Estados Unidos y la Unión Europea han impedido crear un fondo para que los países con menos recursos afronten la crisis climática. En el último momento, India -con el apoyo de China- consigue suavizar la mención a acabar con el carbón y las subvenciones a los combustibles fósiles.
Se acabó la COP26. La gran cumbre del clima mundial celebrada en Glasgow (Escocia) ha llegado a su fin tras 13 días de negociaciones. El acuerdo, que no maravilla ni siquiera al presidente de la cumbre, Alok Sharma -lo ha calificado de «imperfecto»-, insiste por enésima vez en la necesidad de acelerar la acción climática, con mención por primera vez a los combustibles fósiles a pesar de los intentos de varias naciones de eliminar cualquier referencia del texto final. Quienes más salen perdiendo son los países vulnerables y con menos recursos, que reclamaban más apoyo financiero y ayuda directa para hacer frente a una crisis climática que es presente.
La cumbre que estaba llamada a ser la definitiva y la que marcase el camino para afrontar una década crítica no ha conseguido cerrar un acuerdo a la altura del reto al que se enfrenta la humanidad. En un mundo ideal, los casi 200 países que conforman el Acuerdo de París habrían sellado un pacto donde se recogiese, con todo lujo de detalles y sin escatimar en recursos, lo indispensable para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático desde ya, así como los pasos que se deben seguir para afrontar los daños y pérdidas de las naciones que menos recursos tienen (y que menos han contribuido a la crisis climática). Sin embargo, esta utopía no se ha logrado ni en las últimas 25 cumbres del clima ni en esta que termina.
Con el paso del tiempo, lo más probable es que esta COP sea recordada por ser aquella que se aplazó un año por culpa de una pandemia. Podría haber sido un París 2.0., con compromisos renovados y acordes a los últimos hallazgos científicos, pero una vez más la reticencia de muchos países a dejar atrás un sistema que se derrumba a cámara lenta no lo ha hecho posible.
Costó…Pero llegó
Aunque el acuerdo definitivo está lejos de lo esperado, no quiere decir que no haya costado sacarlo adelante. La cumbre debería haber acabado este viernes a las 18:00 hora local, pero fue imposible por las enormes diferencias entre las partes negociadores.
El sábado había comenzado con un nuevo borrador -el tercero– del llamado texto de decisión. En líneas generales, mantenía lo expuesto en versiones anteriores, lo que ya era todo un avance. Aun así, seguía sin haber ni rastro del artículo 6, uno de los grandes puntos que deberían haber quedado cerrados en esta cumbre. Finalmente, sí ha habido acuerdo para este epígrafe del Acuerdo de París que regula, entre otras cosas, los mercados de carbono (y que aquí explicamos).
A lo largo del sábado, las negociaciones avanzaron más de lo esperado y se vislumbraba un acuerdo inminente. Todo ello, mientras se producía un plenario de balance que se fue retrasando hora tras hora. Finalmente, Alok Sharma se aventuró a anunciar que la sesión final y el acuerdo definitivo se producirían en la tarde noche de este sábado. Y así ha sido, aunque con muchas reticencias.
Mención suavizada sobre el fin de los combustibles fósiles
El plenario de cierre comenzó sobre las 19:30 (hora de Reino Unido). Pronto tomaron la palabra varios países. Uno de los primeros fue India, en cuya intervención pidió modificar el texto que hacía referencia a los combustibles fósiles. Instó -con el apoyo de China- a la presidencia a que se cambiara la expresión «phase out» por «phase down«, es decir, se pasó de «eliminar gradualmente» a «reducir gradualmente» el uso del energía del carbón no mejorado [el llamado unabated coal, no tratado previamente para contaminar menos o no capturado y almacenado por procedimientos tecnológicos] y de «las subvenciones ineficientes a los combustibles fósiles», a la par que se reconoce «la necesidad de apoyo para una transición justa». No se hace mención alguna a poner fin al gas y el petróleo, los otros combustibles fósiles responsables del calentamiento de la atmósfera.
