Los islamistas, incluido el presidente Morsi, han agradecido su tarea de preservación del patrimonio histórico judío
Carmen Weinstein era el baluarte de la comunidad judía en Egipto. Su amparo, su fuerza y su voz. Una mujer decidida a impedir que se borre el rastro de su pueblo en una tierra con ecos de esclavitud y éxodo en la que, sin embargo, los judíos llevan morando 2.500 años. Sólo ahora están al borde de la extinción, con apenas 40 miembros. “Todavía estamos aquí. Y estaremos. Señor reportero, no sea agorero”, replicaba Weinstein hace apenas un año en una entrevista al diario israelí Yedioth Ahronot. La pelea, sin ella, se vuelve ahora tarea de héroes.
La presidenta del Consejo Judío Egipcio (CJE) falleció el sábado en su casa del barrio cairota de Zamalek, tras semanas con graves problemas circulatorios. Tenía 82 años. Un día antes, olvidó el consejo de los médicos de permanecer en cama y se desplazó a Maadi, al otro lado del Nilo, para revisar la renovación de una sinagoga. Era su obsesión: recuperar todo el legado histórico de los suyos y reivindicarlo como parte imprescindible del Estado egipcio. Desde que tomó el mando de la comunidad, en 2004, relevando a su madre Esther tras su muerte, se ocupó de mantener 11 sinagogas, a punto de hundirse, y restauró otras cuatro. Su mayor logro fue la recuperación de la yeshiva de Maimónides (1135-1204), donde dio clase el teólogo, médico y rabino cordobés. Pagó de su bolsillo a yonkis y okupas para que dejasen libre el edificio.
Weinstein afrontó las críticas de los judíos en el exterior, que no entendían su fijación con mantener en Egipto el legado de sus ancestros, protegido por una menguante comunidad. La Sociedad Histórica de Judíos de Egipto en Nueva York organizó en los 90 un traslado de instrumentos de oración a Estados Unidos y logró, en respuesta, que la aún vicepresidenta del CJE convenciera al Gobierno egipcio para que clasificase como “antigüedades nacionales” todo el material judío, impidiendo su salida del país o su venta. “Sacarlo de Egipto es como decir que hay que demoler las pirámides porque ya no hay faraones. Aquí aún hay judíos y, aunque no los hubiera, estas piezas son historia egipcia”, defendió en 1997, cuando logró el cambio.
Su trabajo le valió en vida el respeto hasta de comunidades islamistas y, en su adiós, ha arrancado el agradecimiento del presidente, miembro de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi: “Era una egipcia entregada que trabajó incansablemente para preservar el patrimonio. Valoraba, por encima de todo, vivir y morir en su país, Egipto”. “Desde el acuerdo de paz entre Anuar El Sadat y Menajem Begin, nunca un judío recibió tan buenas palabras”, destacaba el lunes el diario Al Ahram.
La convivencia entre comunidades nunca fue un problema para Weinstein. Siempre defendió que no había roces. “No hablamos de política. Vivimos”, contestó en 2009 a AP en plena Operación Plomo Fundido de Israel sobre Gaza. Ni siquiera en estos dos años de revolución y transición, cuando se han quemado banderas de Israel y se ha atacado su embajada, ha habido encontronazos. “El mérito es suyo. Carmen defendía a Israel, claro, pero también su derecho a ser egipcia y participar en su progreso. Todos los cairotas lo saben”, destaca una de sus amigas, Magda Haroun, en The Jerusalem Post.
Weinstein, viuda desde hace años y sin hijos, era un ejemplo vivo de resistencia ante un desgaste imparable. Nacida en 1931, hija de un impresor y de su tiempo, el de la monarquía, el padrinazgo británico y el respeto a los judíos. Vivió en un mundo de comerciantes, banqueros y artistas no muy asiduos a la sinagoga, pero orgullosos de su origen. Estudió Literatura Inglesa en la Universidad de El Cairo, se doctoró en la Americana, hablaba árabe, inglés y francés impecables, como la elite de entonces. La muerte de su padre, cuando tenía 22 años, la obligó a hacerse cargo del negocio familiar en un Egipto febril, el de Gamal Abdel Nasser.
En 1948 los judíos habían comenzado a abandonar el país, tras el nacimiento de Israel más la persecución nacionalista, las expropiaciones y las expulsiones finales. 80.000 judíos residían en el país hace 65 años. Hoy quedan 20 mujeres en El Cairo, 21 hasta la muerte de Carmen, y otras tantas en Alejandría, más el único varón registrado. Hay 50 judíos más, diplomáticos, investigadores y empresarios. Con todos, hace dos semanas, celebró Weinstein la cena de Pascua. Ese fue otro de sus triunfos: recuperar los rituales, revivir las festividades en comunidad.
Carmen Weinstein será enterrada mañana en el cementerio de Basatin, el único judío que queda en El Cairo, que ella misma salvó. La parte que no acabó como basureo ni incautada por el Departamento de Antigüedades será su morada. Un rabino se trasladará desde Francia para celebrar el oficio. No hay nadie en Egipto que pueda hacerlo.
El País de España