Manuel Barreto Hernaiz: En la cresta de la encuesta

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“Las encuestas ayudan a entender cuáles son las percepciones de las personas ante un gobierno, un político. Pero sería un error creer que la percepción es algo que está ahí de manera fija y que resulta de una reflexión crítica y premeditada. Es algo volátil, algo que está ahí de manera difusa, contradictoria y cambiante” Luciana Cadahia.

Con la venia de Francisco Bello e Iván Serra, dos buenos amigos y excelentes profesionales en estos asuntos que hoy nos ocupan…

Las encuestas de opinión pública constituyen instrumentos científicos sujetos a márgenes de error que permiten expresar la opinión de la ciudadanía en un momento dado.

Son una herramienta de medición mercadotécnica y política pues con ellas puede conocerse (anticipadamente) la opinión o la preferencia de la gente cuando se mandan a hacer para uno u otro propósito. Se trata de un asunto de estadística, propósitos, decisiones y actitudes. Los propósitos pueden ser la intención por conocer la preferencia del ciudadano en política, en relación con asuntos de gobierno, con candidatos o con partidos. Indican quienes se dedican a estos menesteres que el voto está generalmente determinado por los intereses particulares de cada elector, por su apoyo a los programas a desarrollar por los partidos, por su afinidad o repulsión hacia uno u otro candidato, por su percepción acerca de la capacidad de liderazgo del candidato elegido y que no se ve influenciado por los resultados pronosticados por las encuestas.

En una oportunidad le escuchamos decir al recordado profesor Heinz Sonntag que si bien algunos colegas sociólogos se inclinan a considerar los cuadros de estadísticas basados en encuestas y «trabajo de campo» como la esencia de nuestra disciplina en su condición de «empírica»; hay otros que consideran que hacen falta conocimientos históricos y psicosociales para descodificar y descifrar la multifacética realidad social que estudiamos, pues los motivos por los que un ciudadano decide votar a uno u otro candidato son difíciles de mensurar y, a menudo, indescifrables.

Y es un hecho comprobable que la lista de personalidades políticas extraordinarias, virtuosas y capacitadas que han quedado en el camino sólo porque su tiempo vital no coincidió con el tiempo político es extensa y el ejercicio de la dinámica del mercadeo no puede hacer mucho contra eso.

Las encuestas pueden ser amables, abiertas y sinceras pero también pueden ser falsas, orientadas e inducidas. Ahora bien, las encuestas pueden ser certeras o pueden no serlo, eso depende del grado de honradez de quienes las encargan y de quienes las realizan. Sin embargo, todo indica que la encuesta ha llegado para quedarse.

Un asunto complicado ciertamente, puesto que tras las encuestas hay siempre intereses. La función de los estudios de opinión electorales (independientemente del uso que se ha pretendido darles como medio para atraer votos) es servir como instrumento de investigación política orientado a conocer las preferencias de la población objeto de muestreo.

Desde el punto de vista del marketing político -que desde hace un buen tiempo viene incursionando en el campo de la psicología- la gente hace lo que su cerebro primitivo decide, el cual prioritariamente pone atención en aquello que le beneficia. Es decir, el mensaje político que logrará su objetivo será aquél que le llegue a los instintos y pulsiones que dominan al cerebro primitivo.

Resulta muy común escuchar entre los detractores de esta útil herramienta que no logran reflejar lo que percibimos en nuestro entorno de amistades y familiares y que alcanzan a “adivinar”, muchos de los resultados electorales. Tales argumentos no demuestran más que desconocimiento, si se considera la probabilidad de salir seleccionados en una muestra.

Expresiones como “esa encuesta está manipulada porque no conozco a nadie que apoye al candidato que ahí dice que va punteando” o bien “a mí nunca me han encuestado y “no conozco a nadie que lo hayan encuestado” tan solo reflejan la incapacidad de aceptar que vivimos en burbujas sociales, cada vez más distantes las unas de las otras producto de las redes sociales. Nos reunimos, en nuestro hábitat físico y virtual, con personas con características y opiniones similares y nos alejamos de aquellos que piensan y viven de manera distinta. Es por eso que criticamos, en lugar de aceptar, los resultados de esa encuesta que nos viene a mostrar una realidad que nos resulta tan lejana.

Así que, si por un lado las encuestas pueden o no tener muestras realmente representativas y, por el otro, la ciudadanía cree en las encuestas basadas en lo que desean, ¿a dónde va a dar la realidad?

Las encuestas son instrumentos muy útiles para saber por qué sucedió algo, o como podría darse en el supuesto que… pero no son bolas de cristal.

Así que aquellos que esperen saber con precisión cuántos votos van a conseguir, se van a sentir decepcionados. Unos dicen que según «sus» encuestas ganan, otros que las encuestas publicadas son falsas, otros que no creen en las encuestas.

Más que discutir la veracidad de las encuestas, los ciudadanos debemos preocuparnos porque el régimen respete nuestro voto, por revisar con detenimiento lo pertinente al Registro Electoral y las anomalías aún subyacentes en el seno del CNE.

Todo Carabobo espera un cambio para el bienestar de todos. Se podría decir que aún no hay decisiones y si bien se comienza a levantar una especie de movimiento de opinión sobre la necesidad de elegir bien, o de hacer un voto responsable, de no repetir las «equivocaciones» del pasado, se requerirá una movilización social, intelectual y política muy profunda para sacudir la conciencia cívica de todos los carabobeños.

 

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