El ser humano es pluridimensional. Suele suceder que el que conocemos en la esfera pública no solo no es igual al que se mueve en los ámbitos de lo íntimo y de lo privado. Y ninguno de los dos suele ser igual a sí mismo cuando se encuentra solo con su conciencia, con sus miedos, con sus fantasmas. Lo individual, lo íntimo y lo público son las principales dimensiones del ser. Entre y a través de ellas nos desplazamos a lo largo de la vida. Y algunas veces no es tan fácil. Hay quienes no solo no son los mismos en cada una de ellas sino, además, lo contrario.
Sabemos de personalidades divididas que habitan en compartimentos incomunicados entre sí. Sabemos de seres que en la vida pública derrochan simpatía y amabilidad y en la privada son verdaderos monstruos. O a la inversa, sabemos de asesinos profesionales como los gangsters italianos que nos muestran diversas películas, quienes no trepidan en traicionar y matar y en la vida privada son buenos esposos, tiernos padres de familia y muy devotos en la misa del domingo. Tridimensionalidad que no deja de provocar ciertos problemas. Uno de ellos es cuando pronunciamos una palabra correspondiente a un ámbito, en otro no adecuado. Pues una de las habilidades del ser social es saber reconocer el lugar y tiempo de sus expresiones. El dicho, “no hay que nombrar la cuerda en la casa del ahorcado”, da cuenta de la necesidad de adecuación de nuestras palabras, gestos y actitudes.
Contar un chiste en un velorio, por muy gracioso que sea, no es precisamente un gesto de adecuación. Algo parecido pasó a Armin Laschet, candidato del conservatismo cristiano a la sucesión de Merkel. Después de los traspiés de su rival del partido Verde, Annalena Baerbock (ya los comentaremos) Laschet, ministro presidente de Renania del Norte-Westfalia, fue sorprendido por las cámaras soltando una risotada mientras el presidente de la nación pronunciaba un cariacontecido discurso en un acto de conmemoración a los muertos en las inundaciones que habían asolado gran parte del país. ¿Alguien dijo algo gracioso a sus espaldas? ¿Fue un momento de relajo en medio de un intenso día de trabajo? No lo sabemos. Como sea, el factor humano le hizo una mala pasada a Laschet. Desde ese día, Laschet comenzó a bajar vertiginosamente en las encuestas hasta llegar a situarse muy por debajo de sus contendientes, Baerbock y Scholz.
¿Fue la insólita carcajada de Laschet la causa de su descenso? Por supuesto que no. Pero sí lo fue el contexto en donde estalló la risa. Desde ese día Laschet ha sido comparado con su rival interno, el líder de los democristianos de Bavaria, Markus Soeder. A Soeder no le habría pasado eso, dice la vox populis. Y así comenzaron a asomar las virtudes personales y políticas de Soeder y a aparecer las debilidades políticas de Laschet.
En verdad, Soeder supera a Laschet en todos los niveles técnicos de la política: prestancia, elocuencia, oratoria, capacidad de decisión, etc. En las filas socialcristianas el clamor general es cambiar al candidato Laschet por Soeder lo que a estas alturas es muy difícil, sino imposible.
Quizás, en vísperas de las elecciones, Laschet obtenga algún repunte, piensan algunos. La amenaza de una coalición de izquierda (Die Linke, los Verdes y los socialdemócratas) podría jugar un rol decisivo. Además Laschet, mal que mal, es visto como un seguidor de Angela Mekel. Pero igual, nadie podrá borrar de la imaginación de los socialcristianos el hecho de que Laschet no es el mejor de los candidatos. Un minus que deberá sobrellevar el compungido político durante toda su campaña electoral.
La misma sensación de insuficiencia recorre las campiñas de los Verdes. La mayoría de quienes apoyan a Baerbock saben que no ella sino el carismático líder Robert Habeck habría sido el candidato ideal. A Habeck, cuyas simpatías irradian mucho más allá del partido, le habría correspondido ser el candidato oficial si es que los Verdes no hubiesen pisado la trampa del dogma feminista. Naturalmente, se puede entender que en igualdad de condiciones es muy legítimo, sobre todo en tiempos emancipatorios como los que vivimos, dar preferencia a una mujer. El problema es que en el caso comentado la igualdad de condiciones no existe. Tanto en carisma personal, tanto en trayectoria y profesionalidad política, y sobre todo en intelectualidad, Habeck supera a Baerbock.
En breve, al igual que los socialcristianos por Laschet, los Verdes y sus simpatizantes irán a votar por Baerbock, pero con mala conciencia, vale decir, a sabiendas que no llevan al mejor candidato, en este caso, candidata.
Por si fuera poco, la misma candidata ha jugado en contra suya, al igual que Laschet. Primero fue sorprendida en pequeñas evasiones de impuestos. Después le fue comprobado delito de plagio en un libro de su autoría que evidentemente ella misma no había leído. Luego reiteró el plagio en un libro escrito para su candidatura. También le han sido descubiertos datos no correctos en su presentación curricular. Y, finalmente, fue revelado que había recibido dinero de la fundación de Los Verdes (Heinrich Böll Stiftung) para financiar estudios que nunca terminó.
¿Pequeñeces? Claro que sí. Son faltas no capitales que cualquier ciudadano puede cometer. ¡Pero no una candidata a Canciller de la primera potencia económica de Europa! Ese es el punto. Los Verdes lamentarán durante mucho tiempo su error fundamentalista. Iban en camino a ser el partido mayoritario de la nación. Hoy deberán conformarse con un segundo o tercer lugar. Mala suerte, el factor humano ha intervenido en contra de ellos.
El factor humano es tanto o más importante si se tiene en cuenta que los candidatos a ocupar el codiciado puesto de Canciller de Alemania no solo deberán medirse entre sí. De una manera u otra cada elector piensa que todos están obligados a medirse con la canciller saliente: Angela Merkel. Una mujer que durante larguísimos años de ejercicio gubernamental no ha sido jamás sorprendida en un acto inapropiado, ni en una frase fuera de lugar, ni faltando a las normas que impone su cargo y su trabajo. Los tres candidatos, es la dura verdad, se ven muy pequeños a su lado. Ese factor humano llamado Angela Merkel es y será una carga muy pesada para cualquier político con ambiciones de poder en Alemania.
Contrariamente a los dos candidatos que ocuparon el lugar mayoritario en las encuestas y hoy han bajado notoriamente, quien ocupa el lugar de las preferencias es un político al que por él nadie apostaba un centavo: El socialdemócrata Olaf Scholz. A primera vista, un hecho inexplicable. Como casi todas las socialdemocracias europeas, la alemana parecía avanzar a zancadas hacia el abismo. Sin política, con programas obsoletos, sin estrategias y sin grandes líderes, el ayer partido del pueblo se había convertido en un partido sin pueblo. ¿Qué ha hecho Scholz para elevar la cuota de favoritismo de un magro 15% a más de un 20%.? Nada. Simplemente se ha presentado a las elecciones tal como él ha sido siempre. Un hombre de partido ciento por ciento (algunos dicen que la primera palabra que pronunció en su infancia fue la sigla SPD).
Scholz ha actuado siempre de acuerdo al lugar que ocupa. En su juventud fue un encendido izquierdista. Después, en los diferentes puestos internos -parece que no hubo ninguno que no ocupara – destacó como un eficiente burócrata. No tardaría en llegar a se presidente de partido y alcalde de Hamburgo. En los últimos años ha sido un fiel ministro de economía y finanzas en la coalición que apoya a Merkel. Trabajador incansable, de expresión clara y precisa mas nunca brillante, carece de espectacularidad. Ese, para muchos un déficit, ha sabido convertido Scholz en una ventaja. Espoleado por un periodista quien hizo mención a su capacidad para aburrir a los auditorios, respondió escuetamente: “yo postulo al puesto de canciller, no al de director de circo”. En breve: una persona fiel a sí misma, alguien que nunca habla de más, limitándose a lo estrictamente necesario pero – y esto es lo decisivo- propietario de un muy escaso factor humano: genera confianza. No es un Willy Brandt, dijo un analista, pero la gente lo respeta tal como es, sin necesidad de adorarlo.
No está escrito que Scholz ganará las elecciones. El miedo a un frente de izquierdas “a la española”, no entusiasma ni siquiera a muchos socialdemócratas. Hay razones para temer que una alianza de gobierno de la SPD, con la excentricidad de algunos miembros del Partido Verde, y la intransigencia dogmática y a la vez populista de Die Linke, puede llevar a una polarización nefasta para el país. En efecto, si una izquierda sin centro gobierna, lo más probable es que crezca, como contrapartida, un frente de derechas, incluyendo a los neo-fascistas de AfD. Pero por ahora estas son simples especulaciones. Lo concreto es que hasta el momento Scholz ha logrado imponerse gracias a un solo punto: no haber fallado como factor humano.
Más allá de la política alemana, parece ser un hecho incuestionable que la persona de los candidatos ocupa hoy un lugar mucho más decisivo que en periodos anteriores. Hecho correspondiente con el descenso de la llamada “sociedad de clases” y el re-aparecimiento de la “sociedad de masas”. Los tiempos en los cuales uno votaba por una doctrina y no por una persona parecen haber quedado atrás. La movilidad en las preferencias ciudadanas suele cambiar de un día a otro de un modo vertiginoso. Las lealtades de por vida a un partido o a una ideología solo es mantenida por algunos dinosaurios que no se resignan a mirar la realidad post- industrial tal como es. Los grandes relatos ya han perdido vigencia. En ese punto tiene razón Lyotard. Y no habiendo relatos, aparecen en su lugar personas de carne y hueso. De ahí que, sin darse cuenta, Olaf Scholz sea -para decirlo con el título de la novela de Mijail Y. Lermontov – un “héroe de nuestro tiempo”. Hecho que contiene posibilidades positivas pero también negativas.
La sociedad (digital) de masas amplía la democracia hasta tal punto que para algunos autores (Applebaum, Mounk, Traverso) la imposibilita. Además crea condiciones para el aparecimiento de los llamados fenómenos populistas pues todo populismo es de masas y a la vez personalista. A partir de esa consideración, el populismo no sería el resultado de personajes inescrupulosos dispuestos a engañar a las masas, sino un resultado lógico de la masificación de la sociedad.
El populismo es un fenómeno de masas: sobre ese punto no hay discusión. Pero a la vez debería decirse que no todo fenómeno de masas es populista. Hay políticos que logran atraer hacia sí a amplios sectores sociales, a los que nunca podríamos calificar como populistas pero que, sin embargo, logran imponer el factor humano por sobre doctrinas y programas. Angela Merkel es un buen ejemplo. El deslucido y modesto, el tranquilo y más bien tímido, el candidato del “mal menos peor”, el inexpresivo Olaf Scholz, podría llegar a ser otro ejemplo. Podría, reitero. Nadie sabe. La política es una caja de sorpresas. Por eso, entre otras razones, nos apasiona.