De las cosas propias de ir con buen pie y mejor tono por los enrevesados caminos de la vida, no puede estar ausente el sentido del humor. Es un talismán que nos protege contra lo mustio y da sensación de alegría. La vida sin risa no merece la pena ser transitada. Sin risa, la vida es como una realidad sin amaneceres ni atardeceres. También la risa es parte de lo vacuo de la existencia y puede surgir como necesidad de abrasar lo superficial. Con la risa también podemos hundirnos en los pantanos de las carcajadas. Una defensa imprescindible y una condena que nos marca. Una manera de percibir las cosas que, viéndolo con atención, puede generar mayor bien que mal. ¿Cómo dejar de reír, incluso en las peores circunstancias?
Los laberintos por transitar
Moria es una risa insulsa. Cuando Erasmo de Rotterdam publica el Elogio de la locura, se lo dedica a su amigo Tomás Moro (quien después fue santificado) y el título original es en realidad un juego de palabras que no tiene que ver con la locura sino con el apellido “Moro”. La traducción más fidedigna sería: Elogio de la insulsez. El libro es una magistral pieza de inteligencia y sapiencia que no deja fuera el sentido del humor. De ahí que muchos lo tenemos por un libro de culto, de imprescindible lectura. En ese texto, Erasmo toca asuntos cardinales para el entendimiento de la esencia de lo humano y otras cuestiones que acompañan los laberintos del arte de vivir. Cesare Pavese escribe un libro que se terminó titulando El oficio de vivir. Literalmente la última página del libro es su suicidio plasmado. De Tomás Moro a Cesare Pavese hay un lago trecho y una diferencia abismal. Ambos tratan de asuntos propios de la existencia, solo que en el primero la risa está presente, en el segundo, la seriedad de la obra es lo que más destaca.
Risas anteriores que crean espacios
Don quijote de La Mancha aparece en 1605. Era propio de la época que, si había alguien leyendo y riendo a la vez, la gente podía decir: “Debe ser que está leyendo al quijote”: Las claves con las que lo descifran los ciudadanos de su tiempo eran las de un libro lleno de situaciones ridículas y cómicas en donde la risa no podía estar ausente. Más de cinco siglos después, se transforma en texto sesudo y referente fundamental de asuntos como el amor, la realidad o la identidad. Sin embargo, sigue siendo un libro que nos hace reír. Sin la risa propia de la caricaturización de lo humano, el quijote no sería el libro que es. La risa es la esencia de la obra, cuando no una constante compasión burlesca de lo más profundo de lo humano.
Dientes de perlas
Sin dudas que para enamorarse de manera idealizada solo puede bastar una sonrisa. Esa sonrisa, que puede ser risa, no solo es el elemento propio de la socialización de los primates que somos, sino que es una pieza clave para poder vincularse con el otro. Sin risa es posible que no exista comunicación armónica, sino simples elementos que unifican o separan a las personas. La risa, por el contrario, es un espacio para generar complicidad. Somos cómplices de aquel a quien le provocamos la risa y también somos cómplices de quien nos hace reír. Más o menos en eso vamos, cuando no de caras largas que son la antítesis del arte de vincularnos de manera agradable con los demás. La risa, lo burlesco y sobre todo la apabullante carcajada son parte de lo más sublime y vulgar de lo humano. Mientras la sonrisa eleva por su carácter discreto, la carcajada rebaja por su vulgaridad: De esas veces en que lo vulgar puede llegar a ser simplemente extraordinario.
La vida no está en otra parte
Forma parte esencia de lo humano la doble falacia presente en el imaginario colectivo. La idea de que hubo un tiempo pasado en donde todo era muchísimo mejor y la idea de que va a haber un tipo futuro en donde todo va a ser muchísimo mejor. De ahí surge la utopía, que recrea Tomás Moro y de la que derivan las ideologías. El apego a lo ideológico representa una forma de manifestar la necesidad de certeza del hombre. Toda ideología, además de funcionar como un puente hacia la certidumbre es también la ratificación de la estupidez humana. Toda ideología castra el pensamiento porque fosiliza las ideas. Las ideologías llevan consigo el terrible y calamitoso peso de la seriedad. No hay ideologías divertidas porque son estafas para blindarnos de la posibilidad de pensar por nosotros mismos. El hombre ideologizado, simplifica la esencia del pensamiento humano porque minimiza la capacidad de abstracción en una formulita con la que le puede salir al paso a cosas que requieren ideas flexibles. Esa calamidad ha sido, es y será así. Forma parte fundamental de lo humano y genera islas de certidumbre en donde muchos arriban como auténticos náufragos. Tal vez el camino del nihilismo feliz sea un mejor bálsamo para el buen vivir. Ser un descreído y un negador puede ser inútil pero también es una certeza en la cual muchos conseguimos el sosiego que necesitamos.
@perezlopresti