Aunque uno crea tener buenas razones, debe estar dispuesto a escuchar la de los otros sin encerrarse a ultranza en las propias, porque lo contrario lleva a la tragedia o a la locura. Fernando Savater.
No cabe la menor duda que la práctica política en el país se ha degradado, se ha envilecido, al extremo en que se pretende hacer ver que las apetencias personales y las ambiciones desmedidas de unos cuantos parezcan del mayor interés para el Estado y del mayor beneficio para el pueblo. Ya lo dijo antes Thomas Sowell. A la política se le ha desprovisto de todo contenido ético y moral por lo que su profesión y el ejercicio práctico de la misma es asumido como una vía de enriquecimiento súbito y de ascenso social cada vez que se está en el ejercicio del poder. Malos ejemplos sobran, y cada uno tiene los suyos que pueden señalar.
Pareciera que los prerrequisitos son el verbo fácil y lisonjero; la teatralidad de los gestos; el engaño sin límites y el cinismo frente a cualquier reclamo popular, Demagogia y populismo parece ser el anverso y el reverso de la moneda de curso legal en la acción política venezolana, la cual se observa peligrosamente extendida hacia otros países en América Latina. Las gestiones de gobierno, sobre todo las de corte socialista con el señuelo de un ideal de redención de los pobres, ha pervertido y debilitado las bases de nuestra democracia, arremetiendo contra los principios fundamentales de la misma, causando además una implosión de los valores personales que nos han caracterizado como nación que han hecho un daño muy profundo y extenso en el orden social.
El grado de descomposición moral se ha matizado con la prédica del odio queriendo estimular “una lucha de clases” que sólo ha existido en el imaginario de los revoltosos sin que por ello se haya manifestado ninguna materialización positiva de reconciliación o colaboración social para el bien de la humanidad.
El sistema democrático ha brindado oportunidades a líderes demagogos, oportunistas y populistas de ascender al poder, para después desde allí, liberar su vocación totalitaria con la coartada de una democracia popular, mediante la cual se pretende controlar y decidir el destino de una sociedad.
En Venezuela desde el año 1999 se pretende implantar el denominado “socialismo del siglo XXI”, fundamentado en las viejas recetas del Marxismo, aderezado con un supuesto ideal revolucionario para atraer incautos y fanáticos que defiendan y sostengan a un régimen cuya figura mesiánica se asemejó cada vez más al fascismo de Mussolini o al nazismo de Hitler y cuyos herederos se han encargado de descubrir las verdaderas intenciones gangsteriles y delincuenciales del régimen que nos oprime en mala hora.
En concordancia con un modelo ideológico que conjuga de manera confusa conceptos y variables de diferentes paradigmas, desfasado en el tiempo y en el espacio, el régimen de vocación totalitaria ha tomado decisiones desastrosas y ha promulgado leyes de carácter inconstitucional para imponer controles en la vida económica del país que ha logrado destruir el andamiaje productivo nacional, creando una enorme dependencia del gasto público alimentado peligrosamente por los precios inestables del petróleo, recurso natural no renovable, lo cual ha creado una enorme escasez y desabastecimiento de bienes y servicios, situación que se quiere enfrentar a través de importaciones para las cuales no existen los suficientes recursos lícitos, creando mayor inflación y desempleo.
Decisiones y leyes que han desestimulado la inversión privada y han revertido el proceso de descentralización en el país con lo cual los servicios públicos se han deteriorado, incidiendo dramáticamente en la calidad de vida de los venezolanos que quedan en el territorio, porque quienes han podido, ya se estima la diáspora en alrededor de 6 millones de venezolanos, han huido de un país donde no se respetan los derechos humanos ni la libertad, en la que la libre iniciativa privada juega un papel fundamental. Estos recordatorios son para que no se olvide que nuestra tragedia tiene sus causas y sus causantes.
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