¿Qué tienen en común?
La toma de control de los talibanes ha causado en Afganistán una ola de persecución, censura, segregación, éxodo, terrorismo y muerte contra civiles de todas las naciones, principalmente afganos. Este momento será recordado en los anales de la historia como un ‘agosto negro’. Sus repercusiones aún son imprevisibles. Lo que es claro es que no solo serán políticas, a nivel regional y global, sino que abarcarán otros aspectos estratégicos. Uno de ellos es el tráfico mundial de drogas ilegales.
La llegada del Talibán, considerado por especialistas y académicos como un grupo “narco-terrorista” obligará a un reacomodo en las operaciones de tráfico de drogas y en los grupos que tienen predominio en el mercado mundial, entre ellos los carteles de droga mexicanos que trabajan en esa región. Aunque Afganistán parece un punto en el mapa muy distante de México, y si bien hay diferencias históricas, sociológicas, religiosas y antropológicas entre ambos países, estas organizaciones tienen cosas en común: dependen financieramente del tráfico de drogas y utilizan la violencia para expandir sus territorios y tener poder político. Aunque en el pasado se consideraba que los carteles mexicanos no tenían interés en obtener espacios en el gobierno, lo ocurrido en las pasadas elecciones del 6 de junio en México demuestra una tendencia clara de que sí quieren esos espacios y quieren imponer gobernantes.
No soy yo la primera en hacer un paralelismo entre los talibanes y los narcotraficantes mexicanos. Un antecedente oficial y documentado es lo expuesto en el Congreso de Estados Unidos, en una audiencia llevada a cabo ante el subcomité de Seguridad Nacional y Relaciones Exteriores en octubre de 2009, denominada “Empresas transnacionales de tráfico de drogas: amenazas para la estabilidad global y la seguridad del Asia occidental, América Latina y África occidental”. En dicha audiencia, renombrados expertos y analistas pusieron sobre la mesa el peligro global de los talibanes y de los carteles mexicanos, y señalaron sus peligrosas coincidencias, las cuales a lo largo del tiempo se han incrementado.
Narco-terroristas
Como lo mencioné en la colaboración de principios de agosto referente a la crisis del fentanilo en México, este país, junto con Afganistán y Myanmar, concentran el 95 por ciento de la producción mundial de amapola, con todo lo que ello implica: producción y tráfico de opio y heroína, y las mezclas con precursores químicos.
En México, los encargados de producirla y traficarla son los carteles de la droga con la complicidad de funcionarios del gobierno. En Afganistán, ese rol lo llevan a cabo grupos directamente vinculados al Talibán, según documentos del Departamento de Estado de Estados Unidos y la ONU, y también lo han hecho con la complicidad de funcionarios del gobierno, incluyendo el gobierno al que Estados Unidos dio soporte.
De acuerdo con las cifras señaladas en la audiencia referida, en 2009 se calculaba que el 50 por ciento del Producto Interno Bruto de Afganistán provenía de los recursos de la venta ilegal de drogas. En México hasta ahora la proporción no ha sido calculada. La posición pública del Talibán sobre la producción de amapola en esa nación ha sido siempre ambigua. Se pronuncian porque el consumo de derivados de la amapola está prohibido, pero la producción y comercio no.
Según el informe de “Estrategia Internacional de Control de Estupefacientes 2021”, elaborado por el Departamento de Estado de E.E.U.U. y publicado cinco meses antes de la llegada del Talibán al poder, “la mayoría de la producción de opio en Afganistán ocurre en áreas bajo la influencia o control del Talibán. Los talibanes obtienen ingresos considerables del cultivo de amapola y el tráfico de drogas afgano, que no solo genera conflictos, sino que socava el Estado de derecho, alimenta la corrupción y contribuye a los altos índices de consumo de drogas entre los afganos”.
“Los narcotraficantes de Afganistán proporcionan armas, financian y dan otro tipo de apoyo a la insurgencia (Talibán) a cambio de protección. Algunos insurgentes (talibanes) están directamente involucrados en el tráfico de drogas o imponen impuestos a la producción y tráfico para financiar sus operaciones”
En ese reporte se reconoce que durante los años de presencia militar de Estados Unidos en Afganistán se implementaron programas para ayudar al gobierno afgano a combatir el narcotráfico, pero evidentemente fracasaron. Igual ocurrió en México.
En Afganistán, aunque hubo golpes importantes de incautación de droga y precursores químicos, las incautaciones y erradicación de plantíos fueron disminuyendo con el paso del tiempo. Según el reporte, en 2020 no se pudo verificar ninguna erradicación de los plantíos de amapola, “como en años anteriores, la falta de voluntad política y el enfoque del gobierno central, así como el control continuo de los talibanes sobre muchas de las áreas rurales donde se cultiva la amapola, contribuyeron a resultados limitados de erradicación”.
Un informe elaborado por la ONU publicado en abril de 2021 denominado “Afganistán, Estudio del Opio 2020”, coincide con el diagnóstico. El cultivo de amapola está directamente vinculado a la presencia del Talibán. La ONU afirmó que el cultivo de amapola creció exponencialmente de 2019 a 2020, pasando de 163 mil hectáreas de cultivo a 224 mil en 2020; es decir creció en un 37 por ciento. Y mientras en 2019 fueron erradicadas al menos 21 hectáreas, en 2020 la cantidad fue de cero.
