La historia de Lourdes y su hija Mariana podría escribirse en diversas partes del planeta. Por desgracia, de manera generalizada, la violencia contra las mujeres va en aumento y la crisis del COVID-19 ha multiplicado las agresiones que víctimas femeninas de todas las edades sufren en solitario, de forma silenciosa y cruenta. Sus sueños, retos y esperanzas quedan truncos porque sus vidas les son arrebatadas.
La Organización de Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud denunciaron en abril de 2021 que al menos una de cada tres mujeres en el mundo sufren violencia física o sexual. La anomalía está presente en todas las culturas, incluyendo países donde podría decirse que existe un sistema de justicia funcional como Alemania, Francia, Canadá y Reino Unido. En estos últimos, a raíz de la pandemia, la violencia ha crecido hasta en un 40 por ciento.
Pero que la historia de Lourdes y Mariana tenga como escenario a México tiene una doble carga de dolor. A la violencia e impunidad generalizada en un país devastado por la ausencia de gobierno y justicia, se suma que las victimas con rostro femenino suelen ser las más olvidadas entre los olvidados. Ese es el caso de estas dos mujeres, madre e hija, olvidadas por la Justicia. A nosotros como colectividad nos corresponde seguir buscando justicia para ellas y no darles la espalda como lo hicieron las autoridades.
Lourdes y Mariana
Conocí a Lourdes Dávalos el 7 de marzo de 2021, un día antes de la multitudinaria marcha por el Día Internacional de la Mujer, llevada a cabo la Ciudad de México, en la que participaron miles de mujeres de todas las edades exigiendo justicia ante la creciente ola de feminicidios y violencia generalizada en México. Sí, aquella multitudinaria marcha de la que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se escondió detrás de la muralla de metal que ordenó poner alrededor del Palacio Nacional.
Lourdes exigía justicia por el feminicidio de su amada hija, la pasante de Medicina Mariana Sánchez Dávalos, quien fue encontrada muerta en Ocosingo, Chiapas, el 28 de enero de 2021. Me ayudaron a contactar con Lourdes compañeras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio que la acompañaban en el proceso.
Antes de hacerle la autopsia, las autoridades de Chiapas afirmaron que Mariana se había suicidado, siguiendo la práctica común que aplican en los casos de muerte violenta de mujeres, para no investigar todos los antecedentes previos que antecedieron al fatal final.
Lourdes estaba segura de que su hija no se había quitado la vida, y ahora que he escuchado de nuevo su voz en mi grabadora, entiendo mejor que el testimonio que ella me dio, dulce, fuerte y con una dignidad ejemplar, no era solo para hablar de la cadena de abusos, abandono e injusticia que vivió Mariana, sino que, a pesar de todo eso, ella no se dio por vencida, tenía un sueño, un anhelo, y no quería morir.
“Mi compañera, mi amiga, mi hija”
Cuando me encontré con Lourdes en un hotel de la Ciudad de México, iba vestida toda de negro con un pañuelo blanco y negro que le daba algo de luz a su pálido rostro. Aún estaba latente el dolor, se lo podía ver en los ojos claros y en las manos, que ya no podían estrechar las de su única hija. Será por eso que, por momentos, cuando hablamos ella, se refería a Mariana en presente, no en pasado.
Mariana, de cabello castaño, ojos grandes y expresivos, y complexión pequeña y delgada, nació en la Ciudad de México en 1996. Era hija única. Sus padres se separaron y a los siete años, y ella y su madre se fueron a vivir a la casa de sus abuelos maternos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. El núcleo familiar eran ellas dos y sus recursos económicos eran escasos.
“Mariana desde muy pequeña fue una niña muy dulce, muy tierna, risueña, amante de la música, artista, le encantaba dibujar, tenía una habilidad extraordinaria para dibujar caricaturas”, recordó Lourdes. Le gustaban muchos los niños, por eso decidió estudiar Medicina y especializarse en Pediatría. Estudió en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
“Ella es mi compañera, mi amiga, mi hija”, me dijo Lourdes mirándome a los ojos, con una expresión que no olvidaré jamás.
En 2019, Lourdes pudo encontrar un mejor trabajo en Saltillo, Coahuila, al norte del país, en el extremo opuesto a Chiapas, para mantenerse y mantener a su hija. Mariana fue a hacer su internado a una clínica pública en Monterrey, Nuevo León, una ciudad cercana a Saltillo; así podían estar más cerca. Cuando terminó el ciclo, ella buscó quedarse en Saltillo para hacer su servicio social, donde ya la habían aceptado en una clínica, pero la directora de la facultad en la UNACH no le dio permiso y le dijo que forzosamente debía de regresar a Chiapas a hacer su servicio social, requisito para poder titularse.
