El Magreb (norte de África) ha vivido un verano de gran agitación diplomática y de múltiples maniobras presentidas. A pesar de la consolidación del alto el fuego en Libia (habrá elecciones en diciembre), la región se encuentra muy lejos de una cierta estabilidad. Dos acontecimientos han disparado las alarmas: la interrupción del proceso político en Túnez (desde el 23 de julio) y la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos (24 de agosto).
Túnez: hacia la confirmación del golpe
Cada día que pasa parecen confirmarse los temores iniciales sobre la verdadera naturaleza de la decisión presidencial de suspender el Parlamento y cambiar la jefatura del gobierno y los ministerios claves. Kaïs Sayed invocó “peligro inminente” para la seguridad nacional como justificación de su actuación y aseguró que las medidas tendrían una vigencia (inicial) de un mes. Pero al término de este periodo, prolongó sine die la alteración del equilibrio constitucional y la concentración de poderes en su persona, ya sin base legal alguna (1). El país se encuentra en un compás de incertidumbre, pero con las libertades recortadas (2). Sayed se apoya en un aparente respaldo de la mayoría de la población. El partido islamista Ennahdha, el más numeroso en votos y militantes, no ha conseguido movilizar a la población contra el Presidente, que se apoya discretamente en los militares. Es la primera vez desde la independencia, en 1956, que el Ejército juega algún tipo de protagonismo en la política tunecina (3).
Argelia y Marruecos, donde solían
La ruptura de relaciones diplomáticas en Rabat y Argel fue todo menos una sorpresa. La tradicional rivalidad entre los dos países que compiten históricamente por la hegemonía en la región se agravó en los últimos meses al coincidir viejas fricciones (Sahara Occidental) con otras nuevas, en forma de crisis repentinas.
El motivo que más ha contribuido al envenenamiento de la situación fue una declaración del embajador marroquí en la ONU en favor de la autodeterminación de la Kabilia, una región del norte de Argelia, que se extiende también a Marruecos. Argel se indignó ante una manifestación semejante, sobre todo porque pocos días antes el Rey Mohamed VI se había pronunciado solemnemente por una mejora de las relaciones con su vecino oriental. La sospecha de duplicidad marroquí se extendió en los despachos argelinos y disparó la acusación sobre una financiación marroquí del Movimiento por la Liberación de Kabilia, organización clandestina argelina.
La siempre débil confianza bilateral ya se había visto seriamente erosionada al conocerse que el estado marroquí había sido uno de los clientes de Pegasus, la empresa israelí que ha facilitado medios de espionaje electrónico. Argel cree que Rabat ha utilizado esta herramienta para espiar a numerosas autoridades argelinas (4).
A partir de aquí se acumularon otros agravios de veracidad más dudosa. Argelia llegó a culpar a Rabat de instigar los incendios que han asolado este verano ciertas regiones del país.
Esta crisis diplomática bilateral pone en riesgo el acuerdo gasístico entre ambos países (exportación de gas argelina a España y Europa a través de Marruecos), que debe renovarse a finales de octubre. El ministro argelino de exteriores insinuó que Argelia cumplirá con los acuerdos internacionales, pero eludió ser más preciso. Para España, hay una vía alternativa para asegurar los casi 10.000 millones de metros cúbicos de gas argelino, a través del gasoducto que transcurre por el Mar de Alborán hasta Almería (5).
Un pulso regional
Aparte del Sahara, sempiterno factor de confrontación entre ambos vecinos desde los años setenta, el realineamiento de las alianzas regionales hasta los confines del Golfo arábigo esclarece el contexto de estas crisis (6).
Los acuerdos Abraham, promovidos por Trump, consagraron públicamente el acercamiento entre Israel y países árabes moderados o pro-occidentales como el propio Marruecos, los Emiratos, Bahréin y Sudán. El desarrollo de este pacto regional ha sido relativamente rápido. En mitad del verano, el nuevo ministro de exteriores de Israel Yaïr Lapid visitó Rabat y realizó pronunciamientos que Argelia consideró hostiles. El incidente podría haberse diluido enseguida, si no fuera por el ambiente de tensión argelino-marroquí, pero también por la agitación diplomática de fondo en la región.
