Hasta su investidura este miércoles, Pedro Castillo ha mantenido cierto misterio sobre sus planes presidenciales, no se sabe si para no asustar a los mercados antes de tiempo, mientras transcurría el mes y medio de revisión de su ajustada victoria sobre Keiko Fujimori, o para no asustar a su propio partido, Perú Libre, que defiende posturas de extrema izquierda muy inviables.
En cualquier caso, más allá de las intenciones de Castillo en su fuero íntimo, la crisis económica y la minoría con la que cuenta en el Congreso constreñirán enormemente la acción de gobierno del hasta ahora maestro de escuela. Y eso posiblemente pondrá nervioso a su partido, del cual él no es el jefe, que no quiere renunciar a la revolución prometida en la campaña. La alta expectativa levantada entre los sectores pobres y rurales difícilmente se verá satisfecha, para frustración del propio Castillo, de Perú Libre y de las clases populares que le votaron. Todo eso condena a la disfuncionalidad la presidencia que ahora se inaugura, la cual además tiene que hacer frente a una pandemia que se ha cobrado ya 200.000 vidas, convirtiendo a Perú en uno del país con mayor mortalidad del mundo.
Limitaciones macroeconómicas
Los últimos días ha habido ya disonancia entre Castillo y Perú Libre. Mientras el presidente reniega de la etiqueta de comunista (como también rechaza la de chavista y de terrorista), su partido insiste en ella y además confirma planes para una nueva Constitución, que Castillo matiza. Está claro que el nuevo mandatario pretende un punto y aparte respecto a anteriores presidencias, pero se va a encontrar con serias limitaciones.
También Ollanta Humala, que recibió dinero de Hugo Chávez en una primera campaña, llegó en 2011 al cargo desde la izquierda (batiendo igualmente a Keiko Fujiimori), en un momento de expansión del bolivarianismo en Latinoamérica, y sin embargo pronto abrazó el modelo económico que ininterrumpidamente rige en Perú desde las reformas de Alberto Fujimori en la década de 1990. La constatación de que la «década de oro» de la economía sudamericana (2003-2013) no propició un avance social sólido (la importante reducción de la pobreza de entonces se ha visto ahora parcialmente revertida con la presente crisis) puede llevar a intentar aventuras fuera de la libre empresa y mercado (hay una presunta lista de nacionalizaciones), pero si en estos momentos el imperativo es la recuperación económica, Castillo no tiene mucho margen de maniobra.
El presidente acaba de decir que sus dos prioridades serán la lucha contra la pandemia y el crecimiento económico. En Cuzco, donde Castillo logró el 83% de los votos, se ha convocado un paro para protestar por el alza de precios, provocada por la depreciación de la moneda, que a su vez se debió a las dudas en los mercados sobre las próximas políticas de Castillo. Hay que esperar a sus primeras decisiones. Desde luego que, en la actual coyuntura, mantener su anuncio de un 10% del gasto en educación no es muy asumible.
El PIB peruano cayó un 11% en 2020 (la mayor cifra en Sudamérica después del caso aparte que supone Venezuela). Es cierto que para 2021 está previsto un crecimiento del 8,5% (la mayor cifra entre sus vecinos), empujado por la subida del precio del cobre, que es el principal producto de exportación, pero al mismo tiempo el país soporta una gran carga financiera: de una deuda exterior del 20% del PIB en 2013, se ha pasado a una deuda del 35%, abultada por los estímulos puestos en marcha a raíz de la pandemia.
La derecha suma mayoría absoluta
La otra gran dificultad para Castillo es su exiguo apoyo en el Congreso. La elección del parlamento unicameral se realizó al mismo tiempo que la primera vuelta de las presidenciales, de manera que, en una situación de voto muy disperso, el partido que quedó en primer lugar, Perú Libre, solo obtuvo el 13,4% de los votos y 37 de los 130 diputados que forman el Congreso. Ante cuestiones de gran polarización, como la posibilidad de convocar una asamblea constituyente –la madre del cordero de la disputa política de esta presidencia–, los diferentes partidos de derecha, que suman 80 asientos (frente a los 50 de partidos de izquierda y liberales), pueden fácilmente bloquear las propuestas que impulse Castillo.
Precisamente, la caída del anterior presidente elegido por los peruanos, Pedro Pablo Kuczynski, se gestó a partir de su debilidad en el Congreso, donde quedó a merced de las embestidas de Fuerza Popular, de Keiko Fujimori. Esta vez Fuerza Popular está más debilitada (solo tiene 24 asientos), pero al mismo tiempo Perú Libre tiene sembrada en su seno la semilla de la discordia.
Esa semilla tiene que ver con que Castillo fue un candidato de paja que puso el jefe de Perú Libre, Vladimir Cerrón, al no poder presentarse él mismo a las elecciones por una condena de corrupción durante su gestión como gobernador de Junín. Vladimir y su hermano Waldemar, elegido diputado, dominan el grupo de Perú Libre en el Congreso; al no contar ahí con suficiente fuerza, plantean una Asamblea Constituyente desde la que hacer la revolución marxista-leninista que buscan.
No solo Castillo obtuvo en la primera vuelta más apoyo que el logrado por Perú Libre en el Congreso, sino que la victoria en la segunda vuelta se construyó casi todo ella sobre la imagen no doctrinaria y de honestidad del propio Castillo (muy diferente de la que rodea a Cerrón y al partido). Así que, nada más tomar posesión, Castillo se sentirá bastante libre de actuar a su manera, siguiendo en todo caso maximalismos propios, no los que le imponga Cerrón.
ABC de España