Lucía Gandiol: Ecofeminismo alternativas en defensa de la vida y el ambiente

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Disminuir los circuitos de distribución, dejar de comprar en las grandes superficies y apoyar a los pequeños productores son algunas de las propuestas de las ecofeministas en Uruguay.

Los impactos económicos y sociales de la pandemia de covid-19 son contundentes y han dejado en evidencia la fragilidad del sistema en que vivimos. En un escenario de destrucción de los ecosistemas y desastres naturales que requieren una respuesta urgente, el ecofeminismo se presenta como una alternativa que defiende la vida y el ambiente. Sobre los fundamentos del pensamiento ecofeminista y el rol de las mujeres en la lucha por la conservación ambiental y una vida sostenible, la diaria conversó con las referentes del colectivo ecofeminista Dafnias Ana Filippini y Mariana Achugar.

“El ecofeminismo es una conversación entre la ecología y el feminismo”, define Filippini, citando a la antropóloga española ecofeminista Yayo Herrero. Se sostiene sobre las concepciones de ecodependencia e interdependencia. La primera hace referencia al vínculo de los seres humanos con el ambiente, y la segunda alude a que todas y todos necesitamos de otras personas que nos cuiden, en especial en algunas etapas de la vida, como la infancia, la vejez o cuando estamos enfermos.

No obstante, para Filippini estos conceptos están “invisibilizados” por las dinámicas de funcionamiento del capitalismo. “Necesitamos el ambiente y lo que nos provee para sobrevivir. Sin embargo, vivimos en un sistema en que se ve más el valor del agua porque la compramos embotellada que el del agua en su estado natural, y eso ocurre con todos los recursos naturales”, apunta. En tanto, las tareas de cuidado –realizadas mayormente por mujeres– son menospreciadas socialmente y pocas veces se toma en cuenta su valor en la economía.

Otro de los fundamentos del ecofeminismo es “visibilizar” que existen bases materiales que sostienen la vida, pero no son infinitas. “Vivimos en un mundo limitado que no puede tener un crecimiento ilimitado”, expresa Filippini. Las ecofeministas sostienen que el capitalismo oculta de dónde obtiene los recursos para mantenerse e impide la generación de una conciencia sobre los límites de esos bienes.

“Este sistema se basa en la destrucción de la vida, convierte todo en mercancía, todo es para vender y todo es objeto intercambiable”, expresa Achugar. En ese sentido, las integrantes de Dafnias afirman que “el capitalismo le ha declarado la guerra a la vida”. Pero tendrá una dura batalla contra los movimientos ecologistas y ecofeministas.

Subrayar los límites de los bienes materiales es relevante para el ecofeminismo. La vida no puede continuar mucho tiempo más bajo el mismo sistema de acumulación y crecimiento desmedido “porque no va a haber nada”; “la realidad nos dice que algunos tienen que parar y otros incrementar su acceso a ciertos recursos”, apunta Achugar, para tener un equilibrio y justicia social.

El ecofeminismo es plural y se presenta de formas muy diversas, aunque tiene una serie de rasgos que le son comunes. La aplicación de las ideas feministas en relación con el ambiente tuvo su auge en la década de 1970, con varias manifestaciones y acciones pacíficas alrededor del mundo, comenta Achugar.

El término “ecofeminismo” fue creado en 1974 por la escritora y feminista francesa Françoise d’Eaubonne (1920-2005). Dentro de las “diferentes escuelas” que integran el movimiento, en Estados Unidos, por ejemplo, se ha centrado en “la relación de dominación” capitalista entre las personas y cómo el esquema se repite en el vínculo con la naturaleza. En cambio, los movimientos latinoamericanos, por la historia de sus pueblos, han incorporado ideas anticolonialistas y antirracistas y “siguen principios filosóficos de pueblos originarios, que tenían otra conceptualización de cómo somos los seres humanos con la naturaleza”, explica Achugar.