El argumento de ambas naciones se basa en el y tú más. Se ven con el derecho de seguir usando algunos años más estos combustibles con el fin de prosperar, al igual que han hecho durante décadas otros países.
A pesar de que muchos Estados y la Unión Europea mostraron su malestar por este cambio, se ha aceptado con el propósito de que no cayera todo el acuerdo. Alok Sharma, visiblemente emocionado, se quiso disculpar ante el resto de delegados, que le aplaudían: «Comprendo la profunda decepción, pero es vital que protejamos este paquete». A fin de cuentas, se logró mantener aun con las presiones de Rusia, Australia y Arabia Saudí, y se ve como un avance incluir por primera vez en la historia de las cumbres climáticas tal referencia, aunque haya sido con un lenguaje que dista mucho de lo inicialmente propuesto.
El texto de decisión final ha sido bautizado como Pacto Climático de Glasgow. En él, se pide a los países a que actualicen para finales de 2022 sus contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC por sus siglas en inglés), es decir, sus planes para reducir las emisiones. Hasta ahora, lo que fija el Acuerdo de París es una actualización cada cinco años (acaba de ser la última y la siguiente será en 2025), pero con este llamado la presidencia quiere acelerar el proceso en vista de la urgencia. Para 2024, además, todos las naciones que han suscrito el Acuerdo de París deben informar con un plan detallado sobre sus emisiones en base a criterios comunes.
Todo ello con vistas a que siga vivo el objetivo de mantener la temperatura por debajo de 1,5 grados de calentamiento para 2100. El propio acuerdo reconoce que limitar el calentamiento global al grado y medio «requiere reducciones rápidas, profundas y sostenidas de las emisiones globales de gases de efecto invernadero», incluyendo «la reducción de las emisiones globales de dióxido de carbono en un 45% para 2030 en relación con el nivel de 2010 y a cero neto a mediados de siglo, así como reducciones profundas de otros gases de efecto invernadero».
Una meta muy ambiciosa que cada vez se antoja más complicada. Los termómetros ya han subido 1,2 ºC desde la época preindustrial, y los recientes análisis coinciden en que el planeta se dirige a un calentamiento de entre 2,4 y 2,7 ºC para finales de esta década con los compromisos actuales. Además, hay que tener en cuenta que todos estos compromisos es que no son vinculantes.
Actualmente, los planes climáticos solo reducirían un 7,5% las emisiones previstas para 2030. El año pasado, fruto de la pandemia, las emisiones descendieron un 5,4%, un espejismo que ha durado poco: para 2021 se prevé que suban un 4,9%, volviendo a la normalidad de siempre. «Mientras se sigan posponiendo las decisiones importantes, el mensaje es desalentador. Desde los autores del IPCC sacamos una declaración pidiendo la importancia de limitar en 1,5 ºC y la urgencia. Las pruebas están ahí y el mensaje es claro y contundente», avisa Inés Camilloni, autora del IPCC.
Ni rastro de la financiación a los más vulnerables
Las Estados más vulnerables se niegan a calificar este acuerdo como un éxito. Y tienen un motivo de peso: los países ricos, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza, han impedido destinar ayudas económicas para hacer frente a los destrozos causados por la crisis climática. No habrá, por ahora, una financiación específica para paliar pérdidas y daños (pagar a las naciones más vulnerables por los destrozos causados por eventos extremos; no confundir con adaptación), reivindicación histórica de muchos países pobres. Muchos pequeños países, incluidas islas, están en riesgo de desaparecer por los efectos del calentamiento global de la atmósfera.
Lo que sí recoge el Pacto Climático de Glasgow es que los donantes (países ricos) se comprometen a sacar adelante la promesa -incumplida- de 2009 de destinar 100.000 millones de dólares al año a partir 2020 y hasta 2025 para que los países con menos recursos hagan frente al cambio climático (en materia de mitigación y adaptación). Además, a partir de ese año la cifra destinada a adaptación deberá ser el doble (llegando a unos 40.000 millones de dólares). Una noticia positiva que queda empañada al seguir sin estar claro cómo se logrará recaudar la financiación.
También se ha acordado la creación de un mecanismo que busca canalizar esas ayudas, gestionadas a través la llamada Red de Santiago. Sin embargo, lo que no se ha logrado es cerrar una cifra concreta, en otro golpe más de los países del norte global a los del sur global. La próxima cumbre, la COP27 que se celebrará en Egipto, buscará cerrar de una vez este tema.
Artículo 6: por fin hay acuerdo
Junto con los planes de reducción de emisiones y la financiación, otro de los deberes que tenía esta cumbre del clima era cerrar de una vez el reglamento del artículo 6 del Acuerdo de París. Este apartado regula lo relativo a los mercados de carbono, una herramienta por la cual los países y empresas que han excedido sus derechos de emisión (es decir, han emitido más de lo que debían) pueden comprar a terceros países derechos sobrantes o realizar proyectos para la reducción de emisiones o para la mejora de los sumideros.
Hasta ahora, éste apartado tenía ciertas lagunas, como la doble contabilidad, una triquiñuela por la cual el país emisor y el receptor podían apuntarse las mismas reducciones de emisiones. Tras el acuerdo alcanzado en Glasgow, esta trampa ha quedado prohibida a pesar de las presiones de países como Brasil. Eso sí: hay vía libre para incluir créditos antiguos procedentes del Protocolo de Kyoto (reducciones ya logradas hasta 2013). Aun así, lograr cerrar este artículo ha sido un alivio y un motivo de celebración para las personas artífices del pacto hasta el punto de sacarse una foto todas juntas antes del comienzo del plenario final.
Más allá del texto de decisión final, la COP26 ha dejado un sinfín de acuerdos, compromisos, pactos y alianzas, en su mayoría no vinculantes -por lo que nadie asegura que se vayan a cumplir-. Sobre el metano, sobre deforestación, sobre combustibles fósiles, sobre coches contaminantes… Hasta las dos mayores potencias del mundo -y las más contaminantes- presentaron una cuerdo por sorpresa para avanzar en la lucha frente al cambio climático.
Llamativo ha sido también el papel de España. Distintas voces critican el perfil bajo adoptado por el Gobierno español, cuya postura siempre ha sido la de liderar la acción climática, como se vio en la anterior cumbre. Incluso no se ha sumado a varias coaliciones donde se la esperaba.
«Es manso, es débil, y el objetivo de 1,5 ºC apenas está vivo, pero se ha enviado una señal de que la era del carbón está terminando», opina Jennifer Morgan, directora ejecutiva de Greenpeace internacional. Para Laurence Tubiana, una de las responsables del Acuerdo de París, «greenwashing es la nueva negación del clima, y hemos visto demasiado en juego en esta COP. Debemos reforzar los mecanismos de responsabilidad para el cero neto en el futuro». Considera, además, que «el sistema financiero internacional no está a la altura del desafío«.
Al igual que se vio en la COP25 de Madrid -celebrada en 2019 y que ostenta el récord de ser la más larga de la historia-, la sensación es que la brecha entre las demandas ciudadanas y científicas y lo que finalmente hacen los gobiernos es inmensa. Lo ejemplifica muy bien Mohamed Adow, director del think tank Power Shift Africa: «Esta cumbre ha sido un triunfo de la diplomacia sobre la sustancia real. El resultado aquí refleja una COP celebrada en el mundo rico y el resultado contiene las prioridades del mundo rico».
Próxima parada, la COP27 de Egipto. Por delante, todo un año para que la lucha frente al cambio climático siga ocupando un lugar prioritario en las políticas de todos los gobiernos. Sin dejar a nadie atrás.