Allá por julio, Kay Ivey, gobernadora de Alabama, dijo cosas fuertes y sensatas acerca de la vacuna contra la covid-19. “Quiero que la gente se vacune”, afirmaba. “Ese es el remedio. Eso lo previene todo”. Llegó a decir que quienes no se vacunan nos están “defraudando”. Tres meses después, Ivey ordenaba a los organismos de su Estado que no cooperaran con las normas federales que establecen la obligatoriedad de la vacuna contra la covid-19.
El rápido giro de Ivey del sentido común y el respeto por la ciencia a las destructivas sandeces partidistas —sandeces que están matando a miles de estadounidenses— no tiene nada de único. Por el contrario, es la síntesis de la trayectoria que ha seguido el Partido Republicano en un tema tras otro, desde las rebajas fiscales hasta la gran mentira acerca de las elecciones de 2020.
Cuando hablamos del hundimiento moral del Partido Republicano tendemos a centrarnos en los extremistas obvios, como los teóricos de la conspiración que afirman que el cambio climático es un fraude. Pero los locos no estarían guiando el programa republicano de no ser por los cobardes, esos republicanos que saben cómo son las cosas, pero se tragan invariablemente sus recelos y aceptan la línea del partido. Y en este momento, locos y cobardes componen en esencia toda el ala elegida del partido.
Fijémonos, por ejemplo, en la afirmación de que las rebajas fiscales se pagan solas. En 1980, George H. W. Bush, rival de Ronald Reagan en la carrera por la candidatura republicana a la presidencia, calificó esa afirmación de “política económica vudú”. Todo lo que hemos visto desde entonces demuestra que tenía razón. Pero Bush pronto dio un paso atrás, y en 2017, incluso supuestos “moderados” como Susan Collins aceptaban las afirmaciones de que la rebaja fiscal de Trump no aumentaría el déficit presupuestario, sino que lo reduciría. (El déficit aumentó).
O pensemos en el cambio climático. Todavía en 2008, John McCain basó en parte su campaña a la presidencia en una propuesta para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero ahora los representantes republicanos en el Congreso están unidos en su oposición a cualquier medida significativa para limitar el calentamiento del planeta, y 30 de sus senadores niegan directamente las abrumadoras pruebas científicas de que las actividades humanas están causando el cambio climático. Las falsedades que envenenan la política estadounidense tienden a compartir historias vitales similares. Empiezan con el escepticismo, se difunden mediante desinformación y culminan en la capitulación, cuando los republicanos que conocen la verdad deciden plegarse a las mentiras.
Reflexionemos sobre la afirmación de que les robaron las elecciones. Donald Trump no tuvo en ningún momento ninguna prueba de su parte, pero no le importaba; lo único que quería era mantenerse en el poder o, como mínimo, promulgar una mentira que le ayudara a seguir controlando el Partido Republicano. Pese a la falta de pruebas y al fracaso de cualquier intento de abrir o hacer que prosperara una causa judicial, el ruido constante de la propaganda ha convencido, no obstante, a una mayoría abrumadora de republicanos de que la victoria de Joe Biden fue ilegítima.
Y la cúpula republicana, que al principio se pronunció en contra de la gran mentira, ha mantenido silencio y hasta ha empezado a promover las falsedades. De modo que, el miércoles, The Wall Street Journal publicaba, sin correcciones ni verificación de datos, una carta de Trump al director llena de mentiras demostrables, dando de esta manera una nueva y destacada plataforma a esas mentiras.
El recorrido republicano hacia lo que es ahora con respecto a la covid-19 —un partido antivacunas y objetivamente propandemia— ha seguido la misma trayectoria.
Aunque republicanos como Ron DeSantis y Greg Abbott afirman que su oposición a la obligatoriedad de la vacuna deriva de cuestiones relacionadas con la libertad, el hecho de que ambos gobernadores hayan intentado impedir que las empresas privadas exijan a los clientes o a la plantilla que estén vacunados demuestra que se trata de una cortina de humo. De manera muy clara, la campaña antivacunas comenzó como un acto de sabotaje político. Después de todo, una campaña de vacunación exitosa que pusiera fin a la pandemia habría sido una buena noticia política para Biden.
Por cierto, deberíamos señalar que este sabotaje, al menos por ahora, les ha compensado. Aunque hay múltiples razones por las que muchos estadounidenses siguen sin vacunarse, existe una firme correlación entre la tendencia política de un condado y tanto su tasa de vacunación como su tasa de mortalidad en los últimos meses. Y la persistencia de la covid, que a su vez ha supuesto un freno para la economía, sigue siendo uno de los factores importantes que lastran el índice de aprobación de Biden.
Sin embargo, es más importante para la dinámica interna del Partido Republicano el hecho de que muchos miembros de su base han apoyado las afirmaciones de que exigir la vacuna contra la covid-19 es de algún modo una injerencia tiránica del Estado en sus decisiones personales. De hecho, muchos votantes republicanos parecen haberse rebelado contra la obligatoriedad establecida hace tiempo de que los padres vacunen a sus hijos contra otras enfermedades contagiosas. Y fieles a su costumbre, republicanos electos como la gobernadora Ivey, que inicialmente hablaron a favor de las vacunas, se han plegado y rendido a los extremistas, a pesar de que deben de saber que al hacerlo causarán muchas muertes.
No sé con seguridad por qué la cobardía se ha convertido en la norma entre los republicanos elegidos que no son extremistas consagrados. Pero si quieren comprender cómo el Partido Republicano se ha convertido en una amenaza para todo aquello que Estados Unidos debería representar, los cobardes son un factor al menos tan importante como los locos.
Premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.