Si como afirma el Departamento de Estado de Estados Unidos y como dijeron en la audiencia del Congreso llevada a cabo en 2009, la droga es el principal financiador del Talibán, esto explicaría quizá por qué durante los últimos cuatro meses han tenido la infraestructura, armas y capacidad para anular al ejército del gobierno de Afganistán en pocas semanas, pese a los entrenamientos y soporte del gobierno de Estados Unidos.
En Colombia, el grupo insurgente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia también recurrió al financiamiento del tráfico ilegal de drogas para dar soporte a su movimiento político hasta convertirse prácticamente en otro cartel. El gobierno de Estados Unidos y la Unión Europea llegaron a clasificar a la organización como “terrorista”. Las FARC fueron proveedores de cocaína del Cartel de Sinaloa durante años, los objetivos políticos de ese grupo no importaban al CS, lo que importaba es que podían hacer más dinero con ellos.
La peligrosa cercanía
En México, si bien el cultivo, producción y tráfico de drogas ha colocado a varios carteles de la droga en el negocio internacional de estupefacientes, la organización con mayor expansión en el mundo es el Cartel de Sinaloa, que además controla el área donde se produce más amapola y sus derivados en territorio nacional. Esto significaría en estricto sentido que el Cartel de Sinaloa sería un competidor del Talibán en el negocio de tráfico de drogas, excepto que las dos organizaciones tienen mercados diferentes que podrían llegar incluso a ser complementarios.
De acuerdo con los estudios y análisis hechos en 2018 por el gobierno de Estados Unidos se detectó que apenas el uno por ciento de la heroína que se distribuye en ese país proviene de Asia occidental, es decir, de la región de Afganistán. En contraste, en el reporte publicado en 2021, la DEA afirmó que el 92 por ciento de la heroína que se consume en Estados Unidos es producida en México y traficada por el Cartel de Sinaloa. Es decir, la heroína afgana no llega hasta allá en un volumen redituable hasta ahora.
El Cartel de Sinaloa y su líder hegemónico Ismael “El Mayo” Zambada tienen una visión mundial que ninguna otra organización del continente americano ha tenido. Desde 2009, el gobierno de Estados Unidos tenía ubicada la presencia del Cartel de Sinaloa en África occidental, y en un reporte elaborado en 2013 para el Pentágono se afirma que el CS tiene presencia en más del 60 por ciento del planeta, incluyendo la India, China y Rusia, tres naciones en cuyos territorios también se trafica la droga producida en Afganistán. De acuerdo al mapa elaborado para el Pentágono, el CS no tenía presencia en ese país donde el Talibán controla la producción y tráfico de drogas.
Lo que trafica el Cartel de Sinaloa a esa región es cocaína y drogas sintéticas; si tuviera un aliado más grande podría hacer más venta de drogas y más dinero.
El opio producido en Afganistán controlado por el Talibán es generalmente refinado en heroína o morfina en el propio país o en países vecinos. Según el Departamento de Estado de E.E.U.U. las principales rutas de tráfico hacia y desde Afganistán incluyen la ruta de los Balcanes (Irán a Turquía a Europa oriental y occidental); la ruta del sur (Pakistán e Irán a África, Europa, Asia, Oriente Medio y Canadá); y la ruta del norte (Asia central a la federación de Rusia). En varios de esos países opera el Cartel de Sinaloa, el cruce de caminos entre el Talibán y el poderoso CS es una posibilidad, y la actitud pragmática que caracteriza a estas organizaciones hace factible que pudieran encontrar intereses en común y hacer una alianza.
No sería la primera vez que grupos que parecen competidores se unieran para obtener mayores ganancias económicas y mayor poder e influencia. Es para reflexionar lo dicho por Douglas Farah, integrante del Centro Internacional de Evaluación y Estrategia, experto en temas de grupos armados e inteligencia, investigador y corresponsal del Washington Post. Fue uno de los principales ponentes en aquella audiencia en el Congreso de Estados Unidos en 2009: “Lo que he observado en más de dos décadas de lidiar con organizaciones de narcotráfico transnacionales y criminales es que cuando son capaces de reunirse en territorio neutral, a menudo forman alianzas, eso no sería posible en otras circunstancias. Ya en Guinea-Bissau, Guinea-Conakry, Ghana y Sierra Leona, estamos viendo miembros de grupos mexicanos, colombianos, venezolanos, surinameses y organizaciones europeas que operan en el mismo territorio y se conectan a la misma línea (de tráfico), a menudo mezclándose con los sindicatos del crimen libanés que controlan el contrabando y comercio de diamantes de sangre”, señaló tajante.
Es decir, los intereses económicos sobre pasan la rivalidad y provocan alianzas hasta en los grupos más impensables.
En el proceso electoral del 6 de junio pasado, el Cartel de Sinaloa y otras organizaciones criminales demostraron claramente su interés en participar en la política en México, asesinando candidatos indeseados, amenazando, pactando candidaturas con partidos políticos, financiando campañas políticas, comprando votos a favor de su candidato o partido político preferido y obstaculizando la jornada electoral. Todo con el fin de tener influencia directa en la vida política y decisiones de gobierno. Entre más negocios de drogas puedan hacer, más dinero tendrán para obtener sus objetivos políticos que cada vez son más francos y abiertos.