El fútbol es el deporte que más se ve en el mundo. Eso podría llevar a muchos a pensar que se debe fomentar el modelo de buscar más y más audiencias en el ámbito internacional. Que efectivamente, esta dinámica hay que profundizarla. Sin embargo, hay que diferenciar entre dos conceptos: el deporte y la industria. El deporte —y su capacidad de generar una comunidad mediante la pertenencia a un mismo sector laboral (los primeros equipos fueron fundados por trabajadores de fábricas), una ciudad o incluso una parte de la ciudad fue lo que impulsó la adopción del deporte. Primero fue el juego, que era para ser jugado. La afición por observar a quienes lo juegan surge de un sentimiento de afinidad con quienes juegan, y la institución que representan.
En esta incepción del fútbol, sólo se pensaba en el juego y la comunidad. El espectáculo, que trajo consigo a la industria, todavía le faltaba tiempo en llegar. Sin embargo, el fútbol como forma de espectáculo no tardó en llegar. El mundial de 1930 buscó explotar el alcance y aceptación del deporte, y así se hizo ese primer esbozo de ver en qué país se jugaba mejor al fútbol. En 1935, Inglaterra jugó un partido contra la selección alemana. El partido se jugó en White Hart Lane, casa del Tottenham —un equipo notoriamente seguido por judíos— y los fanáticos del fútbol protestaron enérgicamente esa decisión. El fútbol se estaba convirtiendo en un espectáculo que no respetaba los valores comunitarios. No sólo trivializar lo que se vivía en aquel momento en Alemania (y que luego se expandió por Europa) generó mucho malestar. Pensar en organizar este partido en el estadio que fuera denota un criterio que prioriza el espectáculo sobre la comunidad.
Justamente en esta línea empezaron a pensar muchos dictadores del momento. El fútbol como espectáculo de masas podía servir como una excelente palanca propagandística. Benito Mussolini lo entendió y es muy conocida su gestión para hacer, primero, que Italia albergara el mundial de 1934 y, luego, amenazar a sus propios jugadores y supuestamente a los árbitros para asegurar el éxito. En el certamen de 1938 también le dijo al entrenador Vittorio Pozzo que la consigna es “vencer o morir”, en una clara amenaza ante una posible incapacidad de repetir el título mundial.
El régimen Nazi tampoco se quedó atrás y también organizó partidos para que, mediante el espectáculo del fútbol, ayudar a que el mensaje de la superioridad alemana entrase en la mente de los gobernados por el nazismo. Un ejemplo que se viene a la mente fue el denominado “partido de la muerte”, donde un grupo de jugadores prisioneros de guerra durante la segunda guerra mundial ucranianos jugaron contra la Luftwaffe (fuerza aérea nazi) tras haber sido advertidos de que habría un castigo si ganaban. Ello no disuadió a los jugadores del equipo de prisioneros de guerra ucranianos, quienes le ganaron al equipo del ejército alemán. Los jugadores fueron arrestados y enviados al campo de concentración en Syrets. Un jugador murió tras ser arrestado y torturado, mientras que otros cuatro murieron en el campo de concentración.
Todo ello sucede porque el fútbol–espectáculo sirve para entretener a las masas, y reforzar ciertos mensajes que vienen de las altas esferas del poder en un determinado momento. Con la llegada de la democracia a los países europeos tras la segunda guerra mundial, se puede hablar entonces de que surge —a raíz del fútbol-espectáculo— el fútbol como industria. El fútbol industria viene a explotar las dos formas de entender el fútbol, tanto el deporte comunitario como el fútbol entendido como espectáculo y ocio.
Los aficionados que sienten la vinculación basada en la identidad con su club al formar parte de una comunidad, son perfectos para buscar extraerles más y más dinero a través de entradas cada vez más caras, así como también ofreciendo uniformes de partido alternativos (hay uniforme de casa, de visitante y un tercero) y la venta de indumentaria de entrenamiento.
A los aficionados más casuales, o aquellos que viven el fútbol como comunidad y como espectáculo, se dirigen a través de paquetes televisivos más caros. Acá entra en juego la globalización, ya que los horarios de los partidos son programados para que puedan ser vistos por la mayor cantidad de gente que pertenece a los mercados más rentables. Incluso se ha logrado que se hagan partidos oficiales en ubicaciones que no son del país de origen de la competencia en cuestión (la Súper Copa de España en Arabia Saudí o la final de la Coppa Italia también en Arabia Saudí).
El resultado es que poco a poco, el fútbol se aleja de su comunidad. Hoy, en los grandes ‘templos’ del fútbol europeo suele haber aficionados turistas —que no viven en la ciudad— en detrimento de los aficionados que suelen aportar ese elemento de ambiente en los partidos. Los aficionados más activistas suelen decir “fans, not customers” (aficionados, no clientes). Pues quieran o no, los aficionados hoy también son clientes. Con el añadido de que no pueden simplemente “ir a comprar en otro negocio”. Como se ha dicho, el aficionado está vinculado no por una cuestión utilitaria ni por conveniencia, sino por sentimiento comunitario.
Afortunadamente para quienes son responsables de los designios de un equipo, hay maneras relativamente sencillas para acallar gran parte de la crítica. La más usada es hacer grandes contrataciones. En el Manchester United, por ejemplo, la contratación de Rapahel Varane, Jadon Sancho y —sobre todo— Cristiano Ronaldo ha hecho que los aficionados se hayan olvidado del fiasco de la Súperliga Europea.
En el Chelsea se trajo a Romelu Lukaku y todo parece haber quedado olvidado. Los aficionados quieren sentirse orgullosos del equipo al que apoyan, y eso se hace más fácilmente cuando la dirigencia del club trae a jugadores con mucho talento. Más difícil —e incluso menos conveniente— es ser un equipo que apele al sentimiento comunitario a través de la defensa de los valores que han convertido al club en lo que es.
Al final, la Súperliga Europea no es algo que deba sorprender a nadie. Es la consecuencia del fútbol-espectáculo y su industria buscando que cada partido dé el mayor espectáculo posible para sacar mayor rendimiento económico. En esta Súperliga, se busca que participen sólo equipos que den espectáculo. Eso de que haya equipos con presupuestos bajos que no son capaces de contratar a grandes jugadores no gusta mucho. Al menos a la élite. El precedente ya fue germinado cuando en 1992 se reformó la Copa de Europa para que fueran admitidos más equipos de las grandes ligas europeas, y así los equipos de otros países europeos fueron quedando rezagados. Todo, porque las grandes audiencias —ajenas a la propia comunidad a la que pertenece un determinado club— así lo requiere.
Hay que tener mucho cuidado con la tendencia globalizadora del fútbol. No vaya a ser que termine por hacer mutar al fútbol en algo que muchos, en un futuro, no reconozcamos.
Periodista deportivo. Es editor del portal web Línea de Tres