Earle Herrera: Respuesta de mi exalumna chilena

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A raíz de la agresión en Iquique, Chile, contra los migrantes venezolanos, a quienes les quemaron sus carpas y enseres, escribí una carta a una exalumna chilena de nombre Beatriz. Por esta, me respondió Soledad Araya, quien al aclarar que no es Bea, precisa: “pero fui tu alumna en no sé cuántos semestres en mi carrera (…) y también soy Bea y soy Verónica, Angélica, Valeria, cualquiera de esa alumnas chilenas que te miramos sin poder contener las lágrimas y sin atrevernos a verte a los ojos avergonzadas, tristes, acongojadas, enfurecidas, por lo que hicieron compatriotas nuestros a las familias venezolanas que no corrieron la misma suerte de nosotras que pudimos trabajar, estudiar, ¡vivir! en ese maravilloso país, donde fuimos recibidos con nuestras familias, nuestros dolores y nuestras propias tragedias”.

“Las lágrimas corren por mis mejillas mientras te escribo, profe querido. Mi dolor de ahora es como el de aquel entonces, cuando pensábamos ilusamente que podíamos regresar pronto y derrotar esa feroz dictadura. Es así de grande porque no puedo convencerme de que los chilenos, esos que entonan a todo pulmón una canción que yo también canté: ‘y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero’, la hayan convertido en una farsante y cursi mentira, palabras vacías que me nublan la razón y me impulsan a clamarte perdón, a ti porque me escribiste, y a todos los hermanos y amigos venezolanos que dejé en esas tierras luego de 19 años, lees bien, ¡19 años!, viviendo en ese amado país donde nació mi hijo pequeño. Pero sobre todo, pedir perdón a esas familias, a esos jóvenes, a esos niños, a quienes un grupo de desalmados les quemaron lo poco y nada que tenían”.

La carta-respuesta de mi querida exalumna Soledad Araya, aquí resumida por razones de espacio, expresa el Chile que llevamos en el corazón, el de Neruda, el de Allende, el de Víctor Jara. Ella concluye con la ternura de las mujeres de la Patria Grande: “profesor querido, me comprometo a comprar una bicicleta plata y roja para dársela a un chico venezolano”.

La bicicleta es una metáfora que el fuego no devoró. Los chicos de mi patria, Soledad -y también Beatriz, Verónica o Valeria-, pedaleando duro, remontarán los Andes y llevarán sus sonrisas hasta tu corazón, que es el corazón de Chile.

 

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