Que Joe Biden catalogue a Cuba como un “Estado fallido” no es nada nuevo: responde al discurso tradicional de la política estadounidense hacia la isla. Que Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala y Honduras sean firmantes de una declaración conjunta de 21 naciones que condenan la represión del gobierno de Miguel Díaz Canel contra el pueblo en las recientes manifestaciones del 11 y 12 de julio, tampoco debe asombrar a nadie, puesto que al frente de esos países se encuentran partidos y gobernantes que se han apartado de las influencias ideológicamente totalitaristas de ese bloque político regional que pretendía construir en toda América Latina el llamado “socialismo del siglo XXI”.
Que los apoyos más recientes recibidos por el gobierno de La Habana sean de Lukashenko, desde Bielorrusia; de Kim Jong-Un, desde Corea del Norte; de Putin, desde Rusia; de la Venezuela de Maduro y la Nicaragua de Daniel Ortega, es aún menos motivo de asombro: los dictadores siempre han sido solidarios unos con otros. Ni siquiera debería resultar raro que Andrés Manuel López Obrador desde México deje a un lado la represión, el encarcelamiento y los injustos juicios sin garantías legales contra los manifestantes detenidos, y esgrima el clásico pretexto de que la salida a esa crisis es el levantamiento del bloqueo: todos los gobiernos mexicanos, sin importar su signo ideológico, siempre han tenido esa mirada conciliadora hacia el régimen de La Habana.
El suicidio de la Revolución
Octavio Paz, tras la represión del gobierno cubano contra la intelectualidad en los años setenta, le comentó a su colega Carlos Monsiváis que la Revolución Cubana terminaba de suicidarse. Según me contó en 2002 Monsiváis, para la intelectualidad mexicana, admiradora de la épica revolucionaria que tenía lugar en Cuba desde 1959, la persecución y encarcelamiento de homosexuales en campos de concentración, las condenas de prisión a intelectuales y los distintos modos de censura que provocaron el éxodo de centenares de artistas en esas dos primeras décadas del proceso social, habían sido las primeras dosis de un veneno que afectaría paulatinamente al movimiento intelectual de izquierda a nivel internacional. Así sucedió. En 1971, tras los sucesos represivos contra el poeta Heberto Padilla y otros escritores “no revolucionarios”, el llamado internacionalmente “Caso Padilla”, se produjo lo que Paz y Monsiváis habían pronosticado: la cultura universal se dividió entre los que criticaban el rumbo dictatorial de Fidel Castro y los que apoyarían durante décadas enteras incluso los más crasos errores del gobierno de La Habana, acudiendo a tesis como “Cuba se enfrenta al mayor enemigo del mundo, Estados Unidos, y tiene derecho a defenderse”, o como “Cuba reacciona así porque es un país bloqueado por la mayor potencia económica del mundo”.
Hasta entonces la represión había ocurrido contra pequeños sectores de la sociedad en un país que mayoritariamente parecía apoyar a sus líderes y a su proyecto social. Los éxodos del Mariel en 1980, cuando salieron de Cuba más de 125 mil cubanos, y en 1994, cuando abandonaron el país más de 30 mil cubanos, y el hecho mismo de que en la diáspora residan actualmente cerca de 3 millones de cubanos, son muestras de la falsedad de la propaganda del apoyo masivo del pueblo cubano al único modelo económico que ha regido en la isla desde 1959. Aún así, fue impactante para todo el mundo que el 11 de julio, sin que nadie los pusiera de acuerdo, centenares de miles de cubanos en 40 ciudades de la isla salieran a las calles a protestar contra la gestión gubernamental del presidente Díaz Canel y, una vez que este dio por televisión la orden a sus seguidores de atacar a quienes se manifestaban, dejaron de gritar “Queremos vivir”, “Tenemos hambre”, para gritar “Abajo la dictadura”, “Libertad, Libertad” y “Patria y vida”.
Concierto crítico desde la izquierda
Díaz Canel, con su decisión de enfrentar a los cubanos en una guerra interna entre “revolucionarios” y “mercenarios de Estados Unidos”, clavó el puñal en el cuerpo enfermo de un Estado moribundo, y provocó, por primera vez en seis décadas, que incluso reconocidos intelectuales latinoamericanos y europeos, que solían defender radicalmente la Revolución Cubana, la criticaran con firmeza. Una de las más demoledoras críticas es la del PEN Internacional, que exige la liberación de un amplio listado de artistas, escritores y periodistas actualmente encarcelados en la isla. Esta declaración fue firmada por las sedes nacionales del PEN Club en Estados Unidos, Argentina, Bolivia, Brasil, Canadá, México, Chile, Colombia, Ecuador, Guadalajara, Haití, Nicaragua, Paraguay, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela y el PEN de Escritores Cubanos en el Exilio.
En este cambio de rumbo de gran parte de la intelectualidad de izquierda internacional, además de los errores innegables del gobierno de Díaz Canel, pesan mucho los pronunciamientos críticos de altas figuras de la sociedad civil cubana que el régimen ha llamado “embajadores de la cultura nacional”, entre los que destacan los músicos Leo Brower, Chucho Valdés y Pablo Milanés; actores de trayectoria internacional como Luis Alberto García y Albertico Pujols, y directores de cine considerados maestros del cine cubano como Fernando Pérez y Rolando Díaz. También pesan las críticas de figuras mediáticas internacionales como la cantante Camila Cabello, el rapero Pitbull, ambos de origen cubano, o como el español Alejandro Sanz, los puertorriqueños Residente del grupo Calle 13 y Ricky Martín, el panameño Rubén Blades, e intelectuales revolucionarios de prestigio dentro de la izquierda latinoamericana como los nicaragüenses Gioconda Belli y Sergio Ramírez.
Lamentablemente, importantes instituciones académicas regionales como LASA (Asociación de Estudios Latinoamericanos) y CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), aunque manifestaron preocupación por el estallido de violencia en Cuba, dieron más fuerza en sus declaraciones a la condena al bloqueo norteamericano, posicionamiento que fue duramente criticado por cientos de académicos en Estados Unidos y Latinoamérica, quienes han llegado a renunciar a sus membresías en estas instituciones.
Mientras esto sucede, el debate en torno al inédito estallido popular en Cuba impacta también las luchas actuales entre los partidos políticos en las naciones latinoamericanas. Aunque los tradicionales grupos de izquierda en Argentina, Colombia, Bolivia, Perú, Uruguay y Chile se han mantenido en silencio incluso en momentos en que la comunidad internacional condena casi por unanimidad la represión contra las manifestaciones en la isla, resulta sintomático que exista una sintonía a la hora de condenar los excesos gubernamentales de fuerza contra el pueblo cubano entre los partidos de centro y derecha, y algunas ramas de los partidos izquierdistas en esas y otras naciones en América Latina. Una clara señal de que las máscaras humanistas de la dictadura cubana comienzan a caer.