Si los diálogos de México sirvieran para que la oposición hoy conformada por lo que fueron los grandes partidos surgiera reunificada en torno a una clara definición de la vía para desalojar la dictadura, que es decir de un claro trazado de lo que será la ruta a seguir en el campo electoral, mucho se habrá ganado.
Ya no hay tiempos para más inventos, ni espacios para crear espejismos ni atajos que vengan del exterior ni expectativas de la mayoría que la apoyen. Todo lo contrario, después de tantas indefiniciones y delirantes objetivos no alcanzados, esta nueva etapa de conversaciones se iniciará en medio del mayor escepticismo y con muy bajas apuestas en unos eventuales resultados alentadores.
Una población sumida en la lucha cotidiana por la sobrevivencia, y con los antecedentes de nulos avances en las traumáticas experiencias negociadoras del pasado reciente, difícilmente cifre esperanzas en una mesa que, además, se iniciará con actores que se exhiben ubicados en las posiciones más extremas: adelanto de las elecciones presidenciales versus levantamiento de las sanciones y devolución de importantes activos de Venezuela en el exterior.
Pero, dudamos que ambas partes puedan mantenerse en esas posiciones. Si de eso solamente se tratara, el fracaso puede darse por decretado. Mas, ni el régimen ni la oposición están en las mismas condiciones que en anteriores encuentros.
Si es verdad que la oposición del G-4 se dividió, se debilitó en los extravíos intervencionistas y en el abandono de la participación electoral, el oficialismo está en el peor momento del hundimiento económico, amenazado su plan perpetuador por un deslave social, una tragedia de grandes magnitudes. Necesitan control sobre su horizonte temporal, del proyecto y de sus vidas.
La oposición que fue a México necesita retomar espacios y recuperar las garantías políticas (condiciones electorales justas, sin ventajismo, sin inhabilitaciones, sin abusos de poder y uso de los recursos públicos) que le han sido escamoteadas por un régimen sin escrúpulos, antes de que pueda ser barrida del mapa.
Eso no lo va a obtener plenamente en la mesa de negociaciones. Más importante es que desde ese privilegiado escenario entienda y le haga entender al común de la población que se entra en un proceso de reconstrucción de la política in situ, de un lanzamiento de una ofensiva en la que se incluyen las estrategias y las tácticas que condujeron a contundentes éxitos en el pasado.
Quienes hoy dirigen este Estado fallido que es Venezuela van en busca de oxígeno económico para evitar que el colapso les llegue en forma abrupta, provocada por una asfixia extrema de recursos. Esto no se lo ha solucionado ni se lo va a solucionar una oposición comprada o a la carta. Ya está visto. En cambio, así como la oposición que encabeza Guaidó se debilitó en lo político, pudo con el apoyo de Estados Unidos sustraer del control de Maduro a Citgo, Polímeros y las reservas de oro en Inglaterra, cuya recuperación es el principal objetivo del oficialismo en tierra azteca.
La inmensa mayoría de los venezolanos que hoy padecen una crisis humanitaria que se agrava con los días, necesita un mensaje claro y coherente, que la convenza de que su participación es necesaria para echar a andar de nuevo el proceso que desalojará del poder a la dictadura en forma electoral, que es decir constitucional, democrática y pacífica.
Nada sencillo, después de tantas marchas y contramarchas, idas y venidas, divisiones y confrontaciones internas, de giros no debidamente explicados y que, por eso mismo, la población las ha percibido como piruetas de ocasión. Pero definición y coherencia nunca dejarán pérdidas ni retrocesos. Y de eso se trata, de avanzar unidos y con la mayor decisión de cara al proceso electoral de las regiones. Por allí comienza la senda para la reconstrucción y la reconstrucción de una nueva Venezuela.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar