Jesús Membrado Giner: El cinismo de los más ricos

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No sabemos si es fruto del cinismo, del desconocimiento de la realidad, o su forma de entender la vida, pero hay multimillonarios que son capaces de colmar la capacidad de asombro de cualquiera.

El ejemplo más reciente lo ha protagonizado Jeff Bezos, fundador y director de Amazon hasta hace unos meses y número uno entre los multimillonarios del mundo con una fortuna, según la revista Forbes, de 177.000 millones de dólares. Al regresar de su caprichoso viaje de diez minutos al espacio por el módico precio de más de 25 millones de dólares por viajero, hizo unas declaraciones a los medios de comunicación en las que tuvo palabras inconcebibles. “Gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon. ¡¡Vosotros habéis pagado todo esto ¡¡”. Las reacciones a semejante desfachatez no se hicieron esperar. La senadora demócrata norteamericana Elizabeth Warren le contestó. “Se olvida de agradecer a todos los trabajadores estadounidenses que realmente pagamos impuestos para mantener al país funcionando, mientras él y Amazon no pagaron nada”. También Alexandra Ocasio-Cortez, congresista demócrata por Nueva York, reaccionó a sus declaraciones “Lo pagaron los trabajadores de Amazon con salarios más bajos, a los que se les niegan sindicatos, con condiciones de trabajo escandalosas e inhumanas y la falta de seguros médicos para conductores de reparto durante la pandemia´´.

Seguramente su agradecimiento también debería llegar a los millones de usuarios cuyos datos personales son explotados sistemáticamente por las cinco grandes tecnológicas que monopolizan el mercado (Google, Apple, Amazon, Facebook y Microsoft), obviando la privacidad individual y los riesgos que conlleva compartir datos indiscriminadamente. Un debate que Shoshana Zuboff ha planteado en “La era del capitalismo de la vigilancia” por los riesgos que este nuevo capitalismo tiene para la democracia y para los derechos de los consumidores.

Como dice S.Zuboff, estamos ya  en un nuevo orden económico que tiene como materia prima la experiencia humana,  aprovechada para  desarrollar una serie de prácticas comerciales ocultas ,de extracción, predicción  y venta. Es una nueva lógica económica en la que la producción de bienes y servicios se subordina a la modificación conductual. El capitalismo de la vigilancia es, al Siglo XXI, lo que la revolución industrial supuso en los siglos XIX y XX, con el agravante de que su poder sobre la sociedad genera enormes contradicciones y peligros para la democracia y los derechos humanos.

Su enorme y rápida capitalización de estas empresas se basa en una fuerza del trabajo muy reducida y muy formada, con una enorme infraestructura intensiva en capital con la que alcanzan beneficios estratosféricos.

Comparar siete décadas de empleo y capitalización bursátil de una empresa referente del capitalismo industrial del siglo XX como la General Motors, con los recientes datos de Google y Facebook es el mejor ejemplo. Nada más entrar públicamente en bolsa en 2016, ascendieron ambas como la espuma hasta la cima, y en menos de un año Google llegó a valer 532.000 millones de dólares pese a contar con apenas 75.000 trabajadores. Facebook por su parte, llegaba a los 332.000 millones de valoración en esas mismas fechas, con menos de 20.000 empleados. Pues bien, a G.M. le llevó cuarenta años conseguir su máximo volumen de capitalización bursátil, que fue de 225.150 millones de dólares en 1965, con una plantilla de 735.00 trabajadores. Aún en sus épocas más críticas, GM tuvo una plantilla muy superior a las de Google y Facebook juntas.

Para ello, las tecnológicas utilizan como fuente de ingresos la información. Dispositivos típicos de los hogares inteligentes como un simple termostato o un robot de limpieza, pueden hacer funciones de inteligencia artificial para Google, generando inmensas provisiones de información sobre el usuario, familia y personal, que nadie conoce a quien serán vendidos, saltándose el derecho a la privacidad que tenemos como usuarios y ciudadanos. De igual forma, hasta los juguetes que tienen alguna conexión a internet, se convierten en vehículos portadores de enormes posibilidades comerciales (algunas muñecas ya han sido prohibidas en Alemania y EE.UU). La atenta y conformada voz de Alexa, convertida en protectora de nuestras necesidades como asistente personal, es una gran informante de todas nuestras actividades y gustos. Google Maps, que suministra datos constantes de nuestros desplazamientos, ha sido el soporte de juegos como el Pokemon Go, aparentemente inofensivo, que ha servido para completar la información que el Google Maps no podía conseguir.

Al igual que el cliqueo en los anuncios en las informaciones o en los comentarios sirven para marcar el perfil personal, los gustos y la forma de pensar, también sirven para evaluar el precio de los futuros anuncios. Los salpicaderos de los coches están siendo también fuente de información sobre el conductor, que pueden ser utilizados por las compañías de seguros en las ofertas favorables o no en función del tipo de conducción o comportamiento al volante.

Convertidos los móviles en más imprescindibles que el cepillo de dientes, son emisores de nuestra vida y milagros y soporte de la vigilancia que permite al gran ojo conocer hábitos y conductas.

A través de casos   resueltos por la policía, sabemos también que los datos de un contador de luz “inteligente”, de una pulsera de actividad Fitbit o de un marcapasos, han posibilitado solucionar complicados casos. Del mismo modo, las fuerzas de seguridad de algunos países están utilizando un servicio de rastreo y ubicación de activistas y manifestantes, sean miembros de Green Pace o sindicalistas.

Jonathan Zittrain especialista en derecho de internet y profesor de Harvard, reconocía ya en 2016, que no era inconcebible que Facebook manipulara en secreto unas elecciones democráticas valiéndose de medios que sus usuarios no pudieran detectar ni controlar. El director de la compañía Cambridge Analytica presumió de como había apoyado el Brexit y a Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU, utilizando los  datos que disponía de millones de  estadounidenses.

Lo cierto es que los miles de datos e información que individualmente generamos con las nuevas tecnologías, son la materia prima gratuita que define nuestro comportamiento con el que hacen negocios multimillonarios estos ricos excéntricos que torean tanto los controles de los estados como los derechos a la privacidad de los ciudadanos.

“En momentos de crisis, ausencia de confianza y pérdida de valores y obligaciones, nos hacemos más vulnerables, más deseosos de que alguien llene ese hueco social perdido, y muchas veces lo sustituimos por la certeza que dan las máquinas y el conocimiento de otros, aunque sea a costa de sacrificar la libertad. Por eso es imprescindible regular, controlar y garantizar los derechos que tenemos como ciudadanos y usuarios. El poder si no es domesticado por la democracia solo puede conducirnos a la desesperanza”.

 

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