Quizás no todos entiendan el verdadero significado de las líneas que estoy escribiendo, pero siempre digo lo que considero necesario sin tratar de complacer a nadie, pero los protagonistas de la política de nuestros días están obligados a ejercitar la razón frente a una realidad inocultable. Está a la vista del mundo entero. No podemos limitarnos a acumular hechos y noticias inútilmente.
Lo primero es entender, pero una vez que se ha entendido tenemos la obligación de actuar. No olvidemos que la inercia mental y las destrezas abstractas son la fuente de muchos errores y de desviaciones graves. Ya basta de manosear torpemente la realidad sin luchar para cambiarla. De esta manera se agiganta la confusión sin un verdadero pensamiento político ni principios firmes. No se está haciendo Política. Más bien se la está desprestigiando.
Estamos convencidos de que no todos los regímenes garantizan la felicidad, incluidos los democráticos, pero algunos la eliminan cuando existen o la impiden definitivamente. Les pido a nuestros políticos que pensemos, todos juntos, en lo que puede suceder, efectivamente está sucediendo, cuando la Política con P mayúscula desaparece. Repasemos la historia mundial, continental y nuestra propia historia y veremos que los vacíos políticos también se llenan. El espacio es ocupado por otras realidades “impolíticas” derivadas del militarismo, de realidades económicas inconvenientes para el ciudadano común, de la demagogia incontrolada y, en nuestro tiempo, del narcoterrorismo.
Veintidós años han sido más que suficientes para obligarnos a enfrentar los problemas fundamentales. No aceptamos que por cansancio, por temor o por escepticismo evitemos asumir la responsabilidad de la lucha rehuyendo lo principal o limitarnos a conseguir espacios de convivencia con los responsables del desastre nacional a cambio de limitadas concesiones burocráticas de variada naturaleza, pero que mantienen intacto el esquema de la vida nacional. Mucho menos podemos tolerar que el electoralismo, la candidaturitis crónica de algunos o las permanentes ambiciones personales y de grupo contribuyan a darle estabilidad a una dictadura tiránica sobre girada en el tiempo.
A pesar de haberme desarrollado políticamente en los cuarenta años de la pasada democracia, no me siento limitado por el pasado. Mi fidelidad es hacia el futuro que las nuevas generaciones están en la obligación de construir. Es tiempo de poner sobre la mesa ideas y proyectos concretos que sabemos existen y trazarnos ambiciosas metas que podríamos conquistar en relativo corto plazo. Los de mi generación no debemos limitarnos a ser fieles a lo que hemos sido o hemos hecho, sino concentrarnos en lo queríamos hacer y no hicimos. Por supuesto también en lo que el país reclama en esta hora.
Alguna vez dije que el desacuerdo es inevitable y maravilloso siempre que no pretenda eliminar al adversario o limitar su libertad. Libertad y democracia nos unifican a todos.
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