Mientras que el Fútbol Club Barcelona se encuentra en una situación de precariedad económica sumamente fuerte, con una deuda que asciende por encima de los 1.300 millones de euros en una época en la que los estadios todavía no pueden ser llenados, el París Saint-Germain está acaparando a las grandes estrellas del fútbol mundial.
Si hay un favorito para ganar la UEFA Champions League, ese tiene que ser el PSG.
Han fichado al que fue uno de los mejores arqueros de la Eurocopa en Gianluigi Donnarumma. Luego, a un jugador fundamental para que el Inter de Milán volviera a ser campeón de la Serie A tras 11 años: el lateral derecho Achraf Hakimi, previo desembolso de 60 millones de euros. Luego ficharon a Giorgino WIjnaldum —del Liverpool—, tras superar con creces la oferta de salario que había hecho el Barcelona. Ficharon del Real Madrid a Sergio Ramos, leyenda viva del fútbol español. Y, por supuesto, pusieron la guinda en el pastel con Lionel Messi, quien se incorporará a un ataque formidable compuesto por Kylian Mbappé, Neymar y Ángel Di María.
El PSG fichó a los capitanes del Real Madrid y Barcelona en la misma ventana de traspasos y, en el camino, parece haber reconfigurado el orden del fútbol mundial. Esto es problemático porque el PSG, al ser propiedad del fondo soberano de Catar a través de su filial de inversiones para el deporte, pertenece efectivamente al Estado de Catar.
El potencial económico del PSG es enorme, y no lo han ocultado desde que Qatar Sports Investments se hizo con el equipo parisino.
Apenas llegaron, realizaron el fichaje de Javier Pastore, Thiago Silva y Zlatan Ibrahimovic, hasta que llegó el verano de 2017 en el que hicieron el desembolso de 222 millones para activar la cláusula de rescisión del contrato de Neymar con el Barcelona. Esta reconfiguración del poder en la estructura del fútbol ha molestado a la élite tradicional, que ve cómo ya no son ellos quienes quitan jugadores a los otros equipos con relativa facilidad. Se habla de los Real Madrid, Juventus, Barcelona o Inter de Milán.
No debe extrañar, entonces, que son los equipos tradicionalmente de la élite del fútbol y que ahora están en apuros económicos quienes buscaron propiciar la creación de la Superliga Europea. Chelsea (propiedad de quien fue gobernador del distrito autónomo de Chukotka) y Manchester City (propiedad del fondo soberano de Emiratos Árabes Unidos) ingresaron a la Superliga solo debido a la amenaza de que los otro cuatro grandes equipos ingleses se habían comprometido con ingresar a la nueva competición, por lo cual la Premier League corría el riesgo de dejar de ser atractiva. Cuando ocurrió la revuelta de los fanáticos, el City y el Chelsea fueron los primeros en salir. No la veían como algo urgente.
Entonces, por un lado hay un grupo de equipos que están buscando subvertir el orden del fútbol a través de un potencial económico superior de los dueños del equipo. Aunque haya reglas de Fair Play Financiero, estas han sido burladas en cada oportunidad. En primer lugar, porque la regla estipula que un equipo no puede gastar más de lo que ingresa. Ello permite que se hagan interpretaciones y juegos contables que inflen los ingresos. Por ejemplo, una propiedad que inyecta dinero al equipo a través de patrocinios de empresas que también son de la misma persona o conglomerado. En segundo lugar, porque la litigación ha sido férrea y ha hecho que, por ejemplo, el City haya sido totalmente exonerado tras una sanción de la UEFA por haber violado el reglamento del Fair Play Financiero.
Sin embargo, el hecho de que el dinero sea lo que haga de un equipo dominante o no es algo que propicio el Real Madrid, por ejemplo, cuando ficharon a Cristiano Ronaldo por 94 millones de euros en el año 2009. Y lejos de bajar en ese empeño, trajeron a Benzema, Kaká, Ángel Di María y Xabi Alonso. Hasta que en 2013 reventaron nuevamente el mercado con el fichaje de Gareth Bale por 101 millones. Año en el cual Neymar también llegó al Barça, en un traspaso muy turbio que se reporta que también ascendió a los 100 millones de euros. En el momento, hasta la fecha de hoy, el Barça dejó que su masa salarial se desbocara hasta ser la más alta de Europa. El Real Madrid no se quedó atrás, y empezó a subir su masa salarial, y también desembolsó 90 millones de euros por Eden Hazard, un fichaje que no ha estado a la altura.
Que hoy se quejen de los equipos que han gastado y gastado, propiciando la inflación de los traspasos y los sueldos, es un poco irónico.
Difícilmente habrá simpatía de los fanáticos. Eso sí, la dinámica del dinero como elemento que garantice el éxito deportivo debe ser parada en seco. El equipo que ha armado el PSG no es algo que deba suscitar ilusiones debido al fútbol que se podrá ver. Debe ser visto con recelo.
Entonces, lo que se ve en este momento es una situación de estar entre la espada y la pared. Por un lado, la Superliga. Por otro lado, la dinámica inflacionista donde el dinero compra el éxito, generada por los equipos de la élite y aprovechada por los «nuevos ricos» (Chelsea, Manchester City y París Saint-Germain) que hace que los méritos deportivos estén cada vez más concentrados en unos pocos equipos.
Pareciera que en la lucha entre la UEFA y los clubes que quieren crear la Superliga Europea, la UEFA encontró un aliado poderoso en el PSG. Y aunque proteger el sistema meritocrático y democrático del fútbol es fundamental, hay que ver a qué precio viene el estatus de aliado por parte del París Saint-Germain.
Existe una tercera opción para preservar la competitividad del fútbol ante un abuso de la superioridad económica. Los límites salariales, como se hace en el deporte de los Estados Unidos. Esa política, y no la de cerrar las competiciones con el único fin de preservar las finanzas, sí podría tener cabida en el fútbol europeo.
@GusFrancoH