Sacudir los cimientos sociales

“Lo que buscamos es cómo deshacer todo y empezar de nuevo”, expresa Achugar: “se debe pensar y cambiar el tipo de relaciones sociales que existen” y “cómo nos pensamos como seres humanos en la naturaleza”. De la misma forma que el patriarcado ejerce dominación sobre el cuerpo de las mujeres y disidencias, el capitalismo ejerce dominación sobre la naturaleza. Para el ecofeminismo todo forma parte del mismo sistema y de las formas de interacción que perpetúan la explotación, la dominación y otro tipo de violencias sobre cuerpos y territorios.

Así, el ecofeminismo intenta atravesar el propio sistema, que se forjó sobre dicotomías que atraviesan los modos de pensar, sentir y actuar, como ciudad-campo, naturaleza-cultura, femenino-masculino, racionalidad-emocionalidad, tecnología-materia prima. “No tenemos que pensar la naturaleza como algo aparte o como un espacio que habitamos, sino como parte del sistema que integramos. Eso implica tener otros criterios de valoración, preguntarnos qué es lo importante para la vida, a qué le vamos a dar prioridad socialmente y cómo usamos y habitamos el territorio”, sostiene Achugar.

En ese sentido, el ecofeminismo defiende una “visión holística e integral”. Todo interactúa, se influye y se altera entre sí; todo está en constante cocreación y afectación. Esta perspectiva sistémica permite observar, por ejemplo, cómo se relaciona el sistema financiero y el capitalismo global con los costos y las opciones de alimentos que las personas tienen en el supermercado, explica Achugar. También implica repensar los principios económicos, las estructuras de jerarquía establecidas y todos los cimientos de la sociedad actual.

Propuestas alternativas

Las alternativas propuestas por las ecofeministas contemplan una transformación de las relaciones sociales y la visión sobre el mundo, pero también ideas concretas ajustadas a cada contexto. Para nuestro país las ecofeministas han presentado varias. Entre ellas, disminuir los circuitos de distribución, dejar de comprar en las grandes superficies y apoyar a los pequeños y medianos comerciantes y productores de alimentos, reducir el consumo y que este sea responsable, disminuir el uso de materiales y de energía y cuestionarnos qué tipos de producción son necesarios.

Apoyar e impulsar la producción agroecológica –entendida como “un movimiento social, forma de conocimiento y de vida, además de una forma de producción”– de productores familiares y pequeños productores es otra medida importante, sostiene Achugar, y agrega que este tipo de producción propicia el espacio para el desarrollo de nuevos vínculos sociales más directos entre consumidores y productores y permite el desarrollo de una “economía social y solidaria”.

Otro aspecto es la apuesta por “comunidades autosustentables”, algo que ya se está trabajando en el país. Asimismo, la ecofeminista subraya el trabajo de la Red de Huertas Comunitarias del Uruguay, que “está enfocado en cómo las personas podemos acceder a comida saludable en las ciudades” y es una propuesta atractiva en medio de la crisis social, así como una posibilidad para “personas con dificultades económicas, que en este momento se quedaron sin trabajo, para que puedan mantener el derecho a alimentarse”. También es indispensable trabajar sobre la idea de “soberanía alimentaria”, expresa.

Para Achugar plantear que el ecofeminismo es la única alternativa sería hacer lo mismo que hace el capitalismo, que se instaló como única vía posible para el desarrollo y que las personas tengan una buena calidad de vida. En ese sentido, ambas defienden el “pluriverso” de ideas a partir de la realidad de los territorios y que los movimientos ecofeministas dialoguen con otros grupos ecologistas para encontrar la mejor forma de transición a un sistema alternativo que no se sostenga en la dominación, el crecimiento desmedido y la acumulación, y que coloque la sostenibilidad de la vida como aspecto central.

Mariana Achugar

Relacionar mujeres y ecología nos transporta varias décadas atrás. En 1973, en India, un grupo de mujeres campesinas abrazó 300 fresnos e impidió que la industria maderera los talara. Fue la primera acción del movimiento Chipko, que al día de hoy continúa su lucha por la conservación de los bosques. En Estados Unidos, en 1980, las amas de casa del barrio Love Canal se agruparon para protestar contra la contaminación química del territorio donde vivían, que afectaba la salud de las personas. Lograron el reconocimiento de la responsabilidad ambiental de las autoridades, y 900 familias fueron reinstaladas. En Inglaterra, en 1983, 70.000 mujeres formaron una cadena humana de 23 kilómetros para protestar contra los misiles nucleares estadounidenses alojados en la base de la Royal Air Force de Greenham Common, en Berkshire. Las mujeres acamparon y realizaron protestas pacíficas en el lugar durante casi 20 años, desde 1981 hasta 2000.

