deforestación anual que se mide de agosto del año anterior a julio del presente. En el primer semestre el área deforestada alcanzó 3609 kilómetros cuadrados, 17 por ciento más que en igual período de 2020.
El desmantelamiento de los órganos ambientales, promovido por el actual gobierno de extrema derecha, echó a perder gran parte de los avances logrados por campañas amazónicas, que habían logrado reducir el área deforestada de 27 772 kilómetros cuadrados en 2004 a 4571en 2012.
Los incendios ya se repiten con fuerza en el Pantanal que en 2020 quemaron 38 600 kilómetros cuadrados de vegetación, lo que representa una extensión 25 por ciento mayor que el de Bélgica y donde se registraron más de 22 000 focos de incendio, según la organización no gubernamental Ecología y Acción (Ecoa).
El Pantanal, ¿peor que en 2020?
El gobierno del estado de Mato Grosso do Sul, en que se ubica la mayor parte del Pantanal, decretó el estado de emergencia el 13 de julio para disponer de recursos y flexibilidad administrativa en el combate a los incendios forestales en los próximos 180 días.
Los focos de calor se multiplicaron y sumaban 3693 desde el inicio de junio en el estado, según el monitoreo satelital del Inpe. El fuego invadió incluso áreas de conservación dentro y fuera del Pantanal.
“El pronóstico es de preocupación, no llueve y nunca he visto los ríos del Pantanal tan bajos”, advirtió Alcides Faria, director ejecutivo de Ecoa, que tiene su sede en Campo Grande, capital de Mato Grosso do Sul.
El gubernamental Centro Nacional de Prevención y Combate a los Incendios Forestales organiza y capacita brigadas locales, pero falta planificación y no es seguro que habrá presupuesto adecuado al desafío, apuntó a IPS desde esa ciudad.
“El año pasado tuvimos que proveer alimentación y gastos diarios a los brigadistas”, recordó, para destacar el rol de las organizaciones sociales en la batalla contra las llamas.
“Este año ocurre una movilización interesante. Los mismos hacendados organizan sus brigadas antiincendios, algunos denunciaron vecinos que provocaron incendios. Muchos sufrieron pérdidas astronómicas el año pasado”, señaló Faria.
Aún persiste en buena parte de Brasil el uso del fuego para “limpiar” la tierra o renovar pastizales. Esas “quemas” suelen escapar al control en la vegetación reseca.
“Mayo y junio de este año fueron el peor comienzo del período de incendios”, en el Pantanal, con el fin anticipado de las lluvias, según Vinicius Silgueiro, coordinador de Inteligencia Territorial del Instituto Centro de Vida (ICV), organización social del estado de Mato Grosso, que comprende la parte alta del Pantanal en el sur, el Cerrado (la sabana brasileña) en el centro y la Amazonia en el norte.
Contener la diseminación del fuego exige “una acción fuerte e inmediata para evitar que los focos de calor escapen al control”, opinó Silgueiro a IPS desde Alta Floresta, un municipio del norte amazónico de Mato Grosso. “Un 99 por ciento de los incendios son producto de la acción humana”, sostuvo.
“El principal factor de la deforestación que antecede los incendios es el gobierno, que emite señales al revés”, al estimular actividades destructivas y no dialogar con la sociedad civil, evaluó.
El antiambientalismo quema
El rechazo al ambientalismo es otro escollo. El presidente Bolsonaro pretendió eliminar el Ministerio de Medio Ambiente al comienzo de su gobierno en enero de 2019. No lo hizo pero nombró como ministro a Ricardo Salles que se destacó por minar la capacidad de los órganos ambientales hasta su destitución el 23 de junio, tras actuar ostensivamente en defensa de la extracción y exportación ilegal de madera.
El Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama), agencia de control, cuenta actualmente con poco más de la mitad de los funcionarios que tenía hace 10 años.
Ante la inminencia de nuevos daños a la imagen ambiental del país, ya muy degradada internacionalmente, el gobierno ordenó una operación militar para combatir los incendios ilegales en la Amazonia en julio y agosto. Se repite una iniciativa adoptada en 2020 sin resultados favorables.
De los 26 municipios elegidos para el operativo, solo uno, Lábrea, en el sur del estado del Amazonas, coincide con uno de los 10 municipios identificados por un estudio de Ipam como los de mayor riesgo de incendios, donde hubo mucha deforestación incluso sin la quema de la vegetación muerta, señaló Moutinho.
“Falló la puntería de los militares”, ironizó. Sería mejor apuntar a los municipios donde hubo mucha deforestación en los últimos años. “Quien deforesta al costo de 1500 reales (300 dólares) por hectárea, quemará los detritos para realizar el negocio”, razonó.
“Orientarse por los datos del Inpe”, sería un factor de éxito en la batalla amazónica, arguyó a IPS el investigador Carlos Souza Junior, del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon), un centro no gubernamental de estudios que, como Ipam, tiene sede en Belém.
La defesa del Inpe, como “instrumento estratégico, imprescindible para conocer lo que pasa en el territorio”, según Souza, es otra batalla de los ambientalistas y científicos contra las intenciones del gobierno de debilitar su papel en el monitoreo forestal y del clima.
Su labor en esa área se divide en un Sistema de Detección de Deforestación en Tiempo Real, que ofrece datos para acción inmediata de prevención y combate ambiental, y el Proyecto de Monitoreo de la Deforestación en la Amazonia Legal, que mide el área deforestada durante un año, de agosto a julio.
En 2019 Bolsonaro destituyó el director del Inpe, el físico Ricardo Galvão, tras intentar descalificar las informaciones sobre deforestación divulgadas por el Instituto. Este año recortes en el presupuesto amenazan el monitoreo del Cerrado, el bioma de sabana en el centro de Brasil, hecho por el Inpe desde 2016.