La mandaron al municipio de Ocosingo, que está a 8 horas de distancia en auto de Tuxtla Gutiérrez, donde vivían sus abuelos. En julio de 2020, a sus 24 años, tuvo que mudarse sola a ese poblado y vivir en un pequeño cuarto adjunto a la clínica donde iba a prestar su servicio. No tenía siquiera una cama o cocina, el techo era de lámina y el baño era de uso común para hombres y mujeres.
Desde los primeros días, le dijo a Lourdes que le habían dicho que el lugar era “muy peligroso”. Durante uno de los viajes que hizo en autobús para ir a visitar a sus abuelos un pasajero trató de agredirla sexualmente. La única corrida de autobuses era nocturna y a partir de aquella mala experiencia Lourdes se angustiaba mucho de los peligros que corría su hija durante el trayecto. Ella y Mariana buscaron por diversas vías cambiarla de adscripción.
La UNACH y la Secretaría de Salud del Estado de Chiapas se negaron, y ésta última autoridad le comunicó que solo la cambiaría si le sucedía “algo”.
Bajo acoso constante
La comunicación telefónica entre Mariana y su madre era difícil, no había buena señal en la comunidad donde ella dormía y tampoco había buena señal en la clínica. Mariana estaba prácticamente incomunicada durante la noche.
Al poco tiempo, Mariana dijo a su madre que había un doctor en la clínica, Fernando Cuauhtémoc Pérez, que la acosaba constantemente. Le decía cosas sexuales y desagradables. Llegaba borracho a buscarla al cuartucho donde dormía. Mariana comenzó a vivir con miedo.
Además del doctor había un enfermero del hospital que también la acosaba. La presionaba para que fuera a tomar con él y otro empleado a un bar. “La comenzaron a presionar para que fuera a tomar, y ella lo que hacía era irse a encerrar a su cuarto porque no quería ir con ellos”, recordó Lourdes. Tras la muerte de Mariana el enfermero dejó intempestivamente la clínica y se fue del poblado.
Condenadas a muerte
Fue en octubre de 2020, en plena pandemia del COVID-19 que el médico entró por la fuerza al lugar donde dormía Mariana e intentó abusar de ella sexualmente. Ella logró repelerlo, pero estaba muy asustada. Cuando fue con la directora de la clínica para quejarse, esta le informó que había habido otras quejas y dijo que lo iba a castigar suspendiéndolo. No lo hizo, solo lo cambió de horario y él siguió acosando a Mariana, quien buscaba por todas las formas posibles ser transferida, incluso presentó su renuncia, pero la directora no la dejó irse. En compensación le dieron unos tamales y días de descanso para ‘recuperarse del estrés’. Mariana presentó una denuncia ante las autoridades sanitarias de lo que había ocurrido y el doctor la amenazó, según contó ella misma a su madre.
Además de esa situación, Mariana debía prepararse para su examen profesional, debía estudiar diversos materiales, pero, como no tenía internet en Ocosingo, todo se complicaba más. Aún así no se dio por vencida, siguió viajando los fines de semana a Tuxtla para estudiar allá y aprovechaba para comprar algunos dulces y mercancía que luego vendía en la clínica para cubrir algunos de sus gastos.
En esa misma época Lourdes fue notificada de que tenía cáncer. “Yo me enfermé y tenía un problema de salud bastante delicado, me tuvieron que quitar un seno, tenía un tumor muy grande, mi hija estaba muy preocupada por eso, estaba muy preocupada por mí, me decía: ‘Atiéndete mami, atiéndete’. Me decía ‘Yo te llevo a Monterrey’. Pero yo, para no obstaculizar, ya que para mí era un obstáculo y le iba a alterar la preparación de su examen, no la quise distraer con mis problemas de salud”, dijo Lourdes. El 16 de diciembre del 2020 le extirparon un seno y Mariana pudo pasar algunos días con ella.
Cuando Mariana tuvo que regresar a Chiapas las dos estaban muy tristes y se abrazaron fuerte. Mariana llevaba su largo cabello sujeto en una cola de caballo, portaba su chamarra preferida y una mochila. “Era tan hermosa mi hija, un capullito de rosa, yo siempre le decía: ‘eres mi bendita compañía’”. Esa fue la última vez que Lourdes la vio.
