Enrique Meléndez: Lo que provoca es ponerse a gritar

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Cada una de las circunstancias del venezolano constituye una tragedia. Por todas partes; desde el tema del hambre con una hiperinflación, que te vuelve minúsculos los ingresos… es abismal la brecha, y con el perdón de la digresión, que hay entre el costo de cualquier producto y el sueldo mínimo; lo que explica que el venezolano común haga una sola comida al día, y se vea hurgando entre la basura;  como esa señora del Zulia, vestida de miliciana, que aparece en un video, que rueda por las redes sociales, y quien manda para el carajo a Nicolás Maduro y compañía, a propósito de esa vida de miseria que lleva; palabra, aquí está la representación del cuadro El Grito del pintor noruego Edvard Munch, toda acalorada la señora; el grito de la angustia existencial: por todas partes haciendo aguas la canoa; con la consecuencia de que su casa le fue allanada al día siguiente, y le fue decomisado el uniforme de miliciana; lo que habla del poco temor al ridículo, que padece esta gente; pues la señora les respondió con otro video, donde aparece displicente; cuando ahora es el doble de lo famosa; aun cuando también le han quitado el derecho a recibir la bolsa CLAP; que es el pago que le dan por pertenecer al componente de las Milicias, y se da el lujo de vacilarse, como decimos en criollo, a quienes la despojaron del uniforme; porque las botas, que fue lo otro que trataron de quitarle, se aferró a ellas, y no dejó que lo hicieran, con el cuento de que ella las había comprado; pero decía que el venezolano está circunstanciado desde este tema del hambre; pasando por el de la salud a todos los niveles; tanto en lo que atañe a la pública, a propósito de la existencia de unos centros hospitalarios, que funcionan porque hay demasiada mística en el personal médico y paramédico, que funciona en los mismos, y de muy excelente calidad; tanto en lo que atañe a la salud privada, a propósito de la existencia de un mercado de medicamentos, que no está al alcance de nadie; lo mismo que no está al alcance de nadie un examen médico, y así sucesivamente; hasta verse situaciones, como esta de las enormes colas, que amanecen en el entorno de las bombas de gasolina, a la espera de surtirse del combustible.

El país se queda sin gasolina; porque no la produce. Nuestras refinerías quedaron desmanteladas, por falta de mantenimiento y fuga de talentos; aparte de que tenemos una producción petrolera, que ya está por debajo de los 500 mil barriles de petróleo diario y, al no haber producción, tampoco hay refinación; de modo que nos encontramos con el hecho de que el consumo está por encima de la oferta.

Por supuesto, en esto influye el problema de las sanciones económicas, que no permiten que se importe gran parte de los equipos y repuestos, que requieren las plantas refinadoras; que sería lo que impide la reactivación de la estructura operativa de estas refinerías; en especial, el Complejo Refinador de Paraguaná que en su momento tuvo una capacidad de refinación de un millón de barriles diarios. Todo se lo llevó la plaga del comunismo, y que consiste en la política de la improvisación, de la arrogancia y del atropello.

Según llega por las redes sociales, hay vehículos en el interior del país, que no han podido surtir de gasolina desde hace quince días. De nuevo el grito de Munch: ¿qué hemos hecho los venezolanos para merecer esta suerte? Porque la gasolina lo mueve todo en este país; no es sólo el traslado de la persona de un sitio a otro en el vehículo que sea, sino que es también el transporte de alimentos o la maquinaria agrícola, industrial y artesanal, y entonces a un país paralizado no le queda sino gritar: váyanse a la hedentina; mientras la pobre madre de Maduro es rayada infinita veces.

Por lo demás, estamos ante un gobierno que cultiva el ocio. ¿Cuántas horas-trabajo pierde uno de nuestros ciudadanos, esperando surtir gasolina en una de las bombas? He allí una de las taras que arrastra nuestra clase gobernante: está peleada con la cultura del progreso, y la cultura del progreso se basa en la fluidez, y la fluidez se da a base de la disciplina: el obrero tiene que estar a la hora, que tiene señalada en un horario en la fábrica, en sus respectivas puertas, y por eso el tren no espera. El tren sale a la hora; de modo que por aquí se inició la era del progreso; sólo que por estos lares están peleados con la misma, porque la idea que se posee del poder, es que se trata de un botín. He allí la gran despreocupación que manifiesta nuestra clase gobernante, que llegó para perpetuarse en el poder y, en ese sentido, ni gobierna ni deja de gobernar; cuando medio país está paralizado, y el otro medio país huye de esta terrible situación, cansado ya de gritar ante unos oídos muy sordos.

Aparte de que el flagelo de las colas se transforma en un medio para medrar, y así, como decimos en criollo, se arma más de un limpio, a propósito del tema de la coleadera. No se pase por alto que, incluso, la delincuencia armada por el gobierno; eso que llaman colectivos, ostenta el privilegio de meter, a la brava, determinado número de carros en forma exclusiva en aquellas bombas, que le corresponden a su territorio: suertes de caciques locales, con sus respectivas bandas, y aquí se mueve el dólar parejo. Lo que se comenta es que por vehículo que meten a la brava en esas colas, el pran cobra diez dólares; pero de esos diez dólares, un porcentaje le queda a los malandros, y otro porcentaje le queda a los guardias, que tienen bajo custodia la bomba. Venezuela es un negocio en ese sentido, y aquí es donde surge la famosa cita de Milton Friedman: no hay almuerzo gratis. Alguien te lo paga. Ese alguien es la señora que grita, y que le prodiga palabrotas fuertes a Nicolás Maduro y a su combo. Una de las injusticias que salen a flote bajo un régimen totalitario es que se impone la ley del embudo: lo ancho para mí, lo estrecho para ti. No hay equidad posible.

melendezo.enrique@gmail.com

 

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