Rafael del Naranco: La industria del papelito

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Uno, que como el estevado don Francisco de Quevedo, “es más pobre que una rata”,  y de las teorías del señor barón de Montesquieu sólo sabe que el dinero es una fuerza centrífuga y,  debido a ello, hoy va a escribir de economía.

Una Bolsa, por ejemplo, es simplemente un mercado público organizado y especializado en el que se efectúan las operaciones de compraventa de valores mobiliarios: acciones, obligaciones, fondos y todo el etcétera que se quiera, pero para Voltaire,  es un lugar “ donde el  judío, el musulmán y el cristiano tratan los unos con los otros como si fueran de la misma religión, y sólo dan el nombre de infieles a aquellos que caen en la bancarrota.”

En “La bolsa o la vida”, Alfred Capus  – dramaturgo francés – expresaba con gracejo tono, pero con palabras serias, que a uno “lo roban en la Bolsa como lo matan en la guerra, por gente que no se ve”, y es curioso como el plasticismo de esa cita refleja a cabalidad las batallas diarias en los mercados de valores.

Como viene sucediendo en los últimos años, los desplomes en bolsa suelen ser juego de intereses, movimientos de multinacionales, en donde los cráneos que las presiden juegan al tiovivo, a la “ruleta rusa” con la economía global. Ellos son los auténticos brujos cuya alquimia ya no va en busca del oro, sino de cada uno de nuestros sueños.

Recuerdo ahora de pasada, que al general Marcos Pérez Jiménez,  cuando acudía a visitarlo a su casa/mansión de La Moraleja, en Madrid,  para hablar de la política venezolana, desarrollada por los partidos a lo largo de estos últimos años, solía decir con sapiencia criolla, que todo era un “arroz con mango”, es decir, una especie de ensalada sin sabor concreto, y donde meter la mano en el erario público parecía ser el deporte nacional.

Ahorrar es bueno, como participar  en Bolsa,  pero siempre que lo primero no impida a la industria nacional, creadora de empleos, adquirir insumos, y los grupitos de siempre  no se conviertan en un boliche manejado por grupitos inescrupulosos.

Nuestra hacienda venezolana  va pésima – yo no cobro la pensión que cotice desde hace 40 años- sino deplorable, y para saber eso no se necesita ser un experto. Solamente hace falta salir a las calles y mirar. Miraflores mientras, tiene en su palacio del “Patio del pez que escupe aguja”,  grandes habitaciones rebosantes de papelitos  donde van a parar las angustias  dolientes de miles de venezolanos que envían al Gran Supremo sus amarguras de supervivencia.

Han pasado años – muchos – y en el gobierno chavista lo único que va floreciendo es la industria  del papelito pidiendo una limosnita.

rnaranco@hotmail.com

 

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