Laura Antillano: A Juan Monzón; Que brille para él la luz eterna

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Nunca vivimos un tiempo para  anunciar las ausencias como este de ahora.

Las ausencias que se convierten en estandartes y nos llenan de susto y lágrimas. Nunca supimos de estos anunciados tan seguidos y recalcitrantes, como preparándose detrás de la puerta para asustarnos, y sumarse a lo oscuro.

Así  las muertes de los amigos y los cercanos están a la orden del día.

Como un abecedario que va soltando cada letra como si fueran palomas mensajeras, ya preparadas en la cuenta de lo próximo, lo inevitable, lo indetenible.

Así, de ese modo, como un golpe  señalado donde debe doler, supimos de la muerte del amigo Juan Monzón.

De pronto, sin preparaciones previas,  sin cortina por correr, sin preaviso ni presentimiento.

Juan madrugaba y a las cinco de la mañana, cuando aún el sol no llegaba a saludar como es debido, Juan Monzón trotaba todos los días, por los alrededores de su calle en Naguanagua, siguiendo la disciplina férrea que definió su vida, saludable y disciplinada.

Todo el mundo sabía en su calle de esa rutina, y todos le respetaban, por su constancia, su fortaleza, su esencial conocimiento de lo que era entrenar y cuidar, el cuerpo  y la conducta planificadora de la agenda diaria.

Juan acostumbró a sus dos pequeños sobrino-nietos, a que los cuentos les fueran contados a través de su voz solamente, esa voz de nativo canario, con una declinación  suave en las palabras, y cuando les leía y mostraba las ilustraciones, se permitía una que otra pregunta para asegurarse de que ellos entendían el tema del asunto, y los dos pequeños quedaban como hipnotizados en medio de las historias, donde Juan Monzón dejaba la intriga  como el caramelo al final de las tramas , sólo para probar si la lectura tenía algún efecto seductor  en los dos pequeños que le escuchaban hipnotizados.

Ahora el maestro se ha ido, ya no se le verá más diseñando sus coreografías para los espectáculos gloriosos y originales de danza contemporánea, ni en las reuniones de familia (cuyo origen naciente  venía de las islas canarias).

Ahora este gran maestro de la danza, coreógrafo inigualable de un arte del cuál puede decirse fue uno de sus inventores, no estará más de presente en estos territorios.

Pero lo estará a través de todos los alumnos y alumnas que se formaron en su escuela, o participando en los espectáculos que diseñó, o escuchándolo en sus disertaciones  sobre el arte de la danza y sus significaciones  poéticas. Y como lo dice el poema de Reynaldo Pérez So: “No es época de caída/no se es pájaro/los ríos van temprano/en la memoria/eres también tú/hoja”

Y que se encienda para Juan Monzón la luz perpetua.

 

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