Las vacunas contra el coronavirus entregadas por Covax llegan al aeropuerto de Addis Abeba, Etiopía
Por meses, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha recordado incansablemente a los países desarrollados e industrializados su obligación moral de suministrar vacunas contra el coronavirus a los países más pobres del mundo. Con dicha advertencia suele comenzar sus conferencias de prensa semanales de la OMS en Ginebra.
Esta semana, subrayó su llamado al pedir una suspensión mundial de estas vacunas al menos hasta octubre, a la vez que cuestionó cómo el “norte global” podría empezar a administrar dosis de refuerzo de la vacuna en un momento en el que el personal de salud de casi todos los países de África sigue sin estar vacunado.
Covax corre el riesgo de fracasar
Ayoade Olatunbosun-Alakija, de la Alianza Africana de Distribución de Vacunas para Covid, de la Unión Africana (AVDA por sus siglas en inglés), ya ha advertido a la Comisión Europea y a Francia que la iniciativa de vacunación Covax, lanzada por la OMS en abril de 2020, corre el riesgo de fracasar.
“Sin embargo, por el bien de la humanidad, no debe”, dijo. Covax fue diseñado para facilitar la entrega de dosis de vacunas a los países pobres, pagadas por los ricos. Pero de los 640 millones de dosis que debían entregarse a principios de agosto, solo han llegado 163 millones. Es nada menos que una declaración de “bancarrota moral” del norte desarrollado, incluida Alemania.
Según las estimaciones de la OMS, se necesitarán unos 11.000 millones de dosis para acabar con la pandemia en todo el mundo. Los países industrializados del G7 tan solo han prometido 1.000 millones, con Estados Unidos y Alemania a la cabeza.
Mientras las mutaciones del virus afectan las poblaciones de África y los países de América Latina, el norte intenta ser benévolo. El gobierno de Biden está gastando 3.500 millones de dólares (2.900 millones de euros) para comprar 500 millones de dosis de vacunas a la multinacional farmacéutica estadounidense Pfizer para Covax. El gobierno estadounidense va a donar esas avanzadas vacunas de ARNm desarrolladas por el socio alemán de Pfizer, BioNTech, a las naciones más pobres del mundo.
Pero la administración de Biden ha dicho que reduciría a la mitad su compromiso de 4.000 millones de dólares para tal iniciativa, a fin de ayudar a pagar la compra de las vacunas de Pfizer. No obstante, ese es dinero que los países receptores necesitan para hacer llegar la vacuna a sus pueblos, para pagar la gasolina, por ejemplo. El hecho de que el director general de Pfizer suba el precio de una sola dosis de la vacuna contra covid-19 es también prueba de un completo fracaso moral.
Una carrera contrarreloj
El gobierno alemán de la canciller saliente Angela Merkel está demostrando una vez más que aún no ha entendido el principio más importante del control de la pandemia: la rapidez. Desde hace semanas, las organizaciones alemanas de ayuda, especialmente las asociadas a las dos principales iglesias, han estado pidiendo al ministro alemán de Salud, Jens Spahn, las dosis de vacunas sobrantes. Los grupos de ayuda llevan décadas realizando campañas de vacunación en África, por ejemplo, contra el ébola y el sarampión, y cuentan con la infraestructura necesaria.
Pero por un multilateralismo mal entendido, el gobierno de Merkel rechaza la ayuda bilateral a través de esos canales establecidos. También, según una carta del Ministerio Federal de Salud, porque “las donaciones a terceros países requieren regularmente el consentimiento previo del fabricante”.
Eso ignora convenientemente el hecho de que BioNTech desarrolló su vacuna el año pasado con 500 millones de euros del presupuesto federal. Se trata de ganar dinero. Al virus SARS-CoV-2 y sus mutaciones, delta, lambda y cualquier otra que pueda aparecer, no les importa. Simplemente, hace que el virus circule sin atenuantes, permitiendo potencialmente que se desarrollen variantes mortales antes de volver a golpear a Europa o América del Norte en señal de venganza.