Ángel Lombardi: Encuentro entre dos mundos

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El llamado “descubrimiento” tiene una connotación eurocéntrica que molesta a algunos. La respuesta a este enfoque es la llamada “resistencia indígena”, no totalmente cierta. Hubo pueblos que resistieron y “perdieron”. Otros se subordinaron y colaboraron.

Resulta absurdo seguir en este pleito cinco siglos después. Trescientos años coloniales y doscientos como repúblicas deberían ser suficientes para asumir la herencia del mestizaje y las herencias culturales que nos han ido definiendo como naciones y continente. El 12 de Octubre, como Día de la Raza y Día de la Hispanidad, solo conserva su interés y su sentido para España y algunos sectores de origen hispano en los Estados Unidos.

La historia termina siendo el pasado y las diversas y contradictorias interpretaciones que se hacen de él, con riesgo cierto de manipulación ideológica y política. El sentido común y el tiempo transcurrido plantean una solución teórica e histórica que orienta el debate hacia el concepto y la idea de Encuentro.

Todas las conquistas tienen un alto componente de injusticias y violencias y todo conquistador la usa.

No hay imperio malo ni imperio bueno, el objetivo siempre es el mismo: dominar y explotar. Y el nivel de resistencia determina el nivel de violencia.

La llamada historia universal y la geo-política no han sido otra cosa que la confrontación permanente por la hegemonía en un territorio determinado. Todo imperio es depredador, pero igualmente generatriz. Toda conquista, a la larga, implica una nueva posibilidad cultural y multicultural en permanente evolución porque la llamada identidad no solo es lo que fuimos sino, esencialmente, una manera de ser-siendo.

Una comunidad humana, como una ciudad, una nación, pero también la humanidad toda, implican un pasado compartido y un presente-futuro también.

Estas tierras han recibido innumerables nombres (nombrar es definir), Indias Occidentales (de allí el nombre de indios); De Orbe-Novo o Nuevo Mundo, Hispanoamérica/Iberoamérica/Indoamérica

Centro y Sudamérica y, por último, América Latina o Latinoamérica a partir de la segunda mitad del siglo XIX y el más generalizado mediáticamente en nuestros países. Para Miranda, Bello, Bolívar y otros, todo el continente debería llamarse Colombia.

 

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