La zona fue principalmente visitada por extranjeros durante años, pero los venezolanos se han ido volcando más a conocerla. Sin embargo, la afluencia bajó por la pandemia y los elevados costos del combustible
Arropados por la penumbra absoluta de la noche, los palafitos de un pequeño asentamiento sobre el Lago de Maracaibo se iluminan gracias a los incesantes destellos que le han valido a esta región el título de «capital mundial de los relámpagos».
En los pueblos de agua de esta zona del estado Zulia, el relámpago del Catatumbo, como se le conoce a un ciclo de tormentas único en el mundo, es considerado un faro que durante siglos los ha ayudado a guiarse cuando navegan en la oscuridad.
Algunas noches, además de los resplandores, puede verse la vía láctea y un cielo tan salpicado de estrellas que no se necesitan telescopios, ni equipos especiales para apreciar un espectáculo tan alucinante como inverosímil.
Los destellos son tan rápidos como los flashes de una cámara. No hay truenos, solo luz.
Algunos son culebreados, como le dicen los locales a los relámpagos acompañados por rayos. Unos tocan el espejo de agua con tal rapidez que apenas son procesados por el ojo humano, y otros impactan en la altura entre sí formando figuras fulgurantes en las nubes.
Contribuye al espectáculo la falta de electricidad. Los enormes generadores eléctricos que suministraban energía a estos pueblos tan alejados de la tierra llevan años dañados, un cuadro agravado por la escasez de combustible, vital para hacerlos funcionar.
La oscuridad es total, solo interrumpida a ratos por algún generador eléctrico casero, cada vez menos usados, y lámparas de pescadores.
Ajena al interés científico que suscita el fenómeno en todo el mundo, Marianela Romero, una pescadora de 40 años de edad cuyo rostro demacrado la hace ver mucho mayor, se maravilla con el resplandor cada vez que sale a pescar.
«Me gusta mucho el relámpago del Catatumbo porque le da claridad a uno para donde uno vaya», señala desde un palafito en Congo Mirador, un pueblo de pescadores casi desaparecido por la sedimentación de la laguna donde fue cimentado.
El resplandor ha permanecido inalterable pese a las amenazas que se ciernen sobre los bosques y pantanos desde donde se forman estos destellos, cuyo epicentro se ubica dentro de áreas protegidas, pero sin resguardo de las autoridades desde hace años.
«Sonrisa de la noche»
Este resplandor silencioso puede verse durante casi todo el año, con más nitidez entre los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre.
La zona fue principalmente visitada por extranjeros durante años, pero los venezolanos se han ido volcando más a conocerla. Sin embargo, la afluencia bajó por la pandemia de covid-19 y los elevados costos del combustible. Un litro llega a costar hasta 2 dólares en el mercado informal.
«Vienen a buscar el relámpago del Catatumbo», cuenta a la AFP Nerio Romero, a quien todos llaman Tane y quien recibe a los turistas en su palafito en Ologá, vecino a Congo Mirador y cercano a la desembocadura del río Catatumbo, repartido entre Colombia y Venezuela. Sus aguas marrones caen en el Lago de Maracaibo, formando una línea divisoria con dos tonalidades distintas.
Catatumbo, en la frontera de Colombia con Venezuela: tierras sembradas de coca y de minas
Para llegar hasta uno de los puntos de observación de los relámpagos se necesita un recorrido de unas tres horas en lancha. Desde ahí, puede verse el vuelo de aves, las piruetas de monos araguatos trepándose entre árboles y hasta delfines que saltan de vez en cuando mientras nadan en grupos.
El Catatumbo obtuvo en 2014 un récord Guinness como el sitio con mayor cantidad de tormentas eléctricas del planeta. Su promotor, el ambientalista venezolano Erik Quiroga, señala a la AFP que para ese año estaban documentados unos 250 relámpagos por kilómetro cuadrado, a razón de 1,6 millones de relámpagos por año.
Y en 2016, un estudio de la Nasa certificó que el Lago de Maracaibo, y más concretamente la zona del Catatumbo, es la capital mundial del relámpago, al recibir un promedio de 233 destellos por kilómetro cuadrado por año.
Ligado a la investigación del fenómeno desde hace 26 años, Quiroga dice que estos destellos lo remontan a su infancia, cuando lo vio por primera vez en Bobures, sur de Zulia: «Es la sonrisa de la noche».
AFP