La noticia del fallecimiento de la cantante Mireya Chirinos sorprendió a los carabobeños, y produjo una gran tristeza que se suma a la que vivimos día a día producto de la ola de pérdidas humanas valiosas, bajo la permanencia de la presente emergencia, que se ha instalado en el planeta entero.
La cantante, aparte de sus reconocidos méritos en el área musical, la conocimos como un ser humano con una amabilidad especial, una disposición al diálogo y la sonrisa permanente, y una sencillez que señalaba su deseo de comunicarse y establecer nexos con todos, de un modo sencillo e inmediato.
Por las informaciones de los medios sabemos que fue bautizada “La Voz Inmensa de Venezuela”, y que no era valenciana de nacimiento sino oriunda de Puerto Cumarebo, estado Falcón, pero vivía en Valencia desde 1963, por lo que adoptó estos territorios y aquí fue querida y respetada por todos los que le conocimos.
Recordamos su sencillez de trato y su disposición a colaborar acercándose a la comunicación siempre sencilla y cordial.
Su relación con la música era el nexo de su brindis a todo el que le conoció. Con frecuencia le vimos en el MUVA, y su cordialidad era un adorno permanente de su trato natural con todos.
Los méritos de su recorrido profesional la señalan como quien fuera la solista del grupo Clavijas, en el que actuaba acompañaba de su esposo Víctor Castillo, músico bandolinista. Fue parte de la comunidad de la Universidad de Carabobo en el orfeón de la misma y de la Orquesta Sinfónica de Carabobo.
Mireya Chirinos tuvo una formación profesional considerable y sus méritos musicales más su sentido de lo humano hacen que hoy, quienes le conocimos, lamentemos profundamente su partida.
Que brille para ella la luz perpetua.