“Estuve corriendo tras mi hija”
Entre todas las dificultades, la vida le sonreía a Mariana de otras formas. Tenía buenas amigas en Chiapas y, antes del 28 de enero fatal, había reestablecido comunicación con el novio que había sido su pareja durante cuatro años. Los arduos estudios de Medicina los habían separado porque él se había ido a estudiar a otro lugar, pero habían quedado en verse el primer fin de semana de abril. Ella tenía el plan de hacer la especialidad de Pediatría y regresar a trabajar a Monterrey. Así, regresó a Ocosingo.
Lourdes y Mariana hablaron por última vez el 28 de enero de 2021 como a las cuatro de la tarde. Mariana debía pagar su examen profesional, juntas estaban buscando una solución y un modo de que ella pudiera irse de ahí sin que tuviera que perder un año mientras encontraba otro lugar donde hacer el servicio social. Lo último que le dijo es : “La jefa no me ayuda para nada”, refiriéndose a que no la dejaba irse ni siquiera de permiso para prepararse para el examen.
El miércoles 29, Lourdes buscó por la mañana a Mariana. “¿Cómo estás mi amor?”, le escribió en un mensaje, pero su hija ya no le contestó.
Fue como a las once de la mañana que le llamó una amiga de Mariana. No fue la clínica donde hacía su servicio, no fue la universidad que la mandó ahí y se negó a transferirla, y tampoco una autoridad.
“¿Todo bien?”, preguntó la amiga de su hija. Lourdes de inmediato presintió que algo andaba mal. Fue cuando le dijeron que su hija estaba muerta. Entró en shock. Aún así, convaleciente, buscó ayuda. La ayudaron a pagar un boleto de avión de Monterrey a Tuxtla, que era la ruta más corta. Fue entonces cuando le dijeron que supuestamente se había suicidado.
La familia de Lourdes, que estaba en Tuxtla, se trasladó para identificar el cuerpo, pero nadie quería decirle en qué condiciones la habían encontrado. La única versión que existe hasta ahora es que había sido “muerte por asfixia”. Los peritos se negaron a dar más información, y de las más de 100 fotografías de la autopsia del expediente abierto sobre su muerte solo entregaron cerca de 26.
Lourdes no quería ver el cuerpo de su hija, no quería verla lastimada, no quería que esa imagen fuera la forma en que la recordaría. Solo quería abrazar el féretro y despedirse de ella. Pudo apenas estar con ella 20 minutos. A las autoridades ministeriales les urgía que el cuerpo fuera incinerado y lo mandaron de inmediato al crematorio. Cuando ella llegó para darle un último adiós, el cuerpo de Mariana ya estaba en llamas.
“No me dieron ni cinco minutos, se fue volando, no pude siquiera decirle adios”, me dijo Lourdes, a punto de estallar en llanto.
“Mi mamá es la que me ha dado fuerza a mí, en lugar de yo darle fuerza…Yo le pregunto: ‘¿Por qué Mariana se fue?’, ‘¿Por qué no la voy a volver a ver a mi niña?’…Las dos primeras noches yo no quería dormir sola, quería dormir con mi mamá, que mi mamá me acompañara, a pesar de que es una viejita”, me narró Lourdes llorando amargamente.
“Yo estaba llorando mucho con mi mamá. ¿Pero por qué se fue a los 25 años? Dios se la llevó, Dios me la quitó, Dios permitió esto…”. La mayor preocupación de Lourdes era saber cómo estaba su hija, adonde quiera que sea el lugar a donde las personas van cuando mueren. Ella quería estar segura que estaba bien. Su madre la abrazó para consolarla y le dijo que la había soñado y la había visto hermosa, dulce y sonriente. “Mariana está bien”, le dijo.
Lourdes murió el 7 de agosto pasado víctima del cáncer físico que padecía y víctima del cáncer de la injusticia que hay en México, y en muchas otras partes del mundo en los casos de violencia contra las mujeres.
Hasta ahora no se sabe cuál fue la causa real de la muerte de Mariana, las autoridades ministeriales intentaron desaparecer pruebas importantes del caso y, aunque el doctor que la acosó sexualmente está detenido, está a punto de ser liberado, porque el acoso sexual no es considerado un delito grave. Del enfermero que también acosaba a Mariana no se sabe nada.
De enero a junio de 2021 se tiene el registro oficial de, al menos, 495 feminicidios en México, lo que significa un promedio de 2.7 mujeres asesinadas al día con ese grado de violencia de género. Chiapas está en la lista de los cinco estados donde más feminicidios han ocurrido.