Escribí sobre las opciones que teníamos los demócratas venezolanos, desesperados por salir de la horrible pesadilla. Esperábamos, con ansiedad, la decisión de la Corte Penal Internacional, (CPI) que debería ser publicitada. Las expectativas desbordadas, queríamos resolver los problemas a la manera de “Mi bella Genio”, la hermosa serie de hace décadas. Un movimiento de la nariz, y el sonido de la campanita, y ya está. Magia, pues. La tarea para todos, en mi opinión, pasa por hacer una toma de consciencia individual. ¿Qué hice para que esto ocurriera? ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Tuve alguna contribución? Si me he quedado en Venezuela, esto implica un estado mental, no fácil de caracterizar. Darnos cuenta y aceptar que vivimos uno de los momentos más tristes de nuestra historia republicana, no ha sido fácil. De allí las preguntas: ¿He sido apático/a? ¿He trabajado en pro de la democracia? ¿Disfruté los años de la bonanza y me creí todos los cuentos? Estas son algunas preguntas que debemos hacer. Las respuestas, no para compartirlas, no hace falta. Importante, que se esté consciente de donde estaba, cuando ocurrió lo que nos trajo a este desastre. Me doy cuenta, mientras observo todo lo que ocurre a mi alrededor, en la gran indiferencia de muchos ciudadanos. Al recordar mis lejanos estudios en Derecho, noto la importancia que tienen los lapsos procesales, lo que de alguna manera desespera a la gente. ¿Qué se hace? Así son las cosas, diría nuestro inolvidable Oscar Yánez. Esto nos rebota al Derecho Procesal, del que yo no puedo opinar, siendo hija de quien soy.[1] Sinceramente, aquí estamos al borde de la locura en la espera que desespera, como digo en el título del artículo. ¿Cuál será el desarrollo de los acontecimientos? En eso estamos, bastante ocupados y más allá preocupados, por la situación. Confiamos, una vez más, en lo que se considera una voz autorizada. Declararán y sentenciaran lo que deberá ocurrir con relación a los hechos denunciados. Se trata de una cantidad importante de sucesos delictivos que han sido presentados ante la CPI con todos los recaudos y posibilidades para que se inicie el procedimiento penal que deberá darnos la razón frente a este estado de cosas. Son palabras mayores.
En medio de todo, elecciones. Creo en la votación- ¿cómo no hacerlo? – fórmula para resolver conflictos, expresar lo que se piensa, de manera concreta. Al escuchar, algunos de los participantes y sus expectativas, de inmediato me doy cuenta de que, realmente no hay intención de resolver los problemas. La división, las apetencias personales, el pensar en lo propio antes que lo colectivo, es lo que hay. Personalismo por parte del gobierno, quien aspira una rendición incondicional de sus adversarios. Lo más triste, ocurre igual en la oposición. ¿Cómo hacer?
Mientras, quién nos desgobierna pretende hacernos creer que vivimos en el mejor país del mundo. Señala que hay que dejar la violencia, pero ¿Dios, quien es el violento? ¿Quién tiene más de 200 presos políticos? ¿Quién amenazó a Guaidó? ¿Quién mantiene incomunicados y en estado de desaparición a muchos de los presos políticos? ¿Será que ha perdido el juicio? Por otra parte, como si fuera poco, no oye a las voces autorizadas, con conocimiento, y mortifica con el mal uso de las vacunas; (vacunar niños de 2 años, no está permitido) atormenta con los procesos que impone para obtener una simple cédula, extorsionan para sacar el pasaporte, persiguen a los periodistas en función de trabajo. La hiperinflación peor que nunca. ¿Qué se creen? ¿Qué nos estamos chupando el dedo? Sabemos todo lo que pasa. Su censura de prensa y de expresión no logra silenciar las voces que denuncian, informan, comunican todo lo que quieren ocultar. No pueden con todo un país en contra, avergonzando a todo un pueblo con sus disparates y desventuras. Se burlan de los noruegos, de los europeos y de quien se les ponga enfrente, sin el más mínimo rubor. ¡Por favor! ¡Qué no nos dejen expresarnos es una
[1] Soy hija de Humberto Cuenca, un gran procesalista, lo que no me da rubor reconocer, por cuanto está más allá de una lisonja de la hija, al padre.