Las manifestaciones protagonizadas por mujeres se extienden por todo el mundo. Filippini y Achugar, que también integran la Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Sociales y Ambientales, sostienen que los ejemplos de grupos liderados por mujeres son muchísimos en toda la región. Destacan el legado de Berta Cáceres en Honduras, indígena lenca, feminista y ambientalista asesinada en 2016 por liderar varias acciones ecologistas; la formación en 2001 del grupo Las Madres de Ituzaingó, en Córdoba, Argentina, para denunciar los efectos en la salud del modelo de producción agroindustrial y el uso indiscriminado de plaguicidas; el rol de la afrofeminista, activista social y actual candidata a la presidencia de Colombia Francia Márquez en la defensa del derecho de las comunidades al territorio; la fuerte presencia de mujeres en Ecuador frente al ingreso de empresas petroleras en su territorio y protestas para proteger la Amazonia, y muchos más.

Uruguay no es la excepción y las mujeres han tenido “siempre” un lugar central en los movimientos ecologistas, sostiene Filippini. Han liderado diversas luchas por el ambiente y la vida en todo el país, por ejemplo, las denuncias y manifestaciones por el foco de plombemia en La Teja a inicios de la década de 2000 y las acciones en contra de la minería en Cerro Chato.

Entre los grupos más recientes, las ecofeministas resaltaron la participación de las mujeres en la conformación del movimiento Por el Costado de la Vía, que denuncia las irregularidades y violaciones a derechos humanos por la instalación del Ferrocarril Central para la empresa UPM. “90% de las integrantes son mujeres y 100% de las referentes de las localidades comprendidas a lo largo de los 270 kilómetros por donde pasará el tren son mujeres: Leticia en 25 de Mayo, Florencia en Durazno, Blanca en Sarandí, Natalia en Canelones, entre otras”, dice Filippini.

Para Achugar y Filippini son varias las razones por las que las mujeres adoptan un papel central en la defensa del medioambiente. Son más afectadas que los hombres por las consecuencias de la crisis climática, por la división desigual de los cuidados y el trabajo doméstico. Además, las mujeres suelen ser más pobres y habitan –como otros sectores vulnerados en sus derechos– en los lugares que sufren más la contaminación, l que tiene impactos directos en su salud.

“Las consecuencias climáticas no nos impactan a todos y todas de la misma manera”, dice Achugar. Los sectores menos favorecidos son los que más la padecen. Filippini agrega que “muchas veces los hombres defienden la instalación de las multinacionales y sus megaproyectos perjudiciales para el ambiente porque son quienes encuentran trabajo en esas empresas que invaden los territorios”, y son las “mujeres solas las que logran concientizar mucho más fácil sobre los impactos en el ambiente, que trascienden la oportunidad de un empleo puntual”.

Diversas y plurales

El Colectivo Ecofeminista Dafnias surgió en 2016 ante la necesidad de analizar la crisis ambiental actual desde una perspectiva de género. El grupo está conformado por feministas formadas en distintas áreas académicas y de manera intergeneracional.

“Lo que esperamos de este colectivo es generar debate, crítica e incidencia sobre las lógicas actuales que habilitan la destrucción de la Naturaleza y profundizan las asimetrías de género”, sostienen las integrantes en un documento de presentación.

Sus principios son reconocer la interdependencia y la ecodependencia, deconstruir dicotomías que “forman parte de la base cultural que devalúa a las mujeres”, no mercantilizar la vida, ser diversas y plurales, y la interseccionalidad; reconocen los múltiples ejes de discriminación (de clase, étnicos, raciales, geográficos, entre otros) y no suscriben a ningún partido político.

Desde 2017, Dafnias integra la Red Latinoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Sociales y Ambientales, que tiene una larga historia de lucha y resistencia contra los extractivismos a nivel regional.

 

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