“Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos pero no más hermanos.” Papa Francisco
La educación es un tema siempre presente en la evolución y desarrollo de la sociedad humana. El progreso social no se concibe sin el avance del conocimiento y éste no es posible sin la educación, formal o no. Es cierto también que los países, cualquiera que sea su forma de organización social, no siempre se muestran satisfechos con sus sistemas educativos, es decir, con las formas de transmitir los conocimientos a la población.
El filósofo Bertrand Russell, hace ya más de noventa años, advertía en el año 1930 en su libro La conquista de la Felicidad, “uno de los defectos de la educación superior moderna es que se ha convertido en puro entrenamiento para adquirir ciertas habilidades y cada vez se preocupa menos de ensanchar la mente y el corazón mediante el exámen imparcial del mundo.”
Igualmente, Baruch de Spinoza, refiriéndose a la educación expresaba que “la persona capaz de grandeza del alma abrirá de par en par las ventanas de su mente dejando que penetren libremente en ella los vientos de todas partes del universo”.
En el año 1998, junto a otros rectores venezolanos tuve la oportunidad de asistir a la conferencia mundial sobre educación superior de la UNESCO, celebrada en París. Allí asistió la representación de más de 100 países del mundo y ninguno se mostró plenamente satisfecho de su sistema educativo, sobre todo para enfrentar los retos y desafíos del siglo XXI.
Recientemente, el profesor Andrés García Barrios, miembro del Instituto para el futuro de la educación del Tecnológico de Monterrey, tratando el tema sobre el papel de la educación en la búsqueda de la felicidad y la trascendencia, nos dice que ella es indispensable, porque “nos ayuda a desprendernos de nuestras limitaciones, a tener una mirada desinteresada de la vida y a participar en el florecimiento humano.”
La educación nos ayuda a descorrer el velo de la ignorancia en la población, que es la aspiración de los regímenes totalitarios conocidos hasta ahora, cuya máxima preocupación es la alienación mediante un pensamiento único. Por eso coincido con Fernando Savater cuando afirma que quién sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación.
Tenemos que pedir al creador, igual que lo hace la Iglesia Católica Cristiana, que nos permita transformar la educación para que ella nos impulse a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras. La educación debe ir al ritmo de la evolución del conocimiento y de la prosperidad de las naciones.
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