José Antonio Kast logró en primera vuelta una victoria electoral impensable hace unos pocos meses. Una inquietante señal de alerta en un Chile que se debate entre el deseo de cambio y el miedo a la inseguridad.
Esta vez las encuestas acertaron: habrá segunda vuelta en los comicios presidenciales de Chile y la disputarán los candidatos previstos: Gabriel Boric y José Antonio Kast. Solo que la victoria de este último, situado en el extremo derecho del abanico político, no deja de sorprender en un país que solo meses atrás veía resurgir con fuerza a la izquierda, con un proyecto constitucional de profundo cambio.
¿Cómo entender ese vuelco, ese péndulo errático de la política chilena? Como suele suceder en situaciones complejas, las explicaciones son varias. Una apunta al fracaso de los sectores que han detentado el poder desde el restablecimiento de la democracia en el país. Son ellos los grandes perdedores de estos comicios, que confirman el descrédito de los partidos tradicionales.
La demócrata cristiana Yasna Provoste era el rostro de la antigua Concertación, la alianza de centroizquierda que gobernó largamente tras el término de la dictadura y que no logró zafarse del corsé del modelo económico impuesto por Pinochet. El desencanto le pasó la cuenta en las urnas. Y Sebastián Sichel, el abanderado del Gobierno, sufrió su propio desastre electoral, arrastrado por el derrumbe político de Sebastián Piñera. Un derrumbe que desdibujó el mapa conservador y capitalizó Kast, que supo rebasar al oficialismo por la derecha y sacudirse el polvo de ese desplome que hemos estado viendo en cámara lenta desde el estallido social.
Surgen así figuras que se alejan del centro en una y otra dirección: Boric hacia la izquierda y Kast hacia la derecha. No es buena noticia. ¿Pero estamos ante una real evolución de la sociedad chilena hacia los extremos? No del todo. Porque buena parte de los votos de uno y otro no representan necesariamente convicciones ideológicas.
Temor por la estabilidad del país
José Antonio Kast, un político que no oculta sus simpatías por el antiguo régimen militar y recuerda a figuras como Jair Bolsonaro, logró la primera mayoría con una propuesta diametralmente opuesta al anhelo de cambio expresado en las calles y plasmado en la elección de la Convención Constitucional. Una paradoja. Pero ocurre que todo proceso de cambio profundo va acompañado de incertidumbres. Y eso asusta no solo a empresarios y gente de negocios que temen perder su paraíso neoliberal, sino también a muchos ciudadanos de diversos estratos socioeconómicos que vieron los desbordes de violencia en las protestas y temen por la estabilidad del país.
El miedo a las convulsiones, a la desestabilización, a la violencia, es el principal capital de Kast. Por eso, en su discurso de celebración del triunfo en primera vuelta, volvió a recalcar su consigna de orden y paz, de mano dura contra la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo. Por eso plantea la disyuntiva entre la libertad y el comunismo. Es una vieja fórmula que ya utilizó en su día Pinochet y que puede resumirse así: “yo o el caos”. Pero esa estrategia no siempre funciona. Al propio general, no le dio resultado en aquel plebiscito el 5 de octubre de 1988, en el que ganó el “No” a la dictadura, pese al discurso del miedo.
El desafío de Boric
En las antípodas de Kast está Gabriel Boric. No es el extremista que intenta dibujar su contrincante, realzando en cada ocasión el apoyo que tiene de los comunistas. Los analistas enmarcan a este líder surgido del movimiento estudiantil más bien en la línea de la socialdemocracia europea. Pero Boric, el candidato que enarbola la bandera del cambio, tendrá que redoblar sus esfuerzos por contrarrestar los temores, fundados e infundados, que alimentan la candidatura de Kast. Su gran desafío será demostrar seriedad, contener las presiones maximalistas de algunos de sus aliados y convencer a los chilenos de que es posible un país con mayor equidad, sin caer en aventuras rupturistas. Porque el anhelo de paz y seguridad es tan legítimo como el de justicia social.
El péndulo político chileno giró este domingo hacia la derecha, impulsado en gran medida por el hartazgo con la efervescencia callejera y el miedo a la inestabilidad. No obstante, la carrera sigue sin definirse, pese al triunfalismo derechista del momento. La derecha liberal, en todo caso, no debería alegrarse demasiado, porque el avance de Kast no es el suyo. Y el desenlace de la segunda vuelta de la elección presidencial resulta impredecible, especialmente en una constelación que enfrenta a dos candidatos apartados de los cánones tradicionales.
Boric y Kast llegan a la recta final con dos modelos en disputa, en un Chile que, paralelamente, se está redibujando a nivel constitucional. Ojalá se entienda que el cambio de fondo no será posible sin acuerdos y garantías de paz, y también que esa paz no se logra construyendo más cárceles, sino una sociedad más justa e inclusiva. De lo contrario, el polvorín social no se desactivará. Y ese es un temor fundado.