Resulta pronto para determinar cuál será el papel de Alemania sin Merkel.
Prácticamente todos los analistas coinciden en señalar que Ángela Merkel pasa a la historia de Alemania y de Europa con varias características esenciales:
Fue la primera mujer cancillera de Alemania.
Además fue la primera cancillera de la Alemania del Este.
Su llegada despertó recelos, rechazos y ella cosechó antipatías con su comportamiento frío y distante. El culmen del desagrado se produjo con la gestión de la crisis del 2008, el llamado “austericismo”, y el sufrimiento infringido a Grecia.
Sin embargo, su evolución la ha convertido en una cancillera más próxima a tesis socialdemócratas, más humanas y cercanas, definiéndose incluso como feminista, y creando unas redes de simpatía hacia su persona que han levantado opiniones favorables en la izquierda europea y críticas furibundas en la ultraderecha.
Según los medios económicos, el legado de Merkel deja una Alemania que ha crecido en 13 de los 16 años de su gestión, con el desempleo ahora en el 5,6 % pese al coronavirus, la producción industrial en máximos históricos y las exportaciones por encima de los niveles de febrero de 2020. Además, el Estado alemán cerró con superávit seis ejercicios consecutivos, y, hasta la llegada del covid, había reducido su deuda en 20 puntos porcentuales con respecto a 2010.
Los analistas y opinadores políticos dicen que la gran mayoría piensa que la echará de menos y, de hecho, se retira con unos elevados índices de popularidad después de 16 años.
Con su llegada, pretendió hacer una Europa “alemanizada”, y 16 años después, Merkel es una “europeísta” convencida.
De las elecciones últimas sin Merkel, hay unas lecturas novedosas:
La clara pérdida del CDU que cosecha sus peores resultados. Lo que indica es que ni el partido ni el candidato han despertado la confianza que la ciudadanía mantenía con Merkel. Ángela Merkel era y es mucho más que el CDU.
La pérdida de votos de los extremos, especialmente de la ultraderecha que, mientras la vemos crecer en otros países europeos de forma amenazante, la propia Merkel ha sido una figura decisiva para su freno y evitar su crecimiento.
Los jóvenes no han respaldado a los dos partidos mayoritarios sino que han optado por los liberales y los verdes como opciones de cada bloque.
Se prevé una nueva coalición, en este caso, un tripartito, con una semejanza mayor a lo que está ocurriendo en otros países europeos.
La llegada de la socialdemocracia alemana al gobierno, aunque con un resultado ajustado y con un tripartito, es una buena noticia para impulsar medidas económicas europeas que recuperen la ilusión y la confianza que falta en la Unión Europea.
Cuando Pedro Sánchez llegó a Moncloa, la socialdemocracia europea estaba bajo mínimos. Una vez más, como en otras etapas históricas, parecía que España caminaba al contrario. Sin embargo, el panorama ha ido modificándose. Son muchos los países que cuentan con socialdemócratas al frente o en sus gobiernos (incluso en el gobierno italiano de Mario Draghi); la última sorpresa la dio Noruega. Por otra parte, lo que en España supuso un acontecimiento, la llegada de un gobierno de coalición y la pérdida de mayorías parlamentarias, hoy es una realidad en Europa.
La Unión Europea es muy diferente hoy a la que encontró Merkel. El ascenso de la ultraderecha preocupa en algunos países; surgen gobiernos que levantan la bandera de las mal llamadas “democracias iliberales” y que ponen en jaque los derechos conquistados en Europa; el Brexit desnortó a la Unión pero hoy es la propia Gran Bretaña quien sufre las consecuencias duras del colapso económico fuera de la UE; y Francia no ha encontrado su papel de liderazgo bajo las directrices de Macron.
El nuevo gobierno alemán, esperemos que presidido por la socialdemocracia, tiene la doble tarea de ejercer hacia dentro de sus fronteras al tiempo que expandir sus políticas al conjunto de la Unión Europea. Hoy más que nunca, Alemania debe seguir creyendo en el papel de Europa, debe seguir siendo la pieza central importante, debe apoyarse en el diálogo con países próximos como España, debe reconquistar la senda del Estado de Bienestar, y debe garantizar que Alemania es parte imprescindible del proyecto europeo.
Sin Europa, sin el Estado de Bienestar europeo, no habrá políticas de futuro.
Bajo mínimos. Una vez más, como en otras etapas históricas, parecía que España caminaba al contrario. Sin embargo, el panorama ha ido modificándose. Son muchos los países que cuentan con socialdemócratas al frente o en sus gobiernos (incluso en el gobierno italiano de Mario Draghi); la última sorpresa la dio Noruega. Por otra parte, lo que en España supuso un acontecimiento, la llegada de un gobierno de coalición y la pérdida de mayorías parlamentarias, hoy es una realidad en Europa.
La Unión Europea es muy diferente hoy a la que encontró Merkel. El ascenso de la ultraderecha preocupa en algunos países; surgen gobiernos que levantan la bandera de las mal llamadas “democracias iliberales” y que ponen en jaque los derechos conquistados en Europa; el Brexit desnortó a la Unión pero hoy es la propia Gran Bretaña quien sufre las consecuencias duras del colapso económico fuera de la UE; y Francia no ha encontrado su papel de liderazgo bajo las directrices de Macron.
El nuevo gobierno alemán, esperemos que presidido por la socialdemocracia, tiene la doble tarea de ejercer hacia dentro de sus fronteras al tiempo que expandir sus políticas al conjunto de la Unión Europea. Hoy más que nunca, Alemania debe seguir creyendo en el papel de Europa, debe seguir siendo la pieza central importante, debe apoyarse en el diálogo con países próximos como España, debe reconquistar la senda del Estado de Bienestar, y debe garantizar que Alemania es parte imprescindible del proyecto europeo.
Sin Europa, sin el Estado de Bienestar europeo, no habrá políticas de futuro.