Earle Herrera: Carta a mi ex alumna chilena

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Recibe este beso trasandino, querida Beatriz. ¿Te regalaron de niña una bicicleta? Antier quemaron una en tu país. Era roja y plata. Duro, para un niño, ver su bici entre las llamas. A veces, Bea, pedaleo en mis recuerdos y te veo en tú pupitre, rubia, seriecita, inteligente. Después se incorporó tu novio, cuando logró burlar la dictadura. Más tarde me presentaste a otros chilenos y otros y otros. Los recibíamos con abrazos. De ti recuerdo las lágrimas en tus ojos verdes cuando me dijiste: “profe, bendita sea su patria, bendita sea Venezuela”.

Yo también lloré, querida Bea, a mis 24 años, cuando en la plaza El Venezolano (la democracia no nos dejaba llegar hasta el Congreso Nacional) protestábamos el golpe fascista. Toda la plaza lloraba bajo las boinas azules y gritaba gritos de amor y coraje por tu Chile en tinieblas (como cantó Neruda) y por su agigantado presidente, Salvador Allende, con casco y metralleta en mano entre los escombros de La Moneda. Ay, Beatriz, las manos de Víctor Jara ya no podrán rescatar de las llamas la bicicleta roja y plata de un niño venezolano. Se las aplastaron a culatazo de fusil, pero no silenciaron su guitarra. ¿La oyes?

Qué rollo con tu tesis, chica. Porque también me elegiste de tutor, como lo fui de tantos exiliados. Los llevo en mi corazón. Por los pasillos de Derecho compartíamos café con otros desterrados, cuyo exilio trajo su sabiduría a mi Patria. Entre ellos, argentino él porque todo el Sur era una sola dictadura, nuestro querido Hugo Callelo. Y éramos un solo pueblo con paraguayos y uruguayos y entonces Venezuela, situada al norte, parecía más bien el Cono Sur, entre risas y abrazos y fiestas para ahuyentar toda nostalgia.

 

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