Los Emiratos han participado activamente en la guerra de Libia en apoyo del mariscal Haftar, junto con Egipto y Rusia, y, por tanto, en contra el gobierno interino reconocido por la ONU, apoyado por Turquía y por Qatar. Estos realineamientos responden a la posición frente al islamismo. Los EAU (igual que Arabia Saudí) batallan ferozmente contra la politización del Islam, igual que Egipto, cuyos generales no dudaron en derrocar al gobierno de los Hermanos Musulmanes en 2013, tras la turbulenta revolución de 2011. Por el contrario, la Turquía del islamista autoritario Erdogan jugó muy fuerte en favor del gobierno interino libio, dominado por islamistas moderados. Qatar, rival de saudíes y emiratíes, se alineó con Ankara y Tripoli.
En esta madeja de alianzas entra Túnez. El presidente, contrario a la formación islamista Ennahdha, ha buscado apoyos en Egipto y en los Emiratos. Cada día que pasa parece más claro que Sayed está actuando según el libreto del general egipcio Al-Sisi, al acabar con la democracia bajo la excusa de proteger al país del peligro de una dictadura religiosa. El presidente tunecino visitó Egipto en abril de este año. Es difícil creer que no tratara con Al Sisi de una eventual intervención presidencial para corregir el rumbo político tunecino y alejar a los islamistas del poder. Previamente, en diciembre de 2019, cuando Ennahdha gozaba de gran influencia, Erdogan visitó Túnez para buscar su apoyo en la guerra de Libia, por entonces en una fase álgida.
Estas maniobras alcanzan a Argelia y a Marruecos, por el juego de poder regional. Rabat comparte con Abu Dhabi la iniciativa de la colaboración con Israel, bajo el amparo de Washington. Biden no ha suspendido la declaración trumpiana de apoyo a la soberanía marroquí sobre el Sahara ni se ha pronunciado en contra de la participación de los EAU (y de Arabia) en la guerra del Yemen, que vive un inestable paréntesis ante unas perspectivas de negociación de muy incierto alcance.
Argelia contempla el pulso regional entre laicos e islamistas con incomodidad. La guerra contra el FIS (Frente Islámico de Salvación) en los años noventa ha dejado muchas heridas en el país. Las autoridades argelinas no quieren que se reabran y tratan de fomentar un diálogo constructivo con los islamistas moderados, mientras persiguen a los radicales. No quieren excesos de sus vecinos. Ni de los islamistas ni de los laicos. Se han mantenido equidistantes en la guerra de Libia y contemplan los acontecimientos en Túnez con aprensión.
Notas
(1) “Political uncertainty deepens in Tunisia”. SARAH FEUER, GRANT RUMLEY, BEN FISHMAN Y AARON YELIN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 31 de agosto.
(2) AMNISTÍA INTERNACIONAL, 26 de agosto.
(3) “Keep Tunisia’s military out of politics” RADWAN A. MASMOUDI (president del Center for the study of Islam & Democracy, Washington). FOREIGN POLICY, 2 de septiembre.
(4) “Entrevista con Isabelle Werenfels, investigadora del Instituto alemán de asuntos internacionales y seguridad. LE MONDE, 2 de septiembre; “Ruptura Argelia-Marruecos: mucho más allá del Sahara”. PACO AUDIJE. PERIODISTAS.es, 31 de agosto. “Algeria-Morocco ruptura: an unfunny comedy of errors”. DAVID POLLOCK. THE WASHINGTON INSTITUTE, 27 de Agosto.
(5) “Crisis algéro-marrocaine: l’avenir incertain du gazoduc Maghreb-Europe”. SAFÍA AYACHE (corresponsal en Argel). LE MONDE, 3 de septiembre.
(6) “Efervescence diplomatique régionale autor de la situation politique en Tunisie”. FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 25 de agosto.