El 15 de noviembre de 1823 con el redoblar de sus tambores una formación de soldados tristes y agotados arriaban el pabellón del rey de España del Castillo San Felipe de Puerto Cabello. Allí había corianos, llaneros, canarios y peninsulares, eran todo lo que quedaba de los otrora poderosos ejércitos monárquicos en Venezuela. En formación con sus armas y pabellones abordaron dos buques de la joven República de Colombia que los llevarían a Cuba en cumplimiento de la capitulación celebrada el día diez del mismo mes. Derrotados, pero todavía con honor abandonaban las tierras donde lucharon por muchos años.
Puerto Cabello había permanecido en manos realistas durante toda la guerra desde que la plaza fuera perdida por el entonces coronel Simón Bolívar en 1812. A diferencia de otras ciudades que pasaban alternativamente de manos realistas a republicanas, por once años ininterrumpidos el pabellón del rey ondeó en Puerto Cabello.
Para 1823 el enclave español de Puerto Cabello constituía una amenaza: por una parte, servía de base de operaciones para ataques a tierra firme ya que de allí partieron varios contingentes realistas (de llaneros y corianos principalmente) que trataron de reconquistar espacios a favor de la corona en el occidente y en los llanos. Muchos creen que luego de Carabobo no se combatió más, pero no es así; después del triunfo de Carabobo desde Puerto Cabello salieron unidades militares para tratar de tomar Valencia y los llanos, produciéndose combates en Naguanagua y los llanos cojedeños. Igualmente aseguraron posiciones en el occidente del país (Zulia, Falcón y Yaracuy).
Asimismo, existía el temor de una nueva fuerza expedicionaria que viniera desde Europa, Puerto Rico o Cuba, para reestablecer el dominio español y un importante puerto era un punto clave para lograr esta incursión.
Pero para entender la acción que celebramos en estos días hay que saber cómo era aquel Puerto Cabello, muy distinto geográficamente hablando al que conocemos hoy, ya que durante el siglo XX se modificó mucho el panorama: se ganaron al mar importantes lenguas de agua que rodeaban a la antigua ciudad que llamaban “puente adentro” o “la ciudadela” y que estaba por lo tanto aislada y separada de los arrabales o “puente afuera”. Aquella ciudad “puente adentro” estaba también protegida por una serie de fortificaciones o “baluartes”, varias murallas y estacadas y un foso inundado de unos dos metros de profundidad. Esta parte estaba separada de los arrabales por un puente levadizo. Hoy no existen esos baluartes, ni las estacadas y las zonas que estaban sumergidas y llenas de manglares han sido drenadas y rellenadas y urbanizadas.
Entonces, en 1823 era casi imposible penetrar en la ciudadela, rodeada por agua, manglares y fortificaciones.
Mas allá, y separado de la ciudad, está el Castillo San Felipe.
Existe en mucha gente la errónea creencia de que en noviembre de 1823 Páez con sus llaneros asaltó el castillo San Felipe, pero eso es una fábula que proviene del artista autores de los escudos del estado Carabobo y del municipio Puerto cabello, donde representan una fantasía de llaneros a caballo asaltando el castillo. Eso no ocurrió jamás.
Lo que pasó en realidad es que Páez asedió a Puerto Cabello por bastantes días, logrando tomar posiciones, entre ellas capturó el Fortín Solano y algún otro baluarte. También logró cortarle el suministro de agua que le llegaba por el río que fue desviado, dejando al poblado sin agua y con las provisiones escasas.
Así las cosas, los republicanos obtienen por medio de un esclavo llamado Julián, la precisa información de cómo llegar hasta la ciudad atravesando el manglar por una senda, donde si bien el agua les llegaba hasta el pecho, no era más profunda que eso. Con esta valiosa información Páez evitaría un asalto frontal que causaría muchísimas bajas, y podía tener un resultado incierto, y podría más bien intentar un ataque sorpresa, por un ángulo dónde no lo esperarían, en lo que hoy llamaríamos una “operación tipo comando”.
Y es así, como la noche del 7 al 8 de noviembre unos 500 soldados del batallón “Anzoátegui” y el “Regimiento de Lanceros”, que eran de caballería, pero iban a pié, luego de avanzar por el agua por cuatro horas guiados por el negro Julián, sorpresivamente tomaron por asalto las posiciones del enemigo y en media hora habían coronado la victoria. En horas de la mañana, el comandante de la guarnición Sebastián de la Calzada se rinde ante las tropas de Páez.
Ahora bien, si bien el poblado estaba tomado a sangre y fuego, no ocurrió lo mismo con el castillo. Allí su comandante el coronel Manuel Carrera y Colina tercamente trata de resistir, en la esperanza de que pudieran llegar apoyos por mar, pero el día diez de noviembre propone una capitulación que Páez acepta en todas sus partes.
El último oficial del rey en rendirse a los patriotas en la guerra de independencia, el coronel Manuel Carrera y Colina, comandante del Castillo San Felipe, no era español; era venezolano, coriano, para más señas. La región de Coro fue siempre leal al rey y de allí partieron muchos de los más fieros defensores de la monarquía. Esto ratifica, una vez más, que la guerra de independencia no fue una guerra contra una nación invasora: era una guerra en la que luchaban hermanos contra hermanos, unos que querían la separación conta los que luchaban por estar unidos a la madre